VENIMOS A ADORAR AL REY
La
encarnación del Hijo de Dios es una realidad tan grande, que necesitamos de
todos estos días de la Navidad para poder ir asimilándola y profundizando en
ella, aunque siempre será más de lo que podamos decir de ella.
Hoy
celebramos la Epifanía del Emmanuel; epifanía significa manifestación, su
manifestación a las naciones paganas de la tierra, representadas en aquellos
misteriosos magos llegados desde tierras lejanas del Oriente.
Toda
la Navidad es una constante manifestación del plan salvador de Dios. A los
primeros a los que se les manifiesta es a María y a José que, por medio de los
enviados de Dios, los ángeles, reciben el anuncio de lo que Dios quiere
realizar a través de ellos: la redención de los hombres.
Después
los ángeles lo manifiestan a los pastores que velaban en el campo sus rebaños:
son los últimos entre los últimos, los que tenían que dormir al raso, entre el
ganado, cuidando las propiedades de otros. Ellos son los más pobres que primero
abren su corazón a la noticia del Emmanuel, precisamente porque en su vida dura
son los que más necesitan una noticia así.
Pero
la manifestación llega también más allá de las fronteras de Israel, hasta el
Oriente, a las naciones de gentiles que no compartían la fe hebrea, pero sí sus
esperanzas en una presencia salvadora de Dios para la humanidad que sufre.
¿Quiénes
son estos personajes del Oriente? Poco nos dicen los evangelios: son magos, un
término que en la Biblia aparece, con frecuencia, relacionado con la sabiduría.
Podían ser sabios persas que conocen las Escrituras, las profecías sobre el rey
de los judíos que habría de nacer en la ciudad de David, Belén, y que escrutan
los cielos en busca de movimientos de los astros.
Según
la mentalidad oriental, el nacimiento de un gran personaje debía ser anunciado previamente
por el surgimiento en el cielo de su estrella: ellos la vieron y se pusieron en
camino.
El
relato subraya un contraste fuerte entre la actitud de estos magos y la del rey
Herodes con su corte de sabios y escribas. Estos sí que eran judíos, sí
conocían las Escrituras, habrían visto también el brillo de la estrella… pero
no se ponen en camino. No creen necesitar la redención, no quieren conocer la
Buena Noticia que viene de Dios, porque ya están satisfechos en sus lujos y en su
poder.
Herodes
se inquieta, pero no con la intención de adorar, sino por el miedo a perder su
poder absoluto, por miedo a que llegue un rey legítimo que le destrone a él, el
rey ilegítimo que no desciende de David.
Los
magos del Oriente al llegar no se espantan ante la pobreza de la escena: un
niño acostado en un pesebre, con sus padres y algunos pastores como única
compañía, no era un entorno digno de un rey. Pero la fe les hace ver más allá
de lo que ven los ojos de la cara, se arrodillan y lo adoran. Le ofrecen tres
regalos significativos, que son todo un programa que anuncia quién ese recién
nacido: oro, el regalo de un rey, porque será rey del universo, incienso, el
regalo de un dios, porque es el Hijo de Dios hecho hombre, mirra, con la que se
amortajan los cuerpos, anunciando que será víctima y morirá para salvarnos.
Esta
escena de la adoración de los Magos, tantas veces representada en el arte,
merece que la contemplemos con fe y admiración: unos personajes sabios,
seguramente poderosos, hincan sus rodillas ante un recién nacido en el lugar
más pobre, el último que alguien escogería para el nacimiento de un rey: un
pesebre en una aldea remota. Pero su fe les dice que, quien está allí, es el
Dios único y verdadero hecho carne, hecho hombre.
La
encarnación del Señor, que es el cimiento de nuestra fe, y que celebramos
durante toda la Navidad, no se puede entender sin humildad, sin ponerse de
rodillas para adorar y agradecer. Con la lógica humana no puede entenderse que
el Creador quiera hacerse criatura, que el eterno quiera hacerse mortal, que el
todopoderoso quiera hacerse frágil… hay que entrar en la lógica del amor y de
la fe con actitud humilde y adorante o no entenderemos nada.
La
salvación que trae el Emmanuel es para todos, es universal. Así es desde el
principio, como lo manifiesta esta visita que recibe desde el Oriente. Después,
Jesús se saltará todas las barreras de su tiempo entre judíos y gentiles,
samaritanos e israelitas, porque lo que él quiere es que todos, sin excepción,
se llenen del amor de Dios Padre y entren a formar parte de su Reino. No
podemos callarnos la Buena Noticia del Evangelio, hay que ser misioneros,
estrellas que guían a otros ante el Emmanuel e invitan a adorar y agradecer.
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