TÚ ERES NUESTRO BUEN PASTOR
Este cuarto domingo de Pascua es conocido como el Domingo del Buen Pastor, porque se lee el evangelio de Juan en el que Jesús se llama así a sí mismo: “Yo soy el Buen Pastor”. Para las personas que vivan en grandes ciudades o que no hayan visto de cerca la labor de los pastores con su rebaño puede que resulte una imagen extraña. Hasta puede que a algunos lo de ser rebaño les suene mal, a alienación y falta de autonomía. Pero, desde luego, aquellos que le oían, lo entendían perfectamente.
De hecho fue la primera imagen con la que Jesús fue representado ya en el siglo segundo en las catacumbas. Cuando aún no se le había representado nunca como crucificado, ya existían imágenes cristianas de Jesús como pastor cargando a hombros una oveja.
El pastor que vive bien su oficio, se hace uno con su rebaño, a él le dedica su día, comparte su suerte en el campo; si cae la lluvia se moja también, si es un sol aplastante también él pasa calor. Y el rebaño constituye su preocupación constante: buscar dónde hay agua, buscar donde hay sombras, donde estarán los mejores pastos, protegerlo de las fieras… Así hemos visto vivir tantas veces a los pastores de nuestros pueblos.
Ya en el Antiguo Testamento se habla de Dios como el pastor de su pueblo, tal y como aparece en el precioso salmo 22 “El Señor es mi pastor, nada me falta…” Y se dice que los reyes han de pastorear a sus súbditos a imagen de Dios Pastor bueno.
Pues el Señor Jesús no es solo un pastor, sino el Buen Pastor, el mejor de los pastores posibles. Él mismo lo resume en dos expresiones: él “nos conoce” y “da la vida por nosotros”.
Nos conoce, es decir que para Dios y para su Hijo Jesucristo no somos simples números, no somos sin más la masa humana. Cada uno de nosotros le importa, sabe mejor que nosotros mismos de nuestras tristezas, de nuestras preocupaciones y angustias. Por eso Jesús nos dijo que para hablar con el Padre no necesitábamos usar de muchas y grandes palabras, ya que él lee siempre en lo profundo de nuestros corazones. No somos anónimos, sino hijos amados.
Hay tantas personas que hoy dicen: “nadie me comprende” o “no cuento para nadie”; pues bien digámosles los creyentes que no es cierto, porque cada uno le importamos a este Buen Pastor.
Pero también dice “y las mías me conocen”; tenemos que conocer a este Pastor nuestro, estar cerca de él, escuchar su voz, sentir su presencia viva. Para conocerle tanto como él nos conoce, tenemos que tratarle, que es como se conoce a los amigos: escuchar, leer y meditar su Evangelio, tener ratos de oración ante la Eucaristía o en el silencio de nuestras casas, tratarle en la comunidad cristiana porque "donde están reunidos en mi nombre allí estoy yo", nos ha dicho. ¿Tengo interés en conocer a fondo al Buen Pastor?
Da la vida por nosotros. Para Jesús es muy distinta la actitud del pastor que quiere de verdad a su rebaño, a la de aquellos que son simples asalariados, a los que solo les importa el jornal pero no el rebaño.
Pastores del pueblo de Israel eran, al menos en teoría, sus dirigentes: los sacerdotes, los escribas y fariseos. Pero, en la realidad, a ellos no les importaba nada lo que les pasara a los leprosos, a las viudas, a los pobres. De hecho Jesús pronuncia estas palabras justo después de dar la vista a un ciego de nacimiento al que, por contraste, las autoridades religiosas, se dedican a interrogar con dureza.
Este Buen Pastor, crucificado por amor y ahora resucitado, está y estará con nosotros hasta el final de los tiempos, según su promesa. Y no deja de conocernos, cuidarnos, pastorearnos. Lo hace mediante su Palabra y sus sacramentos.
Y a través de sus discípulos, todos colaboramos con el amor y la preocupación del Buen Pastor cuando nos cuidamos los unos a los otros, cuando tratamos de que nadie se quede olvidado.
Es lo que hizo Pedro, que, en el nombre de Jesús cura a un tullido, aunque eso le traiga luego consecuencias como ser interrogado en el tribunal por haber hecho algo en nombre del crucificado Jesús, cuyo nombre quieren hacer desaparecer. Pedro, en lugar de defenderse a sí mismo, aprovecha la ocasión para predicar: “ese que creíais que era la piedra desechada es ahora la piedra angular”, sin la cual nada puede construirse ya.
¿Nos creemos esto, lo que hemos repetido en el salmo? Que Cristo Buen Pastor es la piedra angular y que, sin él, todo lo que construyamos en la vida carece de valor y de sentido y se derrumba como un arco de piedras al que le falta la piedra clave.
Ya somos hijos de Dios, hijos amados, dice el apóstol san Juan, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Seremos semejantes a él, transformados, hechos de nuevo como ni podemos siquiera imaginar. Esto no son ilusiones vanas, sino promesas del Buen Pastor que sabemos que se cumplen porque su amor es real, hasta dar la vida por cada uno de nosotros.
Sigamos viviendo este domingo del Buen Pastor. Aprovechemos para orar por las vocaciones como se nos pide en esta jornada eclesial: que haya muchos amigos de Jesús que descubran que cuenta con ellos para ser buenos pastores que, como él, amen y den la vida por su pueblo.
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