AMAR A LO GRANDE
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Hemos escuchado hoy en la primera lectura del profeta
Isaías: “mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos”.
Si queremos hacer de Dios un calco de nosotros y pensamos que también es
rencoroso, egoísta, cerrado, vengativo... estaremos haciendo una proyección de
nuestras pasiones humanas en Dios, pero no estaremos comprendiendo
verdaderamente a Dios.
Bien claro nos lo dice Jesús, el Señor, en el evangelio de
hoy. El salario de una jornada de peón en los campos era un denario, y se
ganaba trabajando de sol a sol: doce horas. Cada jornada se dividía en estas
partes que dice el evangelio: del amanecer, a media mañana, de media mañana a
mediodía, y del mediodía a media tarde. Al patrón solo le salía a cuenta
contratar a un obrero para una jornada completa.
Pero Jesús nos dice que hay un señor que va contratando como jornaleros para su viña a todos los que ve desocupados en las diferentes horas del día. Y a todos les paga por igual: un denario, el sueldo de una jornada completa.
Incluso a los que ha contratado justo antes de terminar la jornada les paga lo
mismo.
Los que han trabajado de sol a sol protestan. Seguramente nosotros
haríamos también lo mismo. Pero, ciertamente, el amo no les ha hecho ninguna
injusticia, porque les ha pagado lo que había acordado con ellos.
Lo que les molesta es el exceso de bondad del amo para con
los últimos. Como le molesta al hijo mayor el exceso de bondad del padre para
con el hijo pródigo que después de una vida de perdición vuelve a casa y es
tratado con amor.
El exceso de bondad nos desconcierta, porque la mayoría de
nosotros no somos así. Pero es que Dios es Dios y, volviendo a lo que decíamos
al inicio, no podemos proyectar en Dios nuestra pequeñez a la hora de amar y de
compartir.
La actitud de Jesús hacia los pecadores, hacia los
extraviados de su sociedad, desconcertaba a muchos, que le veían demasiado
comprensivo, demasiado perdonador, demasiado bueno… pero es que Jesús les ama
con el amor de Dios, que es infinitamente más grande que el de los hombres.
Ser discípulos de Jesús requiere de una conversión
permanente: dejar de amar al estilo humano y empezar a amar al estilo de Dios.
Esa es la meta que nos señala Jesús: sed perfectos como vuestro Padre del cielo
es perfecto.
Esta transformación para llevar una vida digna del Evangelio
de Cristo, como pide el apóstol Pablo, es una tarea de toda la vida, que nunca
terminamos, y que solo es posible si actúa en nosotros la gracia de Dios que
recibimos en los sacramentos de la Iglesia, porque con nuestra fuerza resulta
imposible.
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