viernes, 8 de marzo de 2024

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA (B)

 TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO QUE ENTREGÓ A SU HIJO

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Hemos pasado ya el ecuador del tiempo cuaresmal. Estamos en el domingo cuarto, al que la tradición cristiana ha llamado Domingo de la Alegría. Con una palabra latina es el “Domingo Laetare”.

    ¿Cuál es la razón de esa alegría? ¿No se supone, dirán algunos que la cuaresma es un tiempo sombrío, triste y penitencial? El motivo de la alegría es la cercanía de la Pascua del Señor, que es el acontecimiento central de la historia de nuestra salvación. Como dice la oración colecta de la misa de hoy “Haz que el pueblo cristiano se apresure, con fe gozosa y entrega diligente, a celebrar las próximas fiestas pascuales”. Nos queda ya poca cuaresma, pero la que queda la podemos y debemos aprovechar con intensidad.

    El evangelio de hoy no nos presenta una acción de Jesús, sino parte de un diálogo extenso y muy profundo entre Jesús y un judío importante y miembro del consejo del sanedrín: Nicodemo. Nicodemo, como tantos otros, simpatizaba con el mensaje de Jesús, le reconocían como un maestro que enseña la verdad de Dios, pero no se atrevían a seguirle como discípulos.

    El diálogo tiene lugar de noche, Nicodemo va a visitar a Jesús de noche.  En parte es para pasar desapercibido y no ser señalado por el resto de los judíos notables como aquel que fue a consultar al maestro de Galilea. Pero, en parte también, es porque él mismo está en la noche: Nicodemo está en la noche oscura de una religión basada en la ley, en la observancia de los ritos, frente a la luz del Señor Jesús, que viene del Padre a enseñarnos una nueva forma de vivir la relación con Dios, basada ya en vivir como hijos del Padre y hermanos entre nosotros. 

    Nicodemo busca pasar la oscuridad a la luz, y ese es el motivo de que leamos este evangelio en el domingo de la cuaresma. Recordemos que la cuaresma es el tiempo de la preparación de los catecúmenos para recibir el bautismo en la Pascua; y, para nosotros, es el tiempo de prepararnos a renovar nuestro bautismo también. El bautismo es luz y agua y el bautismo ilumina nuestra vida.

    Para tener luz de Dios en la vida hay que encontrar a Jesús y pararse a estar con él como hace Nicodemo. Y hay que reconocer que nosotros, aun siendo creyentes y practicando la fe, muchas veces damos por supuesto que le conocemos ya realmente, pero no es así. Es frecuente que nos conformemos con una fe de rutina, de costumbres, pero un tanto apagada. Y las personas que quieren descubrir a Jesucristo, como Nicodemo entonces, pero también como jóvenes hoy que ya no han sido ni bautizados, pero tienen preguntas espirituales sobre Jesús, nos deben interrogar: ¿Mi fe es personal, es meditada, es convencida?, ¿realmente es importante en mi vida la relación viva y personal con Jesucristo?

    En el fragmento del diálogo que hoy leemos, Jesús le descubre al judío Nicodemo lo más importante de nuestra fe. Si tuviéramos que resumir lo más esencial, de nuestra fe serían estas palabras del Evangelio: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”.

    En la cruz de Jesucristo tenemos la prueba más grande del amor de Dios por nosotros, y si aceptamos esto, estamos en la luz y la salvación, si no lo aceptamos o no significa nada para nosotros, estamos en la oscuridad y la perdición.

    Dios nos juzgará no solo por las obras de misericordia y compartir, que también, sino por haber acogido o rechazado por la fe el amor que nos ha manifestado entregando la vida de su Hijo Jesucristo en la cruz.

    Tenemos motivos para el arrepentimiento, para pedirle a Dios misericordia. El pecado que resume todos los pecados de Israel, que hemos escuchado en la primera lectura, y también los nuestros, es la falta de agradecimiento y de correspondencia al amor de Dios; Él nos ama hasta haber dado la vida de su Hijo por nosotros y, aun así, nosotros… apenas nos acordamos de esto que debería cambiarnos la vida. Por eso hemos dicho con el salmo: “Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti”.

    Hoy parece que cae mal hablar de pecado y de arrepentimiento; como suele decirse “es políticamente incorrecto” hablar de esas cosas. En cambio, se dice a menudo y, quizás hasta nosotros mismos lo hemos dicho: No tengo de que arrepentirme…. no hay que culpabilizarse…. Dios ya nos lo ha perdonado todo…

    Pues, precisamente, una de las cosas más necesarias que nos pide este tiempo de renovación cuaresmal es el descubrimiento de mi pecado, como falta de amor y correspondencia a Dios, y de mi necesidad de arrepentimiento y conversión. ¿Cómo puedo experimentar ese amor y perdón de Dios que me renueva, que me abraza, que me comprende y me llena de fuerzas para seguir adelante? La Iglesia nos propone el sacramento del perdón o confesión. Jesús dijo a sus apóstoles “a quienes les perdonéis los pecados yo se los perdono”. 

     Por eso, en este sacramento, por medio de la presencia de un sacerdote, es Jesús mismo quien nos perdona los pecados. El mejor fruto que podría dar en nosotros esta cuaresma es que, sin miedo y con confianza, nos acerquemos al sacramento de la confesión, que celebraremos pronto de modo comunitario en las parroquias.

     

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