HOMILÍA DE LA FIESTA
Saludo a las autoridades locales y municipales, hermanos y hermanas todos:
La fiesta de san Roque, tan popular y querido en infinidad de parroquias del mundo rural, nos vuelve a reunir en Robledo. Como
comunidad cristiana en este templo celebramos los acontecimientos más alegres
y los más tristes de nuestra familia de bautizados.
Hoy toca celebrar uno particularmente alegre: la fiesta de san Roque, que sigue iluminándonos con el ejemplo de su vida cristiana de caridad.
San Roque descubrió, e hizo vida, esa máxima que dice “hay más alegría en
dar que en recibir”. Descubrió el sentido de su vida y la fuente de su alegría
en consagrarse al cuidado de los últimos entre los últimos en aquel tiempo: los
enfermos de la peste.
En aquellos enfermos llagados, deformes y abandonados, a los
que nadie se atrevía a acercarse, descubría san Roque el rostro de Jesús
crucificado. Quería aliviar la pasión de Cristo aliviando la enfermedad de sus
hermanos, recordando que nos dijo el Señor: “lo que hacéis a uno de estos, los más
pequeños, a mí me lo hacéis”.
Como huérfano y heredero del gobernador de Montpellier podía
haber llevado una vida de comodidades y molicie, pensando sólo en sí mismo,
pero se dio cuenta de que “¿De qué le vale a un hombre ganar el mundo entero si
pierde su alma?”.
Como tantos otros jóvenes de la historia cristiana (San
Francisco, San Ignacio de Loyola, san Antonio Abad y tantos otros...), que han
querido llegar más allá de lo que el mundo considera normal y razonable, renunció a sus bienes y emprendió una peregrinación que tenía como meta las
iglesias de Roma, la capital de la cristiandad.
Pero por el camino se le cruzaron los enfermos de la peste en
Italia y san Roque entendió que el Señor, el mismo que quería encontrar en los templos
romanos, estaba delante de él en los hermanos sufrientes. Peregrinaba hacia los
templos de Roma y termino peregrinando hacia los enfermos hasta compartir con
ellos su misma suerte y la enfermedad de la que se contagió.
Su ayuno de penitencia agradable a Dios fue el del profeta
Isaías que hemos escuchado en la primera lectura: “soltar las cadenas injustas, desatar
las correas del yugo, liberar a los oprimidos, partir el pan con el hambriento,
cubrir al que está desnudo y no desentenderse”.
Y dice el profeta: “entonces surgirá tu luz como la aurora”. Precisamente en la historia de san Roque ocurre esto, porque cuando el dueño del perrito que robaba un día tras otro el pan para llevárselo a Roque, que estaba enfermo en una cueva retirada para no serle gravoso a nadie, descubrió al ermitaño vio que de él manaba un resplandor que no era de este mundo.
La luz
de la caridad hasta el extremo era la que desprendía san Roque.
Los santos siempre desprenden la luz de Jesús, los de antes y los de ahora, también los santos cotidianos "de la puerta de al lado" que, como dice el Papa Francisco, comparten la vida con nosotros.
"Vosotros sois la luz
del mundo". Y hay muchos cristianos que viven consagrados a los enfermos en las
casas, a los pobres en comedores sociales, a los huérfanos de la guerra o del
sida en países del tercer mundo y desprenden la luz de Cristo, son su luz para el
mundo.
Son los benditos del Padre, como les llama el evangelio que
acabamos de escuchar.
El Papa Francisco en el encuentro con los jóvenes de la
reciente JMJ (y aquí tenemos a varios de nuestros jóvenes que participaron)
también les habló de brillar con la luz de Jesús a propósito del evangelio de
la Transfiguración. Lo que les dijo nos vale a todos:
"Pero quisiera decirles que no nos volvemos luminosos cuando
nos ponemos debajo de los reflectores, no, eso encandila.
No nos volvemos luminosos cuando mostramos una imagen
perfecta, bien prolijitos, bien terminaditos; no, no, aunque nos sintamos
fuertes y exitosos. Fuertes y exitosos, pero no luminosos.
Nos volvemos luminosos, brillamos, cuando, acogiendo a Jesús,
aprendemos a amar como Él. Amar como Jesús, eso nos hace luminosos, eso nos
lleva a hacer obras de amor. No te engañes, amiga, amigo, vas a ser luz el día
que hagas obras de amor. Pero cuando en vez de hacer obras de amor hacia
afuera, mirás a vos mismo, como un egoísta, ahí la luz se apaga"
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