jueves, 14 de agosto de 2025

DOMINGO XX TIEMPO ORDINARIO (ciclo C)

 HE VENIDO A TRAER FUEGO A LA TIERRA


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    En este tiempo de la liturgia en el que estamos, llamado tiempo ordinario, que es el más largo del año cristiano, revivimos la experiencia de los apóstoles, que caminan con Jesús de un pueblo a otro. Y mientras caminan, le ven realizar los signos de la llegada del Reino y van escuchando e interiorizando sus palabras.

    El domingo pasado la actitud que nos enseñaba era la fe vigilante: con la parábola del ladrón que llega en la noche, nos invitaba a vivir con la fe despierta, encendida la lámpara de la fe y ceñida la cintura para servir a los hermanos.

    En este domingo, la Palabra nos enseña la exigencia de la fe. La fe cristiana no es un adorno superficial, ni un barniz o una colonia que nos damos por encima una vez por semana para estar más guapos. La fe implica la vida entera, es una pertenencia a Jesucristo y vivir con unos valores diferentes a los del mundo, por lo que ser cristianos coherentes no es fácil.

    Es por ello que comenzamos siempre la eucaristía pidiendo perdón, reconociendo que todos tenemos mucho que cambiar en nuestras actitudes y en nuestros actos para ser auténticos discípulos de Jesús.

    El Evangelio es exigente. Todo lo que es bueno, grande, noble y bello en esta vida implica esfuerzo; en cambio, lo cómodo, lo sencillo, suele valer más bien poco. El evangelio de Jesucristo es el mensaje más grande y más elevado que podemos escuchar en este mundo, no hay nada que lo supere.

    Pero, precisamente por ello, es muy exigente: amad a vuestros enemigos, sed perfectos como lo es vuestro Padre, dad la vida unos por otros, amaos como yo os he amado… el listón que pone Jesús es bien alto. Estamos en permanente conversión, toda la vida.

    Hace falta valentía y fortaleza para optar por el seguimiento de Jesús en este mundo y a ello invita la Palabra de Dios de hoy.

    Comenzando por el ejemplo del profeta Jeremías, al que le toca llevar a sus paisanos un mensaje incomodo: en un momento de guerras y amenazas por las potencias extranjeras les pide no resistir, confiar en Yahvé Dios y no en su potencia militar. A causa de este mensaje es señalado como un enemigo público que desmoraliza y condenado a ser tirado a un foso. Pero el profeta sigue confiando en Dios porque ha hecho lo que se le ha encomendado.

    La Carta a los Hebreos nos dice que corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y el pecado que nos asedia. Cada uno tiene su propia carrera que hacer, su propia lucha: la vida de familia, la vocación, el trabajo, el compromiso con una misión, las enfermedades y la soledad… hay que esforzarse para seguir adelante sin abandonar.

    Y hacerlo con la mirada puesta en Jesús, que llevó adelante el plan de salvación del Padre hasta dar la vida por nosotros, soportando todo con amor, incluso morir en la cruz.

    Dice San Pablo que, si los atletas se esfuerzan y se privan de tantas cosas por una corona, por una copa o un trofeo, cuanto más nosotros debemos mantener con ilusión y fortaleza la carrera de la fe si lo que nos espera al final es la recompensa de la salvación y la vida eterna.

    Vivir el evangelio de Jesús con coherencia, digámoslo una vez más, no es cómodo ni fácil. Si nos resulta cómodo y fácil, ¿no será porque lo adaptamos a nuestra conveniencia y lo rebajamos a nuestro gusto?

    Así tenemos paz, sí, pero puede ser una paz falsa, superficial, en la que no hay verdad. Jesús nos dice en el evangelio que él no ha venido a traer esa paz cómoda y falsa. Y que la fe coherente puede traer fuego y división, a veces hasta con los más cercanos.

    En muchos países del mundo hacerse cristiano implica ser rechazado por los de la propia familia. Y, entre nosotros, ocurre tantas veces que un joven que manifiesta que quiere ser sacerdote o religiosa sufre la incomprensión de los suyos, que quizás soñaban un futuro más brillante según el mundo. Por tanto, este evangelio de Jesús se sigue cumpliendo, tal cual, a día de hoy.

    Pidamos para todos nosotros hoy la fortaleza y la valentía de la fe. Que no hagamos un Evangelio a nuestra medida, cómodo y aguado, sino que tratemos de correr la carrera que nos toca sin perder el ánimo, levantándonos tantas veces como nos caigamos.

 


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