MARÍA HA ESCOGIDO LA MEJOR PARTE
El verano
suele ser, para la mayoría de nosotros, un tiempo distinto al resto del año. Y
no solo por el calor, que parece ser el tema más común de conversación, sino
porque cambiamos el ritmo del curso, hacemos cosas diferentes, nos relacionamos
con más tiempo y calma con los demás, dedicamos tiempo al ocio y al descanso.
Las
lecturas de este domingo decimosexto nos iluminan para vivir, como cristianos,
este tiempo diferente del verano. Hay dos palabras clave para el día de hoy: la
Hospitalidad y la Escucha.
La primera
de ellas, la Hospitalidad, aparece tanto en la primera lectura, tomada del
libro del Génesis, como en el evangelio. Aparece Abraham, al que el pueblo
israelita considera el Padre en la fe, sentado junto a la puerta de su tienda,
en el desierto. Allí ve, caminando bajo un calor aplastante, en el que poco
tiempo puede sobrevivir el ser humano, tres hombres caminando. Poco antes,
Abraham y Sara habían recibido el anuncio de Dios de que tendrían un hijo en su
ancianidad, la mayor bendición que deseaban.
El texto
no dice explícitamente si Abraham reconoció la visita de Dios en aquellos tres
peregrinos misteriosos, pero es muy probable que así fuera, por cómo les
recibe: se postra ante ellos, les llama Señor mío y, a toda prisa, prepara para
ellos el mejor festín que podía ofrecerles en su pobreza. La tradición ha visto
en este encuentro la primera manifestación que aparece en la Biblia de Dios
como Trinidad. ¿Por qué si no Abraham les llama “Señor mío” cuando son
realmente tres los personajes?
Abraham
abre su casa, su vida, a aquellos peregrinos del desierto y, como recompensa,
Dios les bendice, confirmando que su esposa Sara tendrá el anhelado hijo que
les permitirá la continuidad de su tribu.
La
hospitalidad aparece también en el evangelio, en el que el Señor Jesús es
acogido en la casa de sus buenos amigos: Lázaro, Marta y María. Para los que
creen que Jesús era un hombre desapegado de todo y de todos, al estilo de Juan
Bautista, este texto dice, claramente, lo contrario.
Jesús era
plenamente hombre y, como nosotros, disfrutaba de la hospitalidad y de la
amistad. Como solemos decir: “Quería y se dejaba querer”. Y, cuando era
invitado, entraba en las casas y disfrutaba con lo que se le ofrecía
agradeciendo todo; incluso se saltaba, para ello, los rígidos tabúes de la
época, que no verían con buenos ojos que un maestro religioso entrase en casa
de dos mujeres.
A Jesús le
importan las personas, no los prejuicios sociales; quiere a sus amigos y
perdona a sus enemigos, vive con la conciencia limpia de estar siempre
cumpliendo la voluntad del Padre Dios, extendiendo el Reino con sus palabras y
sus acciones.
¡Qué
importante es la Hospitalidad para un cristiano! Tanto hacerla como recibirla…
En el tiempo de las vacaciones tenemos ocasión de recibir y de visitar a
familiares, a vecinos y a amigos. A veces estas visitas nos rompen nuestros
ritmos o nos obligan a cambiar nuestros planes, por lo que podemos caer en la
tentación de recibir de cualquier forma, hasta de mala gana, a los huéspedes,
en vez de hacerlo como Abraham, como Marta y María, con cariño, con paciencia,
con caridad y comprensión.
Si miramos
estos momentos de hospitalidad desde la fe, recibir a un huésped es recibir a
Dios en nuestra casa, porque todos somos presencia de Dios los unos para con
los otros, incluso a pesar de las molestias o trastornos que nos causen. Por
eso debemos ser acogedores y hospitalarios, reconociendo la presencia de Dios
en el hermano.
La segunda
palabra es la Escucha, porque en la escena evangélica Marta recibe una
reprimenda cariñosa de Jesús, ya que se dedica a muchas cosas para que no le
falte de nada al ilustre invitado, pero no se ha parado a escucharle. Jesús no
es un huésped exigente, no busca manjares suculentos ni comodidades; él mismo
dijo que no había venido a ser servido, sino a servir. Y está sirviendo su
Palabra de vida a las dos hermanas, pero Marta se dedica a hacer tantas cosas
que ni le escucha.
Ahora que tenemos más tiempo libre, que no nos vemos tan atados por las rutinas de los trabajos, ¿encontramos tiempo para escuchar la Palabra de Dios?
Entre tantas
palabras y ruidos que nos llenan a lo largo del día, conversaciones, wasaps,
televisión… ¿no podríamos dedicar un momento de silencio del día a pararnos
como María para escuchar al Maestro, por ejemplo, leyendo el evangelio del día?
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