VENID Y VERÉIS
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Hemos dejado atrás el ciclo de la Navidad y comenzamos el
llamado "tiempo ordinario", que nos llevará hasta el miércoles de ceniza. Decir que
es tiempo ordinario no significa en absoluto que sea un tiempo aburrido, ni
carente de importancia.
Es el ciclo más largo del año litúrgico, en el que seguimos
la vida pública de Jesús, su ministerio itinerante del Reino que comenzó
después de su bautismo en el Jordán, que recordábamos el pasado domingo. Vamos
a acompañarle por el camino como los discípulos de entonces, viendo los signos
que realiza y aprendiendo de sus enseñanzas.
En este segundo domingo, si hay una palabra que recorre todas
las lecturas es precisamente esta: Vocación. Vocación significa llamada; la
llamada de Dios que se dirige al joven Samuel en el templo y la llamada que
reciben los discípulos en el evangelio al pasar Jesús por sus vidas.
El joven Samuel, apenas un niño, había sido entregado para el
servicio del templo por sus padres Ana y Elcaná, en agradecimiento por el favor
de Dios que les había permitido ser padres cuando ya no podían serlo. Allí estaba
dedicado al servicio del culto, asistiendo a los rezos y sacrificios como
aprendiz del sacerdote Elí. Pero a pesar de estar siempre ocupado en las tareas
de la religión, el texto bíblico dice que Samuel todavía no conocía a Dios.
Practicaba la religión pero no tenía una experiencia personal de Dios, como le
puede ocurrir a muchos creyentes de las religiones, también de la religión
cristiana.
En la noche, en el silencio, Samuel es llamado, pero no logra
reconocer quien le llama. Es el sacerdote Elí el que guía al muchacho para que
pueda dar una repuesta personal con las palabras “Habla que tu siervo escucha”.
Con el salmo nosotros nos hemos dispuesto a tener esa misma actitud de escucha y obediencia, de entrega total “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Son palabras que se dicen rápidamente, pero que implican mucho si se dicen de verdad.
¿Sé reconocer la voz de Dios, sus diferentes llamadas? No me llegarán, seguro, en forma de voz, pero sí a través de los acontecimientos del día a día, de las personas que me encuentro, de la Palabra de Dios que leo o escucho… para quien tiene los oídos de la fe abiertos, Dios habla y Dios llama. Podemos ayudarnos unos a otros a reconocer la llamada de Dios como hizo Elí con Samuel.
¿Responderé de corazón “Aquí estoy, Señor, para hacer tu
voluntad”?
San Pablo nos dice, en la segunda lectura, cómo debe ser
nuestra respuesta a la llamada de Dios: entera y completa. No hay una
separación radical entre el cuerpo y el espíritu, como si lo que le doy a Dios
con el espíritu, no se lo tuviera que dar también con el cuerpo. El pecado del
cuerpo es también del espíritu, lo que mancha una parte mancha a la persona
entera. Y nosotros, dice el apóstol, somos miembros de Cristo, llamados a darle
gloria con todo nuestro ser que le pertenece, alma, espíritu, mente y cuerpo.
¿Qué verían aquellas discípulos en la morada de Jesús que se quedaron ya con él? La pregunta que le dirigieron es peculiar “Maestro, ¿Dónde vives?”. Pero Jesús, que es tan integro que vive lo que anuncia y que anuncia lo que vive, simplemente les responde “Venid y veréis”.
Quizás había y hay muchos
maestros, líderes de opinión, opinadores, filósofos, que no se atreverían a
enseñar a quienes les siguen cómo y dónde viven, porque no hay coherencia con
lo que anuncian. En el caso de Jesús, que vive en plena humildad, dedicado por
completo a la misión del Padre y sin afán humano alguno, hay una total
trasparencia, nada que esconder: “Venid y veréis”.
Aquellos discípulos, a su vez, fascinados por Jesús, se convierten en sus testigos para que otros le conozcan también por medio de ellos. No olvidemos que somos discípulos, pero siempre discípulos misioneros, llamados a poner a otros en contacto con Jesús, a invitar al seguimiento, a conocerle y encontrar en él salvación y vida.
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