viernes, 5 de enero de 2024

EPIFANÍA DEL SEÑOR (ciclo B)

 VENIMOS A ADORAR AL REY


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    La encarnación del Hijo de Dios es una realidad tan grande, que necesitamos de todos estos días de la Navidad para poder ir asimilándola y profundizando en ella, aunque siempre será más de lo que podamos decir de ella.

    Hoy celebramos la Epifanía del Emmanuel; epifanía significa manifestación, su manifestación a las naciones paganas de la tierra, representadas en aquellos misteriosos magos llegados desde tierras lejanas del Oriente.

    Toda la Navidad es una constante manifestación del plan salvador de Dios. A los primeros a los que se les manifiesta es a María y a José que, por medio de los enviados de Dios, los ángeles, reciben el anuncio de lo que Dios quiere realizar a través de ellos: la redención de los hombres.

    Después los ángeles lo manifiestan a los pastores que velaban en el campo sus rebaños: son los últimos entre los últimos, los que tenían que dormir al raso, entre el ganado, cuidando las propiedades de otros. Ellos son los más pobres que primero abren su corazón a la noticia del Emmanuel, precisamente porque en su vida dura son los que más necesitan una noticia así.

    Pero la manifestación llega también más allá de las fronteras de Israel, hasta el Oriente, a las naciones de gentiles que no compartían la fe hebrea, pero sí sus esperanzas en una presencia salvadora de Dios para la humanidad que sufre.

    ¿Quiénes son estos personajes del Oriente? Poco nos dicen los evangelios: son magos, un término que en la Biblia aparece, con frecuencia, relacionado con la sabiduría. Podían ser sabios persas que conocen las Escrituras, las profecías sobre el rey de los judíos que habría de nacer en la ciudad de David, Belén, y que escrutan los cielos en busca de movimientos de los astros.

    Según la mentalidad oriental, el nacimiento de un gran personaje debía ser anunciado previamente por el surgimiento en el cielo de su estrella: ellos la vieron y se pusieron en camino.

    El relato subraya un contraste fuerte entre la actitud de estos magos y la del rey Herodes con su corte de sabios y escribas. Estos sí que eran judíos, sí conocían las Escrituras, habrían visto también el brillo de la estrella… pero no se ponen en camino. No creen necesitar la redención, no quieren conocer la Buena Noticia que viene de Dios, porque ya están satisfechos en sus lujos y en su poder.

    Herodes se inquieta, pero no con la intención de adorar, sino por el miedo a perder su poder absoluto, por miedo a que llegue un rey legítimo que le destrone a él, el rey ilegítimo que no desciende de David.

    Los magos del Oriente al llegar no se espantan ante la pobreza de la escena: un niño acostado en un pesebre, con sus padres y algunos pastores como única compañía, no era un entorno digno de un rey. Pero la fe les hace ver más allá de lo que ven los ojos de la cara, se arrodillan y lo adoran. Le ofrecen tres regalos significativos, que son todo un programa que anuncia quién ese recién nacido: oro, el regalo de un rey, porque será rey del universo, incienso, el regalo de un dios, porque es el Hijo de Dios hecho hombre, mirra, con la que se amortajan los cuerpos, anunciando que será víctima y morirá para salvarnos.

    Esta escena de la adoración de los Magos, tantas veces representada en el arte, merece que la contemplemos con fe y admiración: unos personajes sabios, seguramente poderosos, hincan sus rodillas ante un recién nacido en el lugar más pobre, el último que alguien escogería para el nacimiento de un rey: un pesebre en una aldea remota. Pero su fe les dice que, quien está allí, es el Dios único y verdadero hecho carne, hecho hombre.

    La encarnación del Señor, que es el cimiento de nuestra fe, y que celebramos durante toda la Navidad, no se puede entender sin humildad, sin ponerse de rodillas para adorar y agradecer. Con la lógica humana no puede entenderse que el Creador quiera hacerse criatura, que el eterno quiera hacerse mortal, que el todopoderoso quiera hacerse frágil… hay que entrar en la lógica del amor y de la fe con actitud humilde y adorante o no entenderemos nada.

    La salvación que trae el Emmanuel es para todos, es universal. Así es desde el principio, como lo manifiesta esta visita que recibe desde el Oriente. Después, Jesús se saltará todas las barreras de su tiempo entre judíos y gentiles, samaritanos e israelitas, porque lo que él quiere es que todos, sin excepción, se llenen del amor de Dios Padre y entren a formar parte de su Reino. No podemos callarnos la Buena Noticia del Evangelio, hay que ser misioneros, estrellas que guían a otros ante el Emmanuel e invitan a adorar y agradecer.


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