YO ESTOY EN MEDIO DE ELLOS
Ya
estamos cansados de oír que vivimos en una sociedad individualista. A veces,
por contraste con el pasado, al menos los que tienen ya experiencia y años, dicen
que hoy se han debilitado mucho las relaciones entre las personas, el sentido
de grupo y de comunidad.
Esto
que experimentamos en la vida social cotidiana, que “cada uno va a su bola”
como solemos decir, pasa también en las familias y en las comunidades
parroquiales.
Muchos
católicos hoy quieren cumplir con el precepto de la misa dominical en sitios
cambiantes, en los que nadie les conoce ni ellos conocen a nadie. Como si fuese
posible vivir la fe sin una comunidad, como si fuese posible encontrarse con
Dios prescindiendo del hermano…
Pues
la palabra de Dios de este domingo nos invita a pensar en la responsabilidad
que tenemos los unos para con los otros. Aunque a nadie nos gusta que los demás
se metan en nuestras vidas, a veces hay que hacerlo, si es buscando el bien del
hermano. Sí, de eso nos habla la Palabra hoy.
¿Para
qué escoge Dios al profeta Ezequiel si no es para que hable y corrija a sus
paisanos israelitas? Para el profeta sería mucho más fácil callar, subirse al
carro, pasar inadvertido. Es mucho más fácil callar ante el pecado y el error
del otro que intentar hacérselo ver. Pero Dios le dice al profeta que si calla
se hace cómplice, y que la muerte que le trae el pecado traerá también su
propia muerte. Y si le ayuda a salvarse, se salva también él.
¡Qué
radicalmente distinto es esto de los eslóganes que nos repetimos para
tranquilizar nuestras conciencias! “Allá cada cual”, “yo no soy quien para
meterme en la vida de nadie”, “ya tengo bastante con lo mío”, y tantos otros.
Cuando
decimos todo esto, estamos poniendo una separación neta entre mi vida y la vida
de los demás, como si no estuviésemos todos interconectados y no fuéramos, en
el fondo, dependientes los unos de los otros.
Jesús
en el evangelio nos lo deja igual de claro al darnos estas instrucciones sobre
la corrección fraterna: corrige a tu hermano, primero tú solo, después con
otros… no te desentiendas de su salvación, porque en ella está también en juego
la tuya.
“Lo
que atéis en la tierra quedará atado en los cielos” y “si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para
pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos” son dos frases del
Señor que tenemos que tener muy presentes cuando nos venga la tentación de
vivir la fe de forma individualista y sin comunidad. No es posible, la fe en
Jesús no puede vivirse sin hermanos a los que querer y de los que preocuparse.
El Señor nos ha dejado, después de resucitar y
ascender al Padre muchas formas de presencia entre nosotros: la Eucaristía, los
sacramentos, su Palabra, los pobres… Pero una forma de estar entre nosotros, que
no puede nunca faltar para que sean reales las otras formas, es su presencia en
la comunidad de discípulos reunida en su nombre. “Donde dos o más se reúnen en
mi nombre allí estoy yo en medio de ellos”.
Es la Iglesia, que se concreta en la parroquia como comunidad de comunidades. Y la regla de vida para pertenecer a ella es el amor fraterno, en el que se condensan, y tienen su plenitud, todas las demás leyes, como nos ha recordado el apóstol Pablo.
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