EN ESTO CONOCERÁN QUE SOIS MIS DISCÍPULOS
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Hay una conocida canción de misa “Iglesia Peregrina” que dice
en una de sus estrofas “somos un pueblo que en la Pascua nació”. Es una gran
verdad: la Iglesia nace de la Pascua de Cristo. Antes ya había discípulos y
apóstoles, los escogidos y llamados por Jesús; pero se limitaban a seguirle, a
escucharle, a veces hasta sin entenderle del todo.
Pero es en la Pascua, con las experiencias de encontrarse con
el Señor resucitado y vivo, y en Pentecostés, con el fuego del Espíritu Santo
que reciben, como pasan de ser discípulos a ser la Iglesia de Jesucristo.
Porque entonces se dan cuenta de que el Señor les ha confiado
una misión que deben cumplir. La misión es adelantar el Reino de Dios en este
mundo, ir transformándolo según su plan de salvación, hasta que él vuelva y
lleve todos esos esfuerzos a su plenitud y consumación. La Iglesia existe para
este tiempo: el que va entre la Pascua y la segunda venida, en gloria de
Cristo.
La segunda lectura, del libro del Apocalipsis, nos sitúa ante
la revelación de esos acontecimientos últimos que estamos esperando: un cielo
nuevo y una tierra nueva en la que todo lo que daña a los hijos de Dios ya no
tiene cabida. En ellos ya no hay muerte, duelo, llanto ni dolor. Es una nueva
Jerusalén engalanada, que resplandece, pero no por el brillo de oros o piedras
preciosas, sino por la belleza del amor que en ella se vive. Es la belleza de
una esposa que ama profundamente y con sinceridad.
En esta realidad nueva ya no es necesario creer, porque Dios
vive con los hombres, es su Dios, un amigo, un Padre… lo es todo.
¡Qué maravilla, pero la realidad que vivimos no es así! Desde
luego que no lo es, en este mundo que vivimos el mal es muy fuerte, el pecado y
la muerte hacen estragos.
Este mundo no se puede alcanzar aquí, es necesario para ello
pasar por una gran crisis, por una fuerte transformación de todo, “el primer
cielo y la primera tierra desaparecen”.
Pero sí que se puede adelantar viviendo según la Palabra de
Jesús. Mientras pedimos con el Padre Nuestro “Venga a nosotros tu Reino”,
tratamos de dejar que Dios reine ya en nuestras vidas viviendo al estilo de
Jesús. Por eso el evangelio de hoy nos recuerda que el mandamiento nuevo del
amor fraterno –Amaos como yo os je amado- es la norma de conducta en la
comunidad cristiana. Porque los discípulos de Cristo, su Iglesia, tenemos que
vivir ya en este mundo como ciudadanos del cielo, aunque aún no lo hayamos
alcanzado. De esa forma muchos podrán interrogarse y descubrir, junto a
nosotros y detrás de nosotros a Jesús.
El papa León nos invitaba en su primer saludo a vivir de esta
manera la fe, sin miedo, sabiendo que somos sal y luz para este mundo: Dios nos
quiere, Dios los ama a todos, ¡y el mal no prevalecerá! Todos estamos en manos
de Dios. Por lo tanto, sin miedo, unidos de la mano con Dios y entre nosotros,
sigamos adelante. Somos discípulos de Cristo. Cristo nos precede. El mundo
necesita su luz. La humanidad lo necesita como puente para ser alcanzada por Dios
y por su amor. Ayúdenos también ustedes, y ayúdense unos a otros a construir
puentes, con el diálogo, con el encuentro.
Tenemos que estar convencidos para poder ser convincentes. Tenemos
que vivir de otra manera para transformar el mundo y abrir paso, adelantar, el
reinado de Dios que algún día será pleno.
Hay una conocida canción de misa “Iglesia Peregrina” que dice
en una de sus estrofas “somos un pueblo que en la Pascua nació”. Es una gran
verdad: la Iglesia nace de la Pascua de Cristo. Antes ya había discípulos y
apóstoles, los escogidos y llamados por Jesús; pero se limitaban a seguirle, a
escucharle, a veces hasta sin entenderle del todo.
Pero es en la Pascua, con las experiencias de encontrarse con
el Señor resucitado y vivo, y en Pentecostés, con el fuego del Espíritu Santo
que reciben, como pasan de ser discípulos a ser la Iglesia de Jesucristo.
Porque entonces se dan cuenta de que el Señor les ha confiado
una misión que deben cumplir. La misión es adelantar el Reino de Dios en este
mundo, ir transformándolo según su plan de salvación, hasta que él vuelva y
lleve todos esos esfuerzos a su plenitud y consumación. La Iglesia existe para
este tiempo: el que va entre la Pascua y la segunda venida, en gloria de
Cristo.
La segunda lectura, del libro del Apocalipsis, nos sitúa ante
la revelación de esos acontecimientos últimos que estamos esperando: un cielo
nuevo y una tierra nueva en la que todo lo que daña a los hijos de Dios ya no
tiene cabida. En ellos ya no hay muerte, duelo, llanto ni dolor. Es una nueva
Jerusalén engalanada, que resplandece, pero no por el brillo de oros o piedras
preciosas, sino por la belleza del amor que en ella se vive. Es la belleza de
una esposa que ama profundamente y con sinceridad.
En esta realidad nueva ya no es necesario creer, porque Dios
vive con los hombres, es su Dios, un amigo, un Padre… lo es todo.
¡Qué maravilla, pero la realidad que vivimos no es así! Desde
luego que no lo es, en este mundo que vivimos el mal es muy fuerte, el pecado y
la muerte hacen estragos.
Este mundo no se puede alcanzar aquí, es necesario para ello
pasar por una gran crisis, por una fuerte transformación de todo, “el primer
cielo y la primera tierra desaparecen”.
Pero sí que se puede adelantar viviendo según la Palabra de
Jesús. Mientras pedimos con el Padre Nuestro “Venga a nosotros tu Reino”,
tratamos de dejar que Dios reine ya en nuestras vidas viviendo al estilo de
Jesús. Por eso el evangelio de hoy nos recuerda que el mandamiento nuevo del
amor fraterno –Amaos como yo os je amado- es la norma de conducta en la
comunidad cristiana. Porque los discípulos de Cristo, su Iglesia, tenemos que
vivir ya en este mundo como ciudadanos del cielo, aunque aún no lo hayamos
alcanzado. De esa forma muchos podrán interrogarse y descubrir, junto a
nosotros y detrás de nosotros a Jesús.
El papa León nos invitaba en su primer saludo a vivir de esta
manera la fe, sin miedo, sabiendo que somos sal y luz para este mundo: Dios nos
quiere, Dios los ama a todos, ¡y el mal no prevalecerá! Todos estamos en manos
de Dios. Por lo tanto, sin miedo, unidos de la mano con Dios y entre nosotros,
sigamos adelante. Somos discípulos de Cristo. Cristo nos precede. El mundo
necesita su luz. La humanidad lo necesita como puente para ser alcanzada por Dios
y por su amor. Ayúdenos también ustedes, y ayúdense unos a otros a construir
puentes, con el diálogo, con el encuentro.
Tenemos que estar convencidos para poder ser convincentes. Tenemos
que vivir de otra manera para transformar el mundo y abrir paso, adelantar, el
reinado de Dios que algún día será pleno.
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