miércoles, 30 de agosto de 2023

DOMINGO XXII TIEMPO ORDINARIO (CICLO A)

 QUIEN PIERDA SU VIDA POR MÍ, LA ENCONTRARÁ


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

“Pedro, tú eres la piedra sobre la que edificaré mi Iglesia”. El apóstol Simón fue el único que en Cesarea de Filipo le responde a Jesús con una profesión de fe clara que él es el hijo del Dios vivo. Y la respuesta es esa: va a contar con él como la piedra sólida, la que servirá de cimiento a la comunidad de discípulos de todos los tiempos.

Esto era lo que escuchábamos en el evangelio del domingo pasado. Pero ese apóstol de piedra firme, ese creyente que debe confirmar en la fe a sus hermanos debe convertirse a Jesús también, al igual que nosotros. Y Jesús se lo hace ver con palabras durísimas, llamándole nada menos que “Satanás”. Satanás significa tentador y adversario. ¿Por qué llama así Jesús al primero de entre sus apóstoles?

Porque no quiere que Jesús acepte la voluntad del Padre, su plan de salvación. Pedro quiere que Jesús sea el Mesías y cree firmemente en él. Pero... ¿Qué tipo de Mesías? El que esperaban los judíos y aún hoy siguen esperando: un caudillo que libertará a Israel política y militarmente, un jefe poderoso que rendirá a sus enemigos y traerá a los hebreos dispersos a la tierra que Dios les ha dado.

Jesús les ha anunciado que no es ese el designio de Dios; eso es lo que desean los hombres, pero no lo que Dios realmente quiere. Y les manifestó, con toda sinceridad, a que iban a Jerusalén: allí iba a ser rechazado por las autoridades religiosas de su pueblo, precisamente las primeras personas que deberían reconocer al Mesías auténtico, iba a ser ejecutado y resucitar al tercer día.

Pedro no lo acepta, y seguro que los otros apóstoles tampoco. La mejor prueba de ello es que el Viernes Santo le abandonan, le niegan y se esconden para salvar sus propias vidas.

Una cosa es lo que pensamos los hombres y otra cosa es lo que Dios quiere y lo que Dios piensa. La conversión es precisamente adecuar el pensamiento y la voluntad para pensar y querer lo mismo que Dios. Justo lo que dice el apóstol Pablo en su carta a los romanos: “no os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente para que sepáis discernir la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”.

No siempre es fácil. Pero sabemos, en el fondo, que es siempre lo mejor. Que hacer lo bueno no sea fácil no significa que no estemos convencidos de que es lo mejor. Como el profeta Jeremías, que intenta sofocar el mensaje que Dios ha puesto dentro de él porque le resulta incómodo y le trae persecuciones. Pero ese fuego que lleva dentro no logra apagarlo. Y sigue anunciando como profeta escogido para esa misión.

La experiencia de Jeremías la van a vivir incontables santos a lo largo de los siglos. Quieren escapar de la misión, quieren apagar el fuego del evangelio y vivir como los demás. Pero no pueden porque descubren que perder la vida por Jesús es encontrarla y querer vivirla sin él es perderla…

¿Qué supone para mí esta Palabra de Dios, qué me pide, a qué me invita? ¿Qué cruz del seguimiento debo aceptar en este momento para caminar tras los pasos de Jesús hacia el cielo?


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