Maestro, ¿Qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna?
Es la pregunta que le dirige a Jesús aquel joven con el que se encuentra.
Reconocía que Jesús es un Maestro de la vida, alguien que enseña las cosas más importantes
acerca de Dios y de los hombres. Por eso corre a su encuentro por el camino, se
arrodilla ante él, reconociéndole como presencia de Dios, y le dirige esa
pregunta tan trascendente.
Hoy no nos preguntamos mucho acerca de la vida eterna... desde
luego mucho menos que en épocas pasadas, donde era la preocupación primera:
salvarse o condenarse, resucitar o desaparecer. Hoy hablamos más de llevar una
vida plena, de realizarnos plenamente, de ser felices ahora y después…
Pues también para eso nos vale la respuesta que Jesús le
dirige al joven que le pregunta. En primer lugar, cumple los mandamientos. Ya
los sabes, cúmplelos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás
falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.
Porque los mandamientos no son leyes opresivas con la que
Dios nos tiranice o, por capricho suyo, nos quiera quitar libertad. Son señales
que nos indican qué es lo que verdaderamente hace feliz al hombre y qué es lo
que, si no lo respeta, hace desgraciada su vida y la de los demás. Aunque el
mal nos tiente tanto, estamos hechos para el bien, y sabemos que solo el amor y el bien
pueden darnos alegría, paz y vida verdadera.
Aquel joven del evangelio era un hombre virtuoso, ni mucho
menos era malo. Por eso, con cierto orgullo, le dice a Jesús que todo eso ya lo ha
cumplido desde su juventud y, por lo tanto, ya se considera suficientemente
bueno. ¿Cuántas veces hemos oído, o quizás lo hemos dicho: “Yo ya soy bueno, ni
robo ni mato”?
Pero Jesús no pide solamente eso a sus discípulos, ser moderadamente buenos. Él vino a
enseñarnos mucho más, no solo a tener un comportamiento correcto; ya antes de su
venida existían los mandamientos y, para el resto de la humanidad, existía la Ley
Natural inscrita en los corazones. Porque pide para seguirle algo más grande y mejor, mirándolo con amor le dijo: “Anda,
vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en los cielos.
Luego ven y sígueme”.
¿Dónde estaba el tesoro de ese hombre? ¿Estaba en el cielo, en
la salvación, en Dios, que es por lo que le pregunta a Jesús o estaba en sus
bienes materiales? ¿Cumplía el primer mandamiento “Amaras a Dios sobre todas
las cosas” o amaba más sus riquezas y bienes que a Dios?
La segunda lectura nos dice que la Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que una espada de doble filo que entra hasta lo profundo y juzga los deseos e intenciones del corazón. Así son las palabras de Jesús: entran hasta el fondo de aquel joven rico y descubren que, aunque es muy religioso, está también muy apegado a lo material. No es capaz de convertirse en discípulo de Jesús y se tiene que ir con pena porque, en el fondo, está atado, no es libre.
Jesús le invita a liberarse, empleando los bienes que le sobran en
hacer el bien, en repartir amor eficaz y generosidad con quienes no lo tienen;
así experimentará la alegría de compartir, crecerá como persona y será
verdaderamente libre como discípulo.
Jesús termina en el evangelio diciendo: “Es imposible para los hombres, pero no para Dios”. Dios puede cambiar nuestros corazones y pensamientos si se lo pedimos y estamos dispuestos a ello. Puede darnos la sabiduría de la que habla la primera lectura, que es saber vivir, saber dónde está lo esencial, lo verdaderamente importante de la vida, lo que nos da vida en abundancia y, después, vida eterna.
Vamos a pedírselo de corazón para que no nos pase como a este personaje del evangelio, que tuvo que alejarse entristecido porque se dio cuenta de que no podía ser libre para seguir al Señor.
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