PERMANECED EN MI PALABRA
Estamos comenzando el ciclo de las celebraciones cristianas
durante el año que llamamos “año litúrgico”. Después de haber celebrado los
misterios de la encarnación del Señor en el adviento y la Navidad, ahora le
acompañamos en los comienzos de su misión salvadora entre los hombres.
El evangelista Marcos presenta a Jesús como continuador de
Juan Bautista: cuando este ha sido apresado injustamente por Herodes, Jesús
comienza a predicar su mismo mensaje: “El Reino de Dios está cerca. Convertíos
y creed la Buena Noticia”.
¿Es el mismo mensaje? Ciertamente no, aunque se le parezca.
El Bautista anunciaba la llegada del Reino de Dios y la necesidad de
convertirse para acogerlo cargando ese mensaje de imágenes que infundían temor
en sus oyentes para que cambiasen: el hacha, el fuego, la ira de Dios.
En cambio, en Jesús la llegada del Reino es Buena Noticia, la
mejor noticia posible. El Reino llega, y con él la salvación y la vida para
cuantos viven aplastados por el poder del pecado y de la muerte, es decir todos
nosotros, de una u otra manera.
¿Cómo disponernos a acoger esta Buena Noticia que nos libera
y nos salva? San Pablo, que creía como todos los cristianos de su tiempo en el
inminente regreso de Cristo, nos orienta en la segunda lectura: hay que vivir
en este mundo, pero sabiendo que no está en él todo lo que esperamos. Vivir con responsabilidad el día a día de
este mundo con la vista alzada hacia el cielo, nuestra patria última y
definitiva.
La mejor orientación para el camino la tenemos en la Palabra
de Dios que recibimos en cada eucaristía. Pero, ¿cómo la acogemos? ¿Con una
escucha atenta y obediente, dispuestos a la conversión?
La pregunta es muy oportuna precisamente en este Domingo de la Palabra de Dios que estamos celebrando hoy. El lema para este año 2024 es “permaneced en mi Palabra”, que son las palabras que Jesús dirige a sus discípulos.
Vivimos rodeados de muchas
palabras, algunas nos dejan indiferentes, y las oímos como ruido de fondo, y
otras nos preocupan y nos quitan la paz interior. Pero si hay una palabra que
debería importarnos oírla bien es la Palabra de Dios: oírla y no olvidarla al
salir de la Iglesia, sino conservarla en el corazón para permanecer en ella
como pide Jesús.
Cuando el profeta Jonás predica en Nínive, ciudad emblemática del pecado
y los anti-valores, la respuesta a la pobre palabra del profeta extranjero es la
conversión total e inmediata de sus pobladores, desde los niños hasta el rey. no ocurre así porque sea el mejor y más eficaz comunicador, sino porque la palabra que lleva viene de Dios y está cargada de fuerza transformadora.
Y cuando Jesús llama a los pescadores junto al mar de
Galilea, estos dejan las redes inmediatamente y se marchan tras él como discípulos.
Ambos ejemplos nos dicen claro que hay que responder a la Palabra de Dios con una conversión
generosa y pronta, sin darle largas.
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