¿BUENOS O MALOS TRABAJADORES EN SU VIÑA?
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
En este domingo hay una imagen que se repite en la primera
lectura, en el salmo responsorial y en el evangelio: la imagen de la viña.
Aunque no seamos de tierra de viñedos, sabemos bien que una
viña, para ser productiva, requiere muchos cuidados a lo largo de un año. Si se
abandona, se llena de hierbajos y la misma viña se degenera para terminar dando
malos frutos. Una viña bien cuidada es la que produce la mejor cosecha.
La viña es la imagen que escoge el profeta Isaías para hablar
del pueblo de Israel. Es la viña amada de Dios, plantada en un fértil collado y
mimada por las atenciones continuas del viñador: la cava, la quita las piedras,
construye una atalaya y un lagar. Tanto hace por ella que se pregunta: ¿Qué más
podía hacer yo por mi viña que no hubiera hecho?
Es la historia misma de Israel como pueblo escogido de Dios:
lo saca de la esclavitud de Egipto, lo guía hasta la tierra prometida, lo guía
y orienta mediante reyes y profetas. ¿Qué más podía hacer por este pueblo-viña?
De la viña se esperan buenas uvas, sobre todo después de recibir tantos
cuidados. Pero no es así…
Esperaba uvas y, en cambio, recoge agrazones. ¿Qué significa
esto? Esperaba derecho y recoge injusticias, sangre derramada y lamentos. En el
pueblo de Israel, con la guía de los mandamientos de la ley de Dios y la
orientación de los profetas debería vivirse de otra manera, sin abusos hacia
los débiles, sin injusticias sociales ni maltratos. Pero no es así…
Jesús recoge esta imagen de la viña para hablar en parábola a
los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, que son sus autoridades religiosas
y políticas al mismo tiempo. Los criados que el dueño de la viña envía para
recoger los frutos, que en justicia le corresponden, son maltratados y muertos,
uno tras otro. Es la historia triste de los profetas de Israel que, aunque eran
enviados en nombre de Dios, el señor de la viña amada, son maltratados y
muertos.
Las autoridades religiosas del pueblo, en lugar de acoger y
respetar a los enviados de Dios, los rechazan porque se sienten dueños de la
viña, y no simples trabajadores.
Por fin Dios envía a su propio hijo, pensando que lo
respetarían, a Jesús, pero también este es rechazado y muerto. En el momento en
que Jesús les dirige esta parábola sabe bien que planean su muerte, porque le
ven como una peligrosa amenaza a su seguridad y a sus privilegios, sustentados
en una falsa interpretación de la religión.
¿Qué debe hacer el dueño de la viña con esos labradores
crueles? Le responden “Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la
viña a otros labradores que le entreguen los frutos a su tiempo”.
Pero no es ese el plan de Dios. Lo que va a hacer es tomar la
piedra rechazada por los arquitectos, que es Jesús y hacerla piedra angular de
un nuevo templo. Es una forma de hablar de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios
construido en Cristo Jesús y del que Dios espera ahora los frutos del Reino que
debía haber dado antes el pueblo de Israel.
Esta parábola nos invita a preguntarnos: ¿estamos siendo
fieles al plan de Dios como comunidad cristiana?, ¿estamos dando los frutos
esperados del Reino de Dios con nuestra forma de actuar y de vivir en este
mundo?
No somos los dueños de la viña, el dueño es solo Dios. Somos trabajadores
humildes que trabajan en su nombre y le entregan los frutos a los que tiene
derecho solo Él.
El apóstol Pablo nos da la clave de cómo debemos vivir para
ser los trabajadores del Reino que cumplen bien su cometido: “todo lo que es
verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito
tenedlo en cuenta. Y lo que aprendisteis, recibisteis, oísteis y visteis en mí
ponedlo por obra. Y el Dios de la paz estará con vosotros”.
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