jueves, 22 de mayo de 2025

DOMINGO SEXTO DE PASCUA (ciclo C)

 MI PAZ OS DOY

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Avanzamos una semana más en el tiempo de la Pascua y hoy ya es el domingo sexto. El tiempo que el Señor resucitado dedicó a fortalecer la fe de sus apóstoles y a animarles, la Pascua, ya va tocando a su fin.

    El próximo domingo celebraremos la Ascensión del Señor. Jesús resucitado vuelve al Padre Dios y deja la tarea de la construcción del Reino de Dios en este mundo a su Iglesia.

    Se fía de los apóstoles, se fía de nosotros y, aunque no siempre seamos los mejores discípulos ni los más fieles al Evangelio, nos confía su misión. Su Ascensión no significa que nos deje solos, porque Él estará con nosotros hasta el final de los tiempos, pero ahora somos nosotros su Cuerpo en el mundo: sus labios para proclamar, sus manos para ofrecer, su corazón para perdonar, para amar y, también, para sufrir.

    De la Iglesia nos habla hoy la Palabra de Dios, de la Iglesia que estaba comenzando a existir en el tiempo de los apóstoles. Tantas veces hemos idealizado a aquella comunidad primitiva y la vemos muy alejada de nuestra Iglesia de hoy.  O, mejor dicho, nos vemos nosotros muy alejados de su frescura original. Pero el libro de los Hechos de los apóstoles, que es la lectura continua en este tiempo pascual, nos dice que no es exactamente así…

    Aquella era una comunidad cristiana formada por creyentes como nosotros, con ideas distintas y, en ocasiones, enfrentadas, sobre cómo debían resolver el reto que les planteaba anunciar a Jesucristo a todas las naciones, que es la tarea inabarcable que nos dejó el Señor. Y a veces discutían, incluso se enfadaban entre ellos. Justamente igual que nosotros en la Iglesia actual.

    Pero hay algo muy importante que, pese a sus diferencias, les mantenía unidos siempre: compartían el proyecto de Cristo y estaban dispuestos a dar lo mejor de sí mismos, incluso a dar la vida, para sacarlo adelante. Y cuando no sabían qué hacer, qué camino escoger, se ponían a orar juntos, en actitud de escuchar juntos al Espíritu Santo y así era como decidían qué camino tomar.

    Esta palabra, que va sonando tanto en nuestras reuniones de grupos parroquiales y en nuestras asambleas diocesanas, la Sinodalidad, resume el modo de ser de aquella Iglesia de los apóstoles. El mismo que queremos para nuestras comunidades hoy. Sinodalidad significa caminar juntos en el proyecto de Jesús, codo con codo, hombro con hombro.

    Los apóstoles no renunciaban a serlo, no se descargaban de su misión, pero no llevaban adelante solos la vida de las comunidades, sino que contaban con los dones y carismas que el Espíritu Santo suscitaba entre todos los creyentes.

    Y decidían con otros, no ellos solos, lo que afectaba a todos. Tenemos que tener muy claro que la Iglesia no puede ser responsabilidad del Papa León XIV, de los obispos y de los sacerdotes. Que una Iglesia en la que unos pocos deciden y trabajan, mientras el resto acude pasivos a lo que les preparan, no es la Iglesia que quiere Jesús, sino una deformación de esta.

    La Iglesia de Jesús es aquella en la que todos los bautizados contamos, todos trabajamos, todos amamos, todos evangelizamos… cada cual desde su vocación, en el lugar en el que está y aportando sus propios talentos.

    En el Evangelio nos ha dicho Jesús que, si le amamos y guardamos su Palabra, él y el Padre viven en nosotros, somos presencia de Dios los unos para los otros. Y tenemos su Espíritu Santo, Maestro y Defensor, que nos enseña todo lo esencial, que nos fortalece, que nos corrige, que nos consuela. Todos los bautizados somos templos del Espíritu Santo y, por ello, todos debemos ser miembros activos de su Iglesia.

    El Señor resucitado nos da su paz, pero no como la da el mundo. La paz que nos da no es una paz equivalente a  la ausencia de problemas porque todo nos da lo mismo, la paz que Él nos regala. Tampoco es la paz de quienes dicen “aunque nos odiemos, vamos a llevarnos bien”.

    Es la paz que disfrutan aquellos que buscan, ante todo, el Reino de Dios y su justicia, aunque eso les complique la vida. Se la complicó a los apóstoles y nos la complica a nosotros. Pero vivir su Evangelio nos produce una paz y una alegría que nada ni nadie nos va a quitar.


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