CRISTO EDIFICÓ SU IGLESIA SOBRE EL CIMIENTO DE LOS APÓSTOLES
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
En la eucaristía de este domingo celebramos la memoria de los
santos apóstoles Pedro y Pablo. Esta memoria tiene el máximo rango en la
liturgia cristiana, que es el de una solemnidad. Por eso prevalece sobre el
domingo que normalmente correspondería. No son dos santos cualesquiera los que
celebramos; son los dos grandes apóstoles de la Iglesia de Jesucristo, los cimientos
del edificio cuya piedra angular es Cristo.
San Pedro es el pescador de Galilea al que el Señor, pasando
por la orilla del lago, llamó por su nombre y le escogió para ser pescador de
hombres. Acompañó a Cristo durante los tres años de su vida pública, le
escuchó, aprendió de él, compartió su morada y su mesa. En Cesarea de Filipo,
como hemos escuchado en el evangelio, fue movido por el Espíritu Santo para
reconocer a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios vivo.
Ningún otro apóstol supo responder así a la pregunta de
Jesús. Sabían lo que decía la gente sobre él, que si era Juan Bautista o que si
era un profeta. Pero solo Pedro, inspirado por Dios, acertó a confesar con esa
fe tan profunda: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús, entonces, le
cambia el nombre: ya no será Simón, sino Pedro-Piedra, porque habrá de ser
cimiento y columna sobre la que se sostenga el edificio de la Iglesia.
Verdaderamente Pedro es una roca firme en la edificación de
la Iglesia de Cristo. Lo vemos en el ministerio del Papa, que es el sucesor del
apóstol Pedro. Recientemente falleció el Papa Francisco, ahora Dios nos
concedió al Papa León XIV. Son personas diferentes, con trayectorias y formas
de ser distintas, pero desempeñan un mismo ministerio: el ministerio de la
unidad y la cohesión, el ministerio encomendado por Jesucristo a Pedro.
Jesús confía a Pedro las llaves del reino de los cielos, para
abrir y cerrar, para atar y desatar. Así se representa su imagen normalmente,
con una gran llave en su mano. Abrir y cerrar el reino de los cielos lo cumple
la Iglesia mediante el sacramento del perdón. Reconciliando a los hombres y
mujeres en la confesión, la Iglesia abre las puertas del reino de los cielos
para todos y desata del poder del pecado y de la muerte.
En este año jubilar podemos ver claramente como el sucesor de
Pedro ejerce ese poder de las llaves al decretar un año jubilar y las
condiciones necesarias para alcanzar la indulgencia plenaria.
San Pablo es el otro gran apóstol que hoy celebramos. Su historia
es completamente diferente a la de san Pedro. Pablo no fue escogido por Cristo
para compartir vida y misión con él; ni siquiera le llegó a conocer como los
otros apóstoles.
Él era un fariseo radical, empeñado en acabar con aquella
peligrosa novedad de los cristianos: perseguía, maltrataba, capturaba,
torturaba… todo en el nombre del Dios verdadero de Israel.
Pero ya sabemos que, yendo de camino, el Señor lo tumbó y lo
cegó. Y aunque no había escuchado nunca a Jesucristo, el conocimiento que va a
tener de él, la profundidad de su comprensión del evangelio, su identificación
con Cristo, va a ser tanta, que nuestra fe no se podría entender sin la
aportación de san Pablo.
De perseguidor pasó a ser el gran apóstol de los gentiles, el
anunciador infatigable del Evangelio. Sus trece cartas, las recogidas en el
Nuevo Testamento, porque tuvo muchas más, siguen alimentando nuestra fe, nos
siguen guiando como lo hicieron con los cristianos de aquellas comunidades
primeras.
La imagen clásica de san Pablo es portando una espada. No
solo porque persiguió a espada a los cristianos antes de encontrarse con el
Señor resucitado, sino porque su palabra es una espada que penetra corazones y
almas en el nombre de Jesús.
En la segunda lectura de hoy, san Pablo a punto de ser
martirizado pasa revista a lo que ha sido su vida. Y puede decir que ha
combatido y ha luchado en los esfuerzos misioneros más que nadie. Ha sentido la
fuerza de Dios sosteniéndole en tantas tribulaciones, persecuciones y
dificultades por causa de Cristo. No ha perdido la fe, sigue aguardando la
recompensa eterna.
Al celebrar hoy la solemnidad de estos dos grandes apóstoles,
damos gracias a Dios por ser parte de la Iglesia católica, cimentada sobre los
apóstoles que escogió Cristo. En ella tenemos la Palabra, los sacramentos, la
sucesión apostólica en los obispos y el ministerio de Pedro que continúa en el
Papa.
Esta bendición conlleva también una responsabilidad para
todos los bautizados: la de ser piedras vivas que contribuyen con sus dones,
carismas y cualidades para el bien común y para la misión compartida de llevar
la Buena Noticia de Jesús a todos.
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