jueves, 14 de septiembre de 2023

DOMINGO XXIV TIEMPO ORDINARIO (CICLO A)

 PERDÓNANOS Y ENSEÑANOS A PERDONAR


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. Así hemos repetido con el salmo de este domingo. Los cristianos tenemos la inmensa suerte, de la que puede que ya no nos demos ni cuenta, de conocer a Dios así, como es realmente: un Padre compasivo, misericordioso, clemente, que no lleva cuentas del mal.

La experiencia más parecida que hay, en este mundo, al amor de Dios es el amor de los padres. Los padres no se cansan de perdonar, no se cansan de acoger, saben disculpar los errores e ingratitudes de sus hijos porque el amor puede más en ellos. Es un desastre, sí, pero… ¡es que es mi hijo!

Jesús vino del Padre a compartir nuestra vida para que lo podamos conocer plenamente y para que podamos relacionarnos con él como hijos que se saben amados y acogidos pese a todo, estén como estén y sean como sean. Nos dijo que así debíamos llamar a Dios: el Padre Nuestro.

Y, como hijos, nos debemos parecer a nuestro padre Dios. Hoy la Palabra de Dios nos habla del rasgo de Dios que más debemos imitar; no podemos imitar su sabiduría ni su omnipotencia, porque somos muy limitados. Pero sí debemos imitarle en su compasión y su misericordia.

Esto es algo que ya el pueblo de Israel, en la alianza anterior a Jesús, conocía. El libro de sabiduría llamado Eclesiástico, que hemos escuchado en la primera lectura, nos lo ha dicho con toda claridad: Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados. Si un ser humano alimenta la ira contra otro, ¿Cómo puede esperar la curación del Señor? Si no se compadece de su semejante, ¿Cómo pide perdón por sus propios pecados?

No puede estar más claro: Dios nos perdona siempre, pero tenemos que saber perdonar nosotros. Cuántas veces rezamos el Padre Nuestro decimos: perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

El perdón puede ser difícil, o incluso muy difícil si la ofensa recibida es grave, pero es necesario. El perdón rompe las cadenas del rencor y del deseo de venganza, que es una atadura que nos quita la paz y no nos deja vivir tranquilos. Puede que nos resulte imposible perdonar y reconciliarnos si la otra persona no desea acoger nuestro perdón, pero si hemos hecho lo posible por lograrlo, tendremos paz.

Cada uno responde ante Dios por la parte que le corresponde hacer, no por lo que no hagan los demás.

La parábola del Evangelio no nos deja indiferentes. A cualquier persona le parece mal la actitud del siervo desagradecido: aunque le ha sido perdonada una deuda impagable, no es capaz de perdonar la pequeña deuda que le debe su compañero y se dedica a maltratarlo. Es normal que, al saberlo, su amo le llame e indignado le haga ver la contradicción flagrante de su comportamiento.

¿No podemos decir cada uno de nosotros que alguna vez, o más de alguna, hace lo mismo que el siervo de la parábola? ¿No he pedido perdón a Dios y, a la vez, no he sido capaz de perdonar?

Jesús quiere que nosotros, sus amigos, demos testimonio del poder liberador y sanante del perdón, en un mundo de corazones endurecidos y rencores que se van incluso heredando de padres a hijos.

Necesitamos experimentar el perdón para parecernos a Dios y lo necesitamos para ser más libres y más felices. Pidamos hoy este regalo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

DOMINGO XV TIEMPO ORDINARIO (ciclo C)

  ANDA Y HAZ TÚ LO MISMO COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA ¿Qué espera Dios de nosotros? Esta pregunta se la ha hecho el ser humano des...