MUJER, QUÉ GRANDE ES TU FE
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
La Palabra de Dios que nos trae la liturgia de la Iglesia en
este domingo tiene un mensaje común, que conecta a las tres lecturas
proclamadas y al salmo: la universalidad de la llamada a la salvación. O, dicho
de otro modo: Dios quiere la salvación de todos sus hijos.
Muchas veces hablamos de Israel como el pueblo escogido por
Dios en la historia de la salvación. Y es cierto: con ellos hace una alianza
definitiva e irrevocable, les guía por medio de sus profetas y reyes, les corrige,
les manifiesta su compromiso.
Pero esta elección no es con el fin de excluir al resto de
las naciones y pueblos; Dios Yahvé no quiere promover el nacionalismo
excluyente y el orgullo autosuficiente de los israelitas.
Les escoge y les hace vivir una experiencia de fe única con
el fin de que lleven esa luz a los pueblos de la tierra y que amplíen las
fronteras de la alianza, a fin de que termine siendo con toda la humanidad.
Este mensaje donde aparece con más claridad es en los
profetas. Como en la primera lectura, tomada del profeta Isaías: también a los
extranjeros que se han unido al Señor los va a llevar de júbilo en su templo,
la casa de oración que debe albergar a todos los pueblos. Sus sacrificios y
holocaustos sobre el altar serán tan agradables a Dios como los que traen los
israelitas.
¿Entendieron los israelitas que la elección de Dios no debía
derivar en un orgullo autosuficiente y excluyente de los demás? Claramente no. Y
Jesús sufría como nadie esta mentalidad estrecha y excluyente, nacionalista.
Muchos de sus desencuentros con los israelitas fueron provocados por su
excesiva apertura hacia los de afuera: los extranjeros, los oficialmente
impuros, los pecadores, los marginados.
Pero, lejos de evitarlo, para que no dijeran nada en su
contra, Jesús ahondó en esas contradicciones de los israelitas religiosos,
proponiéndoles como modelo de fe a muchos de los extranjeros que se iba
encontrando: el leproso samaritano curado, que es el único que vuelve a dar
gracias, el centurión romano que intercede por su criado, el buen samaritano,
que se detiene en el camino a curar al herido…
Con esta clave debemos entender el evangelio de este domingo:
Jesús recorre la región de Tiro y Sidón, una región de gentiles, de no judíos,
que los israelitas más piadosos evitaban cruzar siquiera. Los apóstoles de
Jesús eran judíos y participaban, por ello, de la mentalidad nacionalista
excluyente que antes mencionamos. Jesús quiere provocarles a ellos, no a la
mujer cananea, como puede parecer en una mirada superficial.
Esta se acerca pidiendo compasión por su hija enferma. Llama
a Jesús “Hijo de David”, es decir el Mesías esperado. Jesús le responde con la
actitud que aprobarían sus apóstoles judíos: la indiferencia y una respuesta
muy ortodoxa: el Mesías solo ha sido enviado a las ovejas de Israel.
La mujer insiste y se postra, ahora le llama Señor-Kyrios, que
es tanto como llamarle Dios y le dice “Señor, ayúdame”.
Los hebreos llamaban despectivamente a los gentiles “perros”
y esa palabra dura usa Jesús. Seguramente sus apóstoles judíos estarían asintiendo
con la cabeza la justa y aprobando la ortodoxa dureza de su Maestro.
Pero, de este modo, Jesús ha probado la fe de aquella mujer.
Aunque sea extranjera, tiene más fe que los israelitas, ya que, a Pedro en el evangelio
del pasado domingo, en la tempestad que amenazaba la barca, le llamó “hombre de
poca fe” y ahora, a esta mujer la dice “Qué grande es tu fe”.
La provocación de Jesús haría reflexionar a sus apóstoles:
los verdaderos hijos de Abraham son los que viven de verdad la fe, y no solo
los que heredan una sangre y apellido por nacimiento.
¿Nos puede pasar como a los israelitas? Creernos que ya estamos
salvados y que ya vivimos una vida de amistad con Dios porque tenemos el
bautismo y las prácticas religiosas más o menos fieles. Recordemos este pasaje
y la lección que Jesús da a sus apóstoles: lo que importa es la fe verdadera,
la respuesta de fe y de obras según el Evangelio que demos al Señor. Ese es el
único mérito posible para salvarse.
Dios quiere que su salvación llegue a todos. ¿Colaboramos con
esta misión universal mediante nuestro testimonio permanente o nos guardamos la
alegría de la fe para nosotros solos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.