jueves, 24 de julio de 2025

DOMINGO XVII TIEMPO ORDINARIO (ciclo C). V Jornada de los Abuelos y de los Ancianos.

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COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    La primera lectura y el evangelio de hoy nos hablan de la oración.

    Abraham, que en la lectura del pasado domingo acogía la visita de Dios en forma de tres misteriosos peregrinos del desierto, intercede ante Dios por la salvación de los pocos justos que quedan en las ciudades pecadoras de Sodoma y Gomorra, ya que Yahvé le ha comunicado que serán destruidas por su corrupción.

    Es llamativo en esta escena como Abraham va negociando con Dios: si hay cincuenta justos, si hay cuarenta y cinco, si hay treinta, si hay diez… Es una oración de intercesión, porque Abraham no pide la salvación para él ni para su familia, que estaban fuera de aquellas ciudades.

    Pide en favor de otros, para que no sucumban, incluso sin conocerlos. Ya en esto tenemos una enseñanza importante acerca de la oración. Orar no puede ser sólo pedir, también hay que agradecer e interceder. Y no puede ser una oración egoísta, que pide solamente lo mejor para mí y para los míos. Quien ora de verdad debe hacerlo con un corazón abierto a las preocupaciones, sufrimientos y necesidades de la Iglesia y del mundo entero.

    Las llamadas “peticiones” de cada misa, la oración universal, no se deja nunca a nadie fuera. No se pide únicamente por los que estamos celebrando la eucaristía, sino por todos sin excepción. Es, por ello, un modelo, de esa oración sin fronteras.

    El mismo tema de la oración se retoma en el evangelio de hoy, compuesto de tres partes: el Padre Nuestro, la parábola del amigo importuno y el pasaje sobre la oración confiada. Las dos últimas partes tienen como tema central la perseverancia en la oración confiada.

    Jesús enseña a sus discípulos porque le preguntan, quieren saber cómo orar. Los discípulos han comprobado que el Maestro se retira a rezar con frecuencia y ven que reza de un modo distinto.

    El evangelista Lucas lo menciona muchas veces. Suele presentar a Jesús orando a solas en los momentos cruciales de su vida. Además, se dirige a Dios como “Abba”, “Padre, Papá”, mostrando una cercanía y confianza propias de un hijo que se siente permanentemente querido.

    Jesús, en su oración, da gloria al Padre y pide la salvación de los hombres. Rara vez pide por sí mismo (solo en la oración de Getsemaní y en la cruz). En definitiva, Jesús era hombre de oración, los discípulos lo ven y le preguntan cómo han de orar.

    Aunque ellos ya rezaban como pedían las costumbres judías, le piden que les enseñe este modo de orar propio; quizá tenían la sensación de no saber orar o de hacerlo mal. También, a veces, nos pasa a nosotros que no sabemos cómo rezar; San Pablo dice que “no sabemos orar como nos conviene”.

    La mejor oración, la más elevada, siempre será rezar el Padre Nuestro, porque nos la ha enseñado el Hijo para que se la dirijamos al Padre con Él. Si rezamos el Padre Nuestro con sentido, pasando por el corazón lo que decimos con la lengua, y no de un modo mecánico, este contiene todo lo que uno puede pedir a Dios.

    No hay deseo legítimo presentable ante Dios que no esté contenido, directa o implícitamente: su glorificación (santificado sea tu nombre), el cumplimiento de su voluntad (empezando en mí), el pan (material y espiritual) para uno mismo y los demás, la concordia entre los hombres (con el perdón), etc.

    Por ser el domingo más cercano a la festividad de San Joaquín y Santa Ana, hoy celebramos en la Iglesia la V Jornada de los Abuelos y los Mayores. El Papa León ha escrito para animar este día un precioso mensaje titulado: Feliz el que no ve desvanecerse su esperanza.

    El Papa nos recuerda cómo, en la Biblia, muchas veces Dios escoge a personas ancianas para realizar una acción salvadora, por ejemplo, Moisés, Abraham, Sara, Zacarías, Isabel. En la sociedad actual prima la Juventud, sentirse lleno de fuerzas, sin achaques ni arrugas, como si la ancianidad fuese una enfermedad.

    Pero Dios manifiesta que los ancianos son depósitos de fe, de valores, de esperanza, que la Iglesia y el mundo necesitamos. Así, dice el papa León, “¡Cuán a menudo nuestros abuelos han sido para nosotros ejemplo de fe y devoción, de virtudes cívicas y compromiso social, de memoria y perseverancia en las pruebas! Este hermoso legado, que nos han transmitido con esperanza y amor, siempre será para nosotros motivo de gratitud y de coherencia”.

    En esta Jornada de los Abuelos y los Ancianos, damos gracias a Dios por sus vidas largas y llenas de frutos. Que los mayores se sientan animados a la gran misión de ser testigos de la esperanza que brota de la fe para las generaciones más jóvenes. Y que estos sepan aprender del camino que los abuelos han recorrido, sostenidos por la mano providente de Dios.

 

 


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