NOSOTROS SOMOS SU PUEBLO Y OVEJAS DE SU REBAÑO
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Hoy celebramos,
hermanos, el cuarto domingo de la Pascua, que es llamado el Domingo del Buen
Pastor. Ya hemos visto el motivo del nombre: Jesús dice de sí mismo en el
Evangelio que es el Buen Pastor de todos y que desea que su voz sea escuchada y
conocida.
El nuevo
papa de la Iglesia católica, León XIV, al comenzar su pontificado el jueves de
esta misma semana, nos saludó con el deseo de paz de Jesucristo, el Buen Pastor
resucitado que dio la vida por el rebaño de Dios. Rezamos por él, para que sea un
buen pastor a imagen de Jesucristo, que lleve la paz humilde y perseverante del
Resucitado a la Iglesia y al mundo.
En este
domingo del Buen Pastor se celebra la Jornada de oración por las vocaciones;
pedimos juntos al Señor que nos conceda el regalo de muchos hombres y mujeres
que sean un signo de su cuidado de Buen Pastor para nuestro mundo, en las
diferentes vocaciones de la Iglesia: sacerdotes, religiosos y religiosas,
misioneros, padre y madres de familia…
En la
primera lectura de estos domingos de Pascua, con la lectura de los Hechos de
los apóstoles, vamos viendo cómo la Buena Nueva del evangelio se fue abriendo
camino después de la resurrección del Señor. Pero no se extendió por
casualidad, sino porque los apóstoles, movidos y fortalecidos por el Espíritu
Santo, que habían recibido en Pentecostés, se esforzaron por hacerla llegar
hasta los confines de la tierra. No siempre cosechaban éxitos, ni mucho menos…
a veces eran rechazados precisamente por aquellos que ellos pensaban que serían
sus primeros receptores, los israelitas.
¿Qué
hacían ante esto? ¿Se hundían en el fracaso y abandonaban la misión? ¿Decían,
como a veces decimos nosotros, “Ya no puede hacerse nada, esto es tiempo
perdido”?
Al
contrario, entendían esas experiencias de fracaso como las pistas que Dios les
daba para que siguieran la misión en otros lugares y de otros modos. Así, la
misión pasó de tener como destinatarios a los israelitas a tener como
destinatarios a los gentiles. Y aquellos que se sentían despreciados, como
rechazados e indignos, quedaron llenos de alegría y del Espíritu Santo porque
se les anunciaba el Reino de Dios también a ellos.
Se trata
de una enseñanza importante la que nos deja esta experiencia de los apóstoles:
no hay que quedarse cruzados de brazos, no hay que dejar que el pesimismo nos
derrote porque no hay nada que hacer, porque es difícil dar catequesis, porque
hay pocos jóvenes en las celebraciones, porque cuesta testimoniar la fe en las
familias y en la sociedad…
Hay que
abrir caminos nuevos para el Evangelio con ilusión, sin derrotismos, con la
fuerza y la esperanza que nos infunde encontrarnos con el Resucitado, nuestro
Buen Pastor, que nos guía con su Palabra y nos alimenta con la Eucaristía.
Porque el
Evangelio es para todos y no podemos conformarnos sabiendo que, a nuestro
alrededor, hay quienes no lo conocen o solo lo conocen de oídas, pero sin tener
una experiencia personal de la fe.
En el
libro del Apocalipsis, segunda lectura de hoy, el vidente Juan contempla la
multitud de los redimidos, incontables, vestidos de blanco, de todas las
naciones, razas, pueblos y lenguas. Muchos han sufrido mucho en sus vidas, y
Dios mismo les cuida con cariño: ya no pasan hambre ni sed, toda lagrima de los
ojos es enjugada.
Al Buen
Pastor que es Jesús, le importamos todos, no se olvida de nadie, todos cuentan
ante Él: Mis ovejas escuchan mi voz, ellas me siguen y yo les doy la vida
eterna. No perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano”. Es un
Pastor que quiere a todos por igual, sin hacer distinciones entre personas.
Somos
nosotros, en cambio, los que permanecemos indiferentes, tantas veces, ante el
sufrimiento de los hermanos, como si no nos importase. También nos pasa a los
que somos sus discípulos.
Pensemos,
y creámonos, que Dios cuenta con nosotros para que su Palabra de vida, sus
cuidados de pastor, lleguen a todos, especialmente a los más alejados. Para
ello nos da dones, cualidades y carismas, vocaciones al servicio de la Iglesia.
Todas diferentes, pero necesarias y complementarias.
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