sábado, 27 de enero de 2024

DOMINGO IV TIEMPO ORDINARIO (B)

 LES ENSEÑA CON AUTORIDAD


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Moisés es una figura clave en la historia de la salvación anterior a Jesucristo, en la historia de Israel. Yahvé Dios saca a Israel de la esclavitud de Egipto y le guía hasta la libertad de la tierra prometida con la colaboración de Moisés. Y contando con Moisés hace con el pueblo una alianza inquebrantable, basada en los mandamientos, que debía extenderse a todas las naciones de la tierra.

    Pero Moisés, aun siendo tan importante su misión, no deja de ser un simple hombre. Escuchamos en la primera lectura, tomada del Deuteronomio, la promesa de un nuevo profeta, sacado de entre sus hermanos, que transmitirá mejor que Moisés la Palabra de Dios. El pueblo ya no oirá la voz de Dios como un sonido potente y estremecedor, que sobresalta y produce terror, como ocurría en las revelaciones del monte Sinaí. La oirá en la voz humana del Profeta nuevo y definitivo, el único que debe ser escuchado.

    Para nosotros, cristianos, este anuncio se cumple, y con creces, en Jesús. Con creces porque ya no es solo un profeta que habla fielmente la Palabra de Dios, sino que es la Palabra de Dios hecha carne humana. El Verbo, la Palabra, se hace hombre para darnos a conocer todo lo que necesitamos saber sobre Dios.

    “Ojalá escuchéis hoy su voz; no endurezcáis vuestros corazones”, hemos repetido con el salmo. Es lo que nos deseamos en esta celebración dominical y en todas: que permanezcamos a la escucha atenta y obediente de su voz y nuestro corazón no se vuelva de piedra.

    Su forma de enseñar, lógicamente puesto que no es solo un hombre, era diferente a la de los maestros religiosos de su tiempo y asombraba incluso a sus adversarios. El evangelista Marcos lo resume diciendo que quienes le escuchaban se daban cuenta de que no enseñaba como los letrados, que necesitaban reforzar lo que decían remitiéndose a lo que enseñaban los sabios anteriores a ellos, sino “con autoridad”.

    La autoridad puede usarse bien o mal; se usa mal cuando sirve para humillar a los demás, a los que se considera ignorantes o inferiores, o para engañar y seducir. Pero Jesús no enseñaba con una autoridad así, sino con la autoridad de quien enseña solo la verdad de Dios, sin interés personal alguno. Es la autoridad nueva de quien es capaz de descubrir el sentido más profundo y auténtico de las Escrituras sagradas.

    Y esa autoridad de su palabra la emplea para el bien de los que sufren, para curar y liberar, como a ese pobre hombre postrado y esclavizado en plena sinagoga por un espíritu del mal. Llama la atención que estaba en la sinagoga, el lugar  a donde se iba a escuchar las escrituras sagradas y la enseñanza de los sabios... pero ninguno de estos le había dado libertad hasta que llega Jesús.

    La enseñanza de san Pablo en la segunda lectura, que responde a las convicciones del cristianismo de su tiempo, nos puede ser de provecho si descubrimos su sentido último: no podemos esperar la felicidad de nada ni de nadie en este mundo. Incluso las experiencias humanas más plenas, como son el amor y la vida familiar, deben llevarnos al encuentro con Dios, pero no pueden sustituirlo, porque estaríamos esperando la felicidad plena de quienes no pueden dárnosla.

    Dejémonos enseñar por quien es nuestro único y verdadero Maestro. A diferencia de tantos embaucadores, de tantos oportunistas que usan sus dotes con la palabra para engañar y vender, Él usa su autoridad para conducirnos a la verdad de Dios, a la verdadera libertad y salvación.


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