viernes, 1 de octubre de 2021

DOMINGO XXVII TIEMPO ORDINARIO (ciclo B)


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    La liturgia de la palabra de este domingo nos da pie para reflexionar sobre el sacramento del Matrimonio, tanto con la primera lectura como con el Evangelio. Es importante esta enseñanza, puesto que la vocación al matrimonio es la mayoritaria entre los bautizados y sin familias cristianas sabemos bien que no puede haber Iglesia.

    El evangelista Marcos presenta la pregunta sobre el divorcio como una prueba a la que someten a Jesús los fariseos, que siempre buscan una ocasión para desprestigiarlo como Maestro. Conocían bien la postura del Señor contraria al divorcio, mientras que, entre los judíos, casi todos admitían el divorcio, considerado por la ley de Moisés como un derecho del esposo. Aparte de la ruptura de una familia, el divorcio era en aquel tiempo un grave daño a la mujer que, siendo abandonada, quedaba a la intemperie, además de marcada socialmente.

    Los fariseos estaban de acuerdo en que el divorcio era un derecho del varón. Solamente discutían entre dos interpretaciones de la ley de Moises: la primera, más rígida, que decía que solo era posible en casos graves, la segunda, más laxa, que lo permitía siempre que la mujer causara algún desagrado a su marido. En todo caso, y esto es importante situarlo en aquel contexto cultural e histórico tan distinto al nuestro, era siempre un derecho del hombre que a la mujer solo le quedaba aceptar.

    Jesús no se mete en esas discusiones entre escuelas legales, ni busca una respuesta de esas que ahora llamamos “políticamente correcta”. Responde francamente, sin tapujos, rechazando el divorcio, aunque ello supusiera contradecir al gran legislador, Moisés, a quien todos reconocían autoridad divina.

    Tanto Jesús como los fariseos dan por sentado que el matrimonio se trata de la unión estable y bendecida, porque no se habla aquí de un matrimonio civil, sino de uno religioso, de un hombre y una mujer. Y cuando le argumentan que Moisés permitió el divorcio, Jesús no contradice a Moisés, sino que atribuye esta posibilidad a la dureza del corazón del pueblo, anclado en costumbres primitivas que Moisés trató de regular de algún modo. 

    Pero por encima de Moisés está Dios, que es el creador del hombre y de la mujer, iguales en dignidad, diferentes entre sí y complementarios. Dios es el creador, podemos decir, el inventor del matrimonio. Lo crea al formar al ser humano a su imagen y semejanza, como nos narra el libro del Génesis, del que hoy está tomada la primera lectura. Como Dios no es un ser solitario y auto-suficiente, sino que es Comunión de Amor en la Trinidad, somos también su imagen y semejanza porque necesitamos del amor, del encuentro, de la familia.

     Es a este proyecto primero de Dios al que mira Jesús cuando le preguntan acerca del divorcio. El divorcio, como ruptura que es de una comunión, no entra dentro de la vocación humana al amor, inscrita por Dios en nuestros seres: “Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne”.

     El amor entre los esposos es bendecido por Dios en el sacramento del matrimonio. Y los esposos cristianos reciben una vocación muy especial dentro de la Iglesia. Igual que los sacerdotes están llamados a representar el cuidado de Jesucristo Buen Pastor para con su pueblo, y los monjes y monjas están llamados a representar la oración incesante de Jesús, su intimidad para con el Padre, los esposos están llamados a ser un signo visible y humano del amor de Dios Trinidad y del amor de Jesucristo a su Iglesia. ¿Cómo es este amor? Fiel, único, irrompible y fecundo, hasta dar vida y hasta dar la vida.

    Lo vemos en el amor entre los esposos cristianos, que engendran una familia, Iglesia doméstica donde aprendemos a rezar y a vivir según los valores cristianos.

     No lo pudo decir más claramente Jesús a sus discípulos: Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.

    Con las propias fuerzas es una tarea imposible una unión así, por eso el hombre y la mujer, los esposos, cuentan con la ayuda divina para mantener la palabra dada a su cónyuge, pero, para ello, es preciso que el esposo y la esposa cuenten también con Dios.

    Sabemos que también, a menudo, se producen problemas de convivencia graves, que hacen imposible la convivencia en un matrimonio, y es una realidad que muchas parejas se separan y se divorcian.

    Sin quitar absolutamente nada de valor a las palabras de Jesús, que siempre serán verdad, nuestra actitud para con las personas que pasan por un divorcio, siempre ha de ser de acompañar, de acoger, porque en la Iglesia siguen teniendo un lugar y es muy importante que así lo sientan, sin juicios ni condenas.

 

 

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