sábado, 20 de enero de 2024

DOMINGO III TIEMPO ORDINARIO (B). DOMINGO DE LA PALABRA

 PERMANECED EN MI PALABRA


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Estamos comenzando el ciclo de las celebraciones cristianas durante el año que llamamos “año litúrgico”. Después de haber celebrado los misterios de la encarnación del Señor en el adviento y la Navidad, ahora le acompañamos en los comienzos de su misión salvadora entre los hombres.

    El evangelista Marcos presenta a Jesús como continuador de Juan Bautista: cuando este ha sido apresado injustamente por Herodes, Jesús comienza a predicar su mismo mensaje: “El Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed la Buena Noticia”.

    ¿Es el mismo mensaje? Ciertamente no, aunque se le parezca. El Bautista anunciaba la llegada del Reino de Dios y la necesidad de convertirse para acogerlo cargando ese mensaje de imágenes que infundían temor en sus oyentes para que cambiasen: el hacha, el fuego, la ira de Dios.

    En cambio, en Jesús la llegada del Reino es Buena Noticia, la mejor noticia posible. El Reino llega, y con él la salvación y la vida para cuantos viven aplastados por el poder del pecado y de la muerte, es decir todos nosotros, de una u otra manera.

    ¿Cómo disponernos a acoger esta Buena Noticia que nos libera y nos salva? San Pablo, que creía como todos los cristianos de su tiempo en el inminente regreso de Cristo, nos orienta en la segunda lectura: hay que vivir en este mundo, pero sabiendo que no está en él todo lo que esperamos.  Vivir con responsabilidad el día a día de este mundo con la vista alzada hacia el cielo, nuestra patria última y definitiva.

    La mejor orientación para el camino la tenemos en la Palabra de Dios que recibimos en cada eucaristía. Pero, ¿cómo la acogemos? ¿Con una escucha atenta y obediente, dispuestos a la conversión?

    La pregunta es muy oportuna precisamente en este Domingo de la Palabra de Dios que estamos celebrando hoy. El lema para este año 2024 es “permaneced en mi Palabra”, que son las palabras que Jesús dirige a sus discípulos. 

    Vivimos rodeados de muchas palabras, algunas nos dejan indiferentes, y las oímos como ruido de fondo, y otras nos preocupan y nos quitan la paz interior. Pero si hay una palabra que debería importarnos oírla bien es la Palabra de Dios: oírla y no olvidarla al salir de la Iglesia, sino conservarla en el corazón para permanecer en ella como pide Jesús.

    Cuando el profeta Jonás predica en Nínive, ciudad emblemática del pecado y los anti-valores, la respuesta a la pobre palabra del profeta extranjero es la conversión total e inmediata de sus pobladores, desde los niños hasta el rey. no ocurre así porque sea el mejor y más eficaz comunicador, sino porque la palabra que lleva viene de Dios y está cargada de fuerza transformadora.

    Y cuando Jesús llama a los pescadores junto al mar de Galilea, estos dejan las redes inmediatamente y se marchan tras él como discípulos.

    Ambos ejemplos nos dicen claro que hay que responder a la Palabra de Dios con una conversión generosa y pronta, sin darle largas.

 


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