EL ESPÍRITU DE DIOS SE POSÓ SOBRE ÉL
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Hoy
celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, en el primer domingo de enero,
con la que se cierra el tiempo de Navidad. En la Navidad y la Epifanía hemos
celebrado el acontecimiento que cambia la historia de los hombres para siempre:
Dios ha hecho una opción por nuestra humanidad, por cada uno de nosotros, y ha
venido a compartir nuestra vida como el Emmanuel (Dios que está con nosotros).
Después
de los relatos de la infancia, y del episodio de Jesús adolescente, extraviado
voluntariamente en el templo para discutir con los sabios de la Ley, los
evangelios no nos dicen nada más. Son casi treinta años de vida oculta y
silenciosa en el pueblo de Nazaret… ¿qué hace Jesús en todo ese tiempo? Vivir
como uno más una vida sencilla y anónima, trabajando en el taller familiar.
Esto
en lo externo, pero, ¿y en lo interior? Jesús va madurando como hombre su
conciencia de ser el Hijo enviado, el que debe cumplir hasta el final la
voluntad de su Padre del cielo.
El
bautismo que Juan da el Jordán será el momento decisivo de comenzar la misión.
Resulta llamativo que Jesús, que no tiene pecado alguno, que es el cordero de
Dios que quita el pecado del mundo, como le llamará Juan, quiera recibir este
bautismo de conversión.
Por
este motivo Juan no quiere bautizarlo y se resiste a hacerlo: “Soy yo el que
necesito que tú me bautices y ¿tú acudes a mí?”. Pero Jesús le insiste, para
que se cumpla toda justicia. ¿A qué se refiere el Señor Jesús?
Por
un lado, al ponerse en la cola de los penitentes que piden el bautismo de Juan,
Jesús está expresando desde el comienzo de su vida pública cuál es su misión:
es el pastor que viene a buscar la oveja más perdida, es el médico que
necesitan los enfermos.
Él
no necesita el bautismo de Juan, pero va a compartir la vida de los que buscan
perdón y sanación, aunque eso le suponga ser llamado despectivamente “amigo de
publicanos y pecadores” o “impuro”.
Por
otro lado, el bautismo será la ocasión para que Dios Padre manifieste por
primera vez que Jesús es su Hijo amado, al que hay que escuchar, y derrame
sobre él el Espíritu Santo, ungiéndolo para que pase haciendo el bien y curando
a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios está con él.
Jesús,
después de recibir esta efusión del Espíritu comienza la misión del Reino. Lo
hace con el estilo que debía tener el enviado por Dios según el profeta Isaías:
sin gritar, ni clamar por las calles, con suavidad y amabilidad, invitando a
todos a acercarse al amor de Dios. Sin cascar la caña quebrada ni apagar el
pábilo vacilante, valorando lo poco de bueno que cada uno pueda tener, la
monedita de la viuda, la semilla pequeña, la levadura… es el estilo de Jesús de
Nazaret.
En
este día del Bautismo del Señor, también pensamos en nuestro propio bautismo.
Nosotros no hemos recibido el bautismo de Juan, sino uno infinitamente mejor,
que aquel solamente anunciaba: el bautismo en el Espíritu Santo, el bautismo de
Jesús.
Hemos
sido hechos hijos en el Hijo, y somos amados con el mismo amor con el que el
Padre ama a su Unigénito. Tenemos el don del Espíritu Santo, que va actuando en
nosotros, que nos va transformando lentamente y desde dentro, y que nos hace
llamar a Dios Abbá-Padre.
Hoy
es un día ideal para agradecerlo. Nunca agradeceremos lo suficiente el regalo del
bautismo cristiano, el mayor tesoro que se nos ha podido confiar. Pero, como
todo gran don, conlleva una gran responsabilidad: la de vivir como Hijos de
Dios, al estilo de Jesús, según su Evangelio.
Que lo vivido durante este tiempo gozoso de la Navidad que hoy termina, nos ayude a vivir el año que estamos comenzando según nuestra vocación de bautizados.
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