INVITADOS AL BANQUETE DEL SEÑOR
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Una de las experiencias que más nos
alegran en la vida cotidiana es cuando alguien nos invita a comer. Puede ser
con motivo de una fiesta del pueblo, de una reunión familiar o, simplemente,
porque hace ya tiempo que no nos vemos. “Te quedas a comer” o “el domingo
hacemos la comida”, son frases que nos alegran y que nos sacan de la rutina de
comer a diario, a veces a carreras o solos.
Comer es mucho más que ingerir los
nutrientes necesarios para vivir. Es también un acto social, una oportunidad de
compartir la vida con otros, de charlar, de disfrutar. El tiempo no se mide, se goza.
Pero también podemos haber tenido la
experiencia contraria: la de haber sido invitados a comer en una celebración en
la que no queremos estar y, por compromiso, hemos tenido que aceptar. Estamos a
regañadientes, la comida no la disfrutamos, estamos deseando que se acabe
pronto…
Todas estas experiencias nos sirven
para entender la palabra de Dios de este domingo, en la que la imagen del banquete
se repite en la primera lectura, con su eco del salmo, y en el evangelio.
El profeta compara la salvación que
Dios nos ofrece, el reino de Dios, con un banquete. Un banquete que es un
festín; manjares suculentos, vinos de solera y refinados, manjares exquisitos.
Si a nosotros, que gracias a Dios tenemos de casi todo, ya nos suena bien... ¿Cómo les sonarían esas palabras a los israelitas que vivían entre privaciones,
con alimentos pobres y repetitivos, y escasez de agua?
Evidentemente, se trata de una forma
de hablar. Cuando estemos ante Dios ya no necesitaremos comida ni bebida. Lo que
quiere expresar es que todas las necesidades humanas quedarán satisfechas, no
habrá hambre ni sed de nada en absoluto. Estar ante Dios es ser colmados de todo
lo que podemos desear.
Isaías dice que ese festín será para
todos los pueblos de la tierra, porque la salvación ofrecida es universal. La
muerte será aniquilada, para que ya no cause más daño ni cubra como un velo
oscuro a las naciones, y Dios mismo, como un padre y una madre enjugará las lágrimas
de los rostros de sus hijos, tantas lagrimas causadas por los sufrimientos de
esta vida temporal.
La experiencia del salmista es estar
ya participando de este maravilloso festín: “preparas una mesa ante mí enfrente
de mis enemigos, me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa”.
El banquete como imagen para expresar
la salvación ofrecida por Dios le sirve también a Jesús para dirigirse con una
nueva parábola a los sacerdotes y ancianos del pueblo. El mensaje tiene
bastante que ver con el del domingo pasado, la parábola de los labradores
malvados.
Un rey, que es Dios Padre, celebra la
boda de su hijo, que es Jesús, y llama a los invitados, que son el pueblo de
Israel, enviándoles a sus criados emisarios, que son los profetas. Los
invitados rechazan la invitación porque dicen que están demasiado ocupados en
sus cosas para aceptar. No solo rechazan la generosa invitación, sino que
terminan matando a los emisarios para que no les inviten más.
El rey comprende que aquellos
invitados, que son los que debían asistir en primer lugar, no eran dignos del
banquete. Al rechazar a Jesucristo como el Hijo que quiere desposarse con la
humanidad en una nueva alianza, están rechazando sentarse al banquete del reino
de Dios.
Así que los criados salen a los
cruces de los caminos a llamar a todos los que encuentren para sentarlos a la
mesa. Es una imagen que habla de la Iglesia, de la que ya formamos parte todos,
judíos y gentiles por igual. Todos invitados a una misma mesa de la eucaristía, que es anticipo de la mesa del Reino de Dios.
Hoy somos nosotros los invitados.
Pero la historia parece que se repite y hoy son muchos los bautizados que, como
en la parábola, rechazan la invitación a la mesa de la eucaristía porque dicen
que tienen mucho que hacer en el domingo, mil y una excusas: hay que hacer
deporte, hay que salir a comer con la familia, nos vamos de excursión, es el
día que aprovecho para descansar…. etc., etc.
Pero la parábola tiene una segunda
parte: hay uno en aquella sala de invitados que no lleva el traje apropiado
para el festín. No es que no le haya dado tiempo a cambiar de ropa, sino que no
le ha dado importancia a la invitación y cree que puede sentarse allí de
cualquier manera, sin más. Es expulsado fuera por el rey.
Esta segunda parte de la parábola es
una apelación a la responsabilidad personal. Además de aceptar la invitación al
banquete de la salvación, hay que llevar el vestido adecuado: la conversión
continua para vivir el día a día según el ejemplo de Jesús y las enseñanzas del
evangelio es lo que nos permite vestir el vestido de fiesta para poder sentarnos
a la mesa de la eucaristía ahora y, después, a la mesa del reino de Dios.
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