sábado, 16 de marzo de 2024

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA (B)

    ESTA SEMILLA MUERE PARA DAR MUCHO FRUTO


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Nos acercamos al final de la Cuaresma; ya llegan los días más importantes del año cristiano, para los que nos hemos estado preparando: la Pascua, la Pasión, muerte y resurrección de nuestro Salvador Jesucristo.

    En este domingo quinto, el anterior al Domingo de Ramos, Jesús anuncia su cercana muerte. Lo hace ante la pregunta de unos extranjeros que, con motivo de la Pascua judía, habían llegado a la ciudad. Jerusalén se llenaba de peregrinos llegados de todas partes; como en todas las fiestas religiosas, tal y como ocurre con nuestra Semana Santa, los intereses y creencias se mezclan. Algunos de los que allí estaban eran verdaderos peregrinos religiosos, otros simples turistas llevados por el deseo de vivir la fiesta en una ciudad llena.

    El evangelio nos habla de dos griegos que querían ver a Jesús; eran dos extranjeros creyentes en la fe de Israel, a los que se llamaba “temerosos de Dios” y que se podían considerar como judíos de segunda categoría. Habrían oído hablar de Jesús, el profeta galileo, y le piden a uno de sus discípulos, Felipe, poder verlo y estar con él. Se lo piden a él porque era griego como ellos, así que podía hacer de mediador.

    No sabemos si Jesús finalmente se encontró con ellos; pero aquella petición fue la ocasión de que Jesús enseñase a sus discípulos cuál es el sentido de su vida y cuál será el sentido de su muerte en cruz. Él no ha venido enviado por el Padre a triunfar humanamente con un éxito militar o político, sino a salvarnos dando su vida, como el grano de trigo que cae en tierra y parece desaparecer, aunque realmente está sembrándose para dar fruto abundante de vida.

    Jesús pasó así por el mundo haciendo el bien, olvidándose de sí mismo para vivir por los demás, por Dios y por los hermanos, especialmente los más pequeños y los que más sufren. Fue grano de trigo con su vida y con su muerte, pero su entrega no queda infecunda, produce salvación y vida eterna si creemos en él y vivimos haciendo de la vida un servicio como él: El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará.

    La segunda lectura de hoy, tomada de la Carta a los Hebreos, nos ha dicho que Jesús siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.

    El mismo Jesús, siendo Hijo de Dios, buscó obedecer en todo al Padre, seguir hasta el fin su plan salvador, aunque eso suponía la muerte en cruz, rechazado por todos e incluso abandonado por sus discípulos. Podía haber escogido un camino más fácil o abandonar la misión que se le había encomendado, que era con lo que le tentó el demonio en el desierto al comenzar su vida pública. Pero no lo hizo, permaneció fiel hasta el final.

    Tenemos que reconocer que muchas veces los caminos de Jesús no son los nuestros, tenemos que reconocer que, aunque nos digamos sus discípulos, no siempre le entendemos ni compartimos con él su modo de pensar y de vivir. A veces pensamos que no se puede seguir su evangelio en este mundo actual en el que o pisas o te pisan… o subes tú o suben otros en tu lugar.

    Por esto comenzamos siempre la Eucaristía pidiendo perdón, diciéndole al Señor, ten piedad porque no vivimos y actuamos como tú, como la ley santa que has inscrito en nuestros corazones: ¡Oh, Dios, crea en mí un corazón puro!, como pedimos hoy con el salmo.

    Podemos preguntarnos personalmente: ¿Qué he descubierto durante esta Cuaresma, guiado por la Palabra de Dios, que debo cambiar? ¿Qué criterios, valores, formas de pensar y de actuar tengo que no son los de Jesús, que no son ni evangélicos ni cristianos?

    Es importante preguntárselo, porque Jesús nos dice hoy: El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. Es decir, el que quiere vivir dejando de lado a Jesucristo, el que quiera vivir solo para sí mismo, echa su vida a perder, ahora y para la eternidad; en cambio, el que vive según el Evangelio, se guardará para la vida eterna.

    La conversión cristiana es darse cuenta de aquello que es pecado, que nos quita vida, alegría, paz, que va contra la Alianza de amor de Dios y pedir perdón con la ayuda de su gracia. Tenemos el sacramento de la Reconciliación donde celebramos el perdón de Dios y nos sentimos profundamente renovados, acogidos, levantados. Será el broche de oro, el mejor de los cierres posibles para el camino cuaresmal. 

    En nuestras parroquias lo celebraremos el Lunes y Martes Santo. Ya nos tenemos que preparar desde ahora haciendo el examen de conciencia, con toda paz y confianza, sabiendo que, en esta celebración, por medio del ministerio del sacerdote, nos encontramos con el amor entrañable de Dios, que nos comprende, es compasivo y misericordioso.

 

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