MAESTRO, ENSÉÑANOS A ORAR
Todas
las lecturas que hoy se han proclamado son una invitación a la oración. Alguien
dijo que la oración es el aliento del cristiano; igual que continuamente
respiramos, y sin esa respiración ininterrumpida no es posible la vida, la
oración nos acompaña continuamente.
No
solo oramos en situaciones de necesidad, aunque seguro en estos momentos es
cuando nuestra oración se hace más intensa, sino que oramos siempre:
agradeciendo, glorificando, intercediendo por otras personas y por otras
situaciones…
¿Cómo
debe ser nuestra oración? En la historia de la comunidad cristiana tenemos
grandes maestros de oración como san Agustín, santa Teresa de Jesús, san Juan
de la Cruz, san Juan de Ávila, y tantos otros. Sus escritos nos siguen
motivando a orar.
Pero
todos ellos se inspiraron y aprendieron del gran maestro de oración que es
Jesús. Jesús oraba, como cualquier hebreo de su tiempo, con los salmos que
repiten a lo largo del día. Acudía a la sinagoga los sábados y al templo de
Jerusalén en las grandes fiestas de su pueblo.
Pero,
además de todo esto, se retiraba en soledad a orar con una oración de confianza
e intimidad con el Padre Dios. Era algo que le llamaba la atención a sus
discípulos, que nunca habían visto a nadie orar así y, por ello, le pidieron:
Maestro, enséñanos a orar.
Es
una petición que también podemos repetir nosotros, este domingo y siempre:
Maestro, enséñanos a orar. Porque muchas veces decimos que no tenemos tiempo para
rezar así, aunque sí lo tenemos para otras distracciones y pasatiempos menos
provechosos. O decimos que no tenemos tiempo para leer la Palabra de Dios, o
que no la entendemos, pero tampoco buscamos los medios para comprenderla mejor.
Hoy
nuestro Maestro de oración nos enseña, con esta Palabra, una actitud esencial
de la oración cristiana: la Perseverancia.
Esta
actitud aparece en la primera lectura; mientras Moisés tiene los brazos alzados
hacia Dios, el pueblo vence, pero cuando se cansa y los baja, vencen sus
enemigos. Aarón y Jur, sus amigos, le sostienen los brazos, porque en esto de
no desfallecer en la oración nos ayudamos los unos a los otros, nos animamos,
nos sostenemos.
Si
la viuda no se cansó de reclamar justicia a ese juez de la parábola, al que no
le importaban ni Dios ni los hombres, cuanto menos nos debemos cansar nosotros,
que no nos dirigimos en la oración a un juez injusto, sino al Padre Dios bueno
y providente. Es lo que nos enseña Jesús en la parábola del evangelio.
“Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que
claman a Él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que sin tardar
les hará justicia”.
Si caemos en la tentación de pensar que la
oración no sirve, que no es escuchada, que Dios no nos hace caso, no estaríamos
orando como el Maestro de oración Jesús nos enseña.
Vamos a repetir interiormente hoy esta petición
de los discípulos de entonces: Maestro, enséñanos a orar. Con perseverancia,
con confianza de hijos, con generosidad y con la certeza de que Dios quiere
siempre lo mejor para nosotros.
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