lunes, 30 de junio de 2025

SAN PELAYO MÁRTIR. VILLANUEVA 2025

 

Señor primer teniente de alcalde, concejala, presidente de la Junta Vecinal de Villanueva, feligreses y vecinos.

Nos congregamos un año más en este día de fiesta en honor de San Pelayo.

Es día de fiesta, en primer lugar, porque es el Domingo, el día de la resurrección de Jesucristo que nos congrega en la eucaristía para hablarnos con su Palabra de vida y alimentarnos con su Cuerpo y Sangre, alimento y bebida de salvación.

Pero, además, porque celebramos la memoria trasladada de este santo tan querido que ejerce su patrocinio sobre nuestro pueblo de Villanueva del Árbol y su parroquia: San Pelayo.

Conocemos su historia. En el tiempo tan duro de las luchas entre reinos cristianos y taifas musulmanas en el territorio español, el aún niño Pelayo es capturado con diez años tras una derrota de las tropas cristianas y trasladado con un gran número de prisioneros a las cárceles del califa de Córdoba. Su tío era Ermogio, el obispo de Tuy, en Galicia.

Aunque intentó reunir la suma del rescate que le pedían por su sobrino Pelayo no lo consiguió y el niño pasó preso tres años. A la edad de trece años, el califa tuvo noticias de la belleza e inteligencia del joven prisionero cristiano y ordenó que lo vistieran con ropas lujosas y lo llevasen a su presencia.

Allí trató de conquistarlo prometiéndole los lujos de la corte califal si abjuraba de su fe cristiana, pero no lo consiguió. Más bien recibió reproches por parte del chico que recibiendo una fortaleza que no podía venir sino de Dios, le dijo claramente: Si, oh rey, soy cristiano. Lo he sido y lo seré por la gracia de Dios. Todas tus riquezas no valen nada. No pienses que por cosas tan pasajeras voy a renegar de Cristo, que es mi Señor y tuyo aunque no lo quieras".

Durante varios días siguió asediándole, bien con promesas bien con amenazas. Pero nada consiguió de él porque el joven san Pelayo era como una roca anclada firmemente en Cristo, del cual no quería separarse aún a riesgo de perder su vida.

Al fin, enfurecido, ordenó su tortura y ejecución desmembrándolo con tenazas de hierro y mandó que sus miembros fueran arrojados al rio para que los cristianos no pudieran recoger su cuerpo y darle sepultura como a un mártir, testigo de la fe.

Todo ello lo tenemos muy bien representado en los dibujos de nuestro retablo principal.

Nos separan muchos siglos de aquellos acontecimientos, que nos describen la dureza de la persecución religiosa que, tristemente, tantas veces se ha repetido en nuestra historia. Y que sigue ocurriendo para muchos hermanos nuestros en la fe, a día de hoy, en tantos países del mundo.

Las lecturas que hemos escuchado nos ayudan a comprender mejor el martirio de san Pelayo que hoy celebramos.

En la primera lectura, del segundo libro de los Macabeos, aparece también una persecución contra los creyentes de Israel ordenada por el rey Antíoco. Este rey, que aparece en la memoria de Israel como un rey perverso y enemigo de la fe, quiso que los israelitas se asemejasen a los otros pueblos renunciando a vivir según la Ley de Dios, abandonando la circuncisión y el resto de normas, obligándoles a comer alimentos que consideraban impuros.

Pero, aunque muchos lo aceptaron para no ser perseguidos, hubo quienes se resistieron a ello. Eso describe el pasaje que hemos escuchado: una madre que anima a sus hijos a resistir, a conservar se fe antes que la vida, como hizo san Pelayo.

Lo hacía confiando en la vida eterna que espera a los que permanecen fieles. “No temas a este verdugo, muéstrate más bien digno de tus hermanos y acepta la muerte, para que yo vuelva a encontrarte con ellos en el tiempo de la misericordia”.

Realmente es un testimonio sobrecogedor de fortaleza y de fe profunda. Esos mártires estaban convencidos de que nuestra patria definitiva no está en este mundo, que pasa, sino en la eternidad junto a Dios. Antes perder esta vida que perder la vida eterna.

Con san Pelayo y con todos esos mártires hemos dicho con el salmo: Pongo mi vida en tus manos, Señor.

Aquellos mártires macabeos actuaban así movidos por la fe en Dios que les daba el Antiguo Testamento. Pero san Pablo, en la segunda lectura, ya nos habla de un motivo más de esperanza en la vida eterna: que Jesucristo ha muerto por nosotros. que ante Dios valemos tanto que ha entregado la vida de su hijo Jesús, muerto en la cruz para nuestra salvación.

Por eso, el apóstol dice: Si Dios está con nosotros, ¿Quién estará contra nosotros? Tengo la certeza de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni principados, ni lo presente ni lo futuro, ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.

Las palabras del Señor en el evangelio que acabamos de escuchar son las que sostuvieron al joven san Pelayo en su martirio: No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma.

Él declaro a Cristo como su salvador valientemente ante sus verdugos y Cristo lo declaró como su amigo y su hijo ante el Padre del cielo. Por eso hoy celebramos su martirio que, como decían los primeros cristianos, no fue el día de su muerte, sino de su nacimiento para el cielo.

De san Pelayo nos sigue inspirando su fe firme, su valentía y su confianza en Dios en medio de las dificultades. La fe no es algo que deba guardarse en lo profundo del corazón; está ahí, sí, pero también debe salir afuera y plasmarse en toda la vida. 

Como dijo el Señor: no se enciende una lámpara para guardarla debajo del celemín, sino para que alumbre a todos los de la casa. Y vosotros sois la sal y la luz del mundo.

Pidamos por su intercesión una fe más viva y activa, que ilumine nuestra vida de familia, de trabajo, de vecinos y que irradie ilusión y esperanza a todos.

Así sea.


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