ANDA Y HAZ TÚ LO MISMO
¿Qué espera Dios de
nosotros?
Esta pregunta se la ha
hecho el ser humano desde sus mismos orígenes. Y, como respuesta, han surgido, en
una larga historia, las religiones de la humanidad, muy diferentes entre sí;
unas con algunas luces y otras con muchas sombras.
Ha habido religiones
que convencieron a sus creyentes de que el favor de los dioses se ganaba
mediante el sacrificio cruel de personas, incluso de los propios hijos. El
pueblo de Israel tuvo que convivir con estas experiencias religiosas perversas.
Otras religiones, y esto
es aún actual, han dicho, en sus interpretaciones más fundamentalistas, que se
da gloria al único Dios y se defiende su causa cuando se somete, se mata y se
causa terror en su nombre.
Nuestra fe cristiana
tiene su único centro y su única fuente en Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios
hecho hombre. Y Jesús vivió su vida y su experiencia humana dentro del pueblo
de Israel, un pueblo diferente a todos los demás porque se siente pueblo
escogido y amado por el único Dios Yahvé, que hace una alianza, un pacto, con
ellos para que su experiencia religiosa sea una luz que alumbre a todas las
naciones de la tierra.
Dios Yahvé guía y
protege a su pueblo, lo defiende y cuida como un padre o una madre hace con sus
hijos. Les pide que guarden su Ley, justa y humana, que no exige cosas absurdas
ni contrarias a la dignidad del ser humano, como los sacrificios que pedían
otras religiones.
En la primera lectura
de este domingo, Moisés, como guía del pueblo, les invita a escuchar la voz del
Señor, a observar sus mandamientos, porque no son extraños ni inalcanzables, ni
exceden las fuerzas de nadie.
¿Qué espera Dios de
nosotros? Lo sabemos bien, porque ha escrito sus mandamientos en nuestros
corazones y en nuestra conciencia. Sabemos bien qué es lo bueno y qué es lo
malo, qué es lo que agrada a Dios y qué es lo que le desagrada, qué es lo que
nos hace más humanos y qué es lo que nos resta humanidad.
Así termina la
lectura, diciendo: “El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu
boca, para que lo cumplas”.
Toda la Ley santa,
todo lo que espera Dios de nosotros, se resume en un doble mandamiento: “amarás
al Señor tu Dios con todo tu ser y al prójimo como a ti mismo te amas”. Así
responde el maestro de la Ley a Jesús cuando él le devuelve la pregunta que le
había lanzado para probarle. Jesús aprueba su respuesta: “Haz esto y tendrás la
vida”.
Pero, quién es mi
prójimo? ¿A quién tengo que amar como a mí mismo? La respuesta parecía clara
para un judío: aquel a quien tengo que amar como a mi prójimo es al cercano, al
que es de los míos, al de mi raza, al de mi pueblo…. Pero al extranjero, al
extraño, al distinto, a ese no estoy obligado a amarle como me amo a mi mismo.
La parábola del Buen
Samaritano, con la que Jesús va a dar respuesta, es una inversión de valores.
Ante el hombre herido y maltratado, abandonado en la cuneta, ante el que sufre,
¿Quién se hace prójimo y próximo?
Solo un extranjero
samaritano que lo mira con compasión, lo rescata, lo cuida y lo hace cuidar.
Los otros, el sacerdote y el maestro de la Ley, aunque conocían al dedillo los
mandamientos, encuentran excusas para dar un rodeo y evitarlo…. Conocen lo que
Dios quiere de ellos, pero tienen excusas para no hacerlo.
Podemos encontrar
muchas excusas, y auto-convencernos con ellas, para no hacer lo que Dios espera
que hagamos y no practicar la misericordia. Jesús nos invita a dejar esas
excusas a un lado, a tener una mirada limpia y compasiva sobre el prójimo, a levantarle,
curarle y rescatarle en lo que podamos, sin desconfiar ni esperar a que lo
hagan otros.
Jesús nos ha enseñado
que no solo los que son de los míos, mis semejantes, mi familia, mis amigos,
deben importarme. Que debe importarme toda persona, porque cada una de ellas es
un reflejo e imagen suya, como Cristo es imagen visible y humana de Dios.
Y, al final de nuestra
vida, seremos examinados sobre ello: ¿tuve hambre y me disteis de comer, tuve
sed y me disteis de beber, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo o en la
cárcel y vinisteis a verme?
No hay una religión
más humana y positiva que esta: lo que espera Dios de nosotros es que
reconozcamos su presencia en los demás, sean quienes sean, y, por ello, nos
queramos, respetemos, ayudemos. Esa es la manera de dar gloria a Dios.
Jesús termina
diciéndole al maestro de la Ley, y a nosotros: “Anda y haz tú lo mismo”.
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