Queridos hermanos todos:
Celebramos hoy la fiesta de nuestros santos patronos Cosme y
Damián. Y lo celebramos con la Eucaristía. Si siempre la eucaristía es una
acción de gracias, eso significa, celebrarla en estas circunstancias tan
particulares que estamos viviendo, hace que sea aún más una acción de gracias.
Dios nos ha conservado la salud y podemos celebrarla en paz, aunque llevemos en
el corazón sentimientos de pena, de incertidumbre y quizás de tristeza por
tantos como sufren el azote de esta epidemia y sus consecuencias sanitarias y
también sociales.
Todos conocemos algo de sus vidas. Eran hermanos gemelos y
nacieron en Arabia, en el siglo tercero. Se dedicaron a la medicina y llegaron
a ser muy afamados médicos. Con una particularidad: a los enfermos pobres no
les cobraban la consulta ni los remedios. Lo único que les pedían a cambio era
que les permitieran hablarles por unos minutos acerca de Jesucristo y de su
evangelio.
Las gentes los quería muchísimo, y en muchos pueblos eran
considerados como unos verdaderos benefactores de los pobres. Ellos
aprovechaban su gran popularidad para ir extendiendo la religión de Jesucristo
por todos los sitios donde llegaban.
Lisias, el gobernador de Cilicia, se disgustó muchísimo porque
estos dos hermanos propagaban la religión de Jesús. Trató inútilmente de que
dejaran de predicar, y como no lo consiguió, mandó echarlos al mar. Pero una
ola gigantesca los sacó sanos y salvos a la orilla. Entonces los mandó quemar
vivos, pero las llamas no los tocaron, y en cambio quemaron a los verdugos paganos
que los querían atormentar. Entonces el mandatario pagano mandó que les
cortaran la cabeza, y así murieron mártires, derramando su sangre por proclamar
su fe en el Divino Salvador.
Y sucedió entonces que, junto a la tumba de los dos hermanos martires
Cosme y Damián, empezaron a obrarse maravillosos curaciones. El emperador
Justiniano de Constantinopla, en una gravísima enfermedad, se encomendó a estos
dos santos mártires y fue curado inexplicablemente. Con sus ministros se fue
personalmente a la tumba de los dos santos a darles las gracias.
Sabemos que son, junto con san Lucas, patronos de los médicos y
sanitarios. Aprovechemos también esta fiesta para pedir por todos ellos, que,
durante esta situación de la pandemia, han estado sirviendo a los enfermos, en
muchos casos aún a riesgo de sus vidas.
La palabra de Dios que acabamos de escuchar son lecturas que la
liturgia cristiana propone para la celebración de los mártires. Todas ellas son
una invitación a confiar en Dios en los momentos de adversidad y peligro, como
puede ser la enfermedad o la persecución que tantos hermanos cristianos
nuestros, a día de hoy están sufriendo por su fe, y no solo en el tiempo de los
santos Cosme y Damián.
“La vida de los justos está en las manos de Dios y ningún tormento
los alcanzará”. Así dice la primera lectura del libro de la Sabiduría. Aquellos
que han entregado su vida por Jesucristo, aunque los insensatos crean que la
han perdido, en realidad la han ganado para siempre; como el oro pasa por el
fuego para volverlo más puro, así el sufrimiento que viene de vivir la fe con
entereza, aceptado con amor, purifica la vida de los justos. Los justos que
entregan su vida, antes que renunciar a la fe, están llamados a resplandecer
con la gloria misma de Dios.
Pensando en los mártires santos de Dios hemos repetido en el
salmo: “Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares”. Se dieron a sí
mismos como la semilla que cae sobre la tierra para dar una cosecha abundante,
generosa y feliz.
En nuestra sociedad, y todos tenemos un poco esta mentalidad, lo
que más se valora es la salud del cuerpo, estar sanos y, a ser posible, parecer
jóvenes por mucho tiempo. Hay una nueva religión del cuerpo y del bienestar.
Evidentemente que debemos cuidar nuestro cuerpo, que es un don de Dios y es el
templo del Espíritu, pero ¿qué pasa con la salud del alma? ¿Es acaso menos
importante? Sabemos que el cuerpo está destinado a pasar, a quedar aquí, en
cambio nuestra alma está hecha para la eternidad… en el evangelio de esta
fiesta de los santos hermanos médicos nos advierte el Señor: “No tengáis miedo
a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Temed al que puede
llevar a perdición alma y cuerpo”.
Nuestra alma eterna se mantiene sana y joven con la vida
espiritual, con la relación con Dios en la oración, en la vida de la Iglesia,
en la lectura de la Palabra de Dios, compartiendo la fe con otros.
Termino ya esta reflexión: los santos Cosme y Damián cuidaban de
la salud de las personas, especialmente de las más necesitadas. Pero no se
olvidaban de la salud de sus almas y, por eso, les anunciaban a Jesucristo como
el único que puede hacernos sentir amados y reconciliados con Dios, libertador
de la enfermedad del pecado y de la desesperanza.
En este tiempo de incertidumbre, de sufrimientos, no perdamos los
creyentes la confianza en la providencia de Dios, no dejemos de creer que está
a nuestro lado, que no nos deja, y que el mal, todo mal y no solo el
coronavirus, serán finalmente vencido. “Hasta los cabellos de vuestra cabeza
tenéis contados, no tengáis miedo”. Que por intercesión de san Cosme y san
Damián nuestros patronos, podamos vivir con esperanza y confianza y
transmitirla así a cuantos encontremos en nuestro caminar.
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