sábado, 26 de septiembre de 2020

Santos COSME Y DAMIÁN, intercesores en este tiempo de pandemia


 Imagen de Santos Cosme y Damián en la Iglesia de Canaleja de Torío

HOMILÍA DE LA FIESTA (26 septiembre de 2020)

Queridos hermanos todos:

Celebramos hoy la fiesta de nuestros santos patronos Cosme y Damián. Y lo celebramos con la Eucaristía. Si siempre la eucaristía es una acción de gracias, eso significa, celebrarla en estas circunstancias tan particulares que estamos viviendo, hace que sea aún más una acción de gracias. Dios nos ha conservado la salud y podemos celebrarla en paz, aunque llevemos en el corazón sentimientos de pena, de incertidumbre y quizás de tristeza por tantos como sufren el azote de esta epidemia y sus consecuencias sanitarias y también sociales.

Todos conocemos algo de sus vidas. Eran hermanos gemelos y nacieron en Arabia, en el siglo tercero. Se dedicaron a la medicina y llegaron a ser muy afamados médicos. Con una particularidad: a los enfermos pobres no les cobraban la consulta ni los remedios. Lo único que les pedían a cambio era que les permitieran hablarles por unos minutos acerca de Jesucristo y de su evangelio.

Las gentes los quería muchísimo, y en muchos pueblos eran considerados como unos verdaderos benefactores de los pobres. Ellos aprovechaban su gran popularidad para ir extendiendo la religión de Jesucristo por todos los sitios donde llegaban.

Lisias, el gobernador de Cilicia, se disgustó muchísimo porque estos dos hermanos propagaban la religión de Jesús. Trató inútilmente de que dejaran de predicar, y como no lo consiguió, mandó echarlos al mar. Pero una ola gigantesca los sacó sanos y salvos a la orilla. Entonces los mandó quemar vivos, pero las llamas no los tocaron, y en cambio quemaron a los verdugos paganos que los querían atormentar. Entonces el mandatario pagano mandó que les cortaran la cabeza, y así murieron mártires, derramando su sangre por proclamar su fe en el Divino Salvador.

Y sucedió entonces que, junto a la tumba de los dos hermanos martires Cosme y Damián, empezaron a obrarse maravillosos curaciones. El emperador Justiniano de Constantinopla, en una gravísima enfermedad, se encomendó a estos dos santos mártires y fue curado inexplicablemente. Con sus ministros se fue personalmente a la tumba de los dos santos a darles las gracias.

Sabemos que son, junto con san Lucas, patronos de los médicos y sanitarios. Aprovechemos también esta fiesta para pedir por todos ellos, que, durante esta situación de la pandemia, han estado sirviendo a los enfermos, en muchos casos aún a riesgo de sus vidas.

La palabra de Dios que acabamos de escuchar son lecturas que la liturgia cristiana propone para la celebración de los mártires. Todas ellas son una invitación a confiar en Dios en los momentos de adversidad y peligro, como puede ser la enfermedad o la persecución que tantos hermanos cristianos nuestros, a día de hoy están sufriendo por su fe, y no solo en el tiempo de los santos Cosme y Damián.

“La vida de los justos está en las manos de Dios y ningún tormento los alcanzará”. Así dice la primera lectura del libro de la Sabiduría. Aquellos que han entregado su vida por Jesucristo, aunque los insensatos crean que la han perdido, en realidad la han ganado para siempre; como el oro pasa por el fuego para volverlo más puro, así el sufrimiento que viene de vivir la fe con entereza, aceptado con amor, purifica la vida de los justos. Los justos que entregan su vida, antes que renunciar a la fe, están llamados a resplandecer con la gloria misma de Dios.

Pensando en los mártires santos de Dios hemos repetido en el salmo: “Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares”. Se dieron a sí mismos como la semilla que cae sobre la tierra para dar una cosecha abundante, generosa y feliz.

En nuestra sociedad, y todos tenemos un poco esta mentalidad, lo que más se valora es la salud del cuerpo, estar sanos y, a ser posible, parecer jóvenes por mucho tiempo. Hay una nueva religión del cuerpo y del bienestar. Evidentemente que debemos cuidar nuestro cuerpo, que es un don de Dios y es el templo del Espíritu, pero ¿qué pasa con la salud del alma? ¿Es acaso menos importante? Sabemos que el cuerpo está destinado a pasar, a quedar aquí, en cambio nuestra alma está hecha para la eternidad… en el evangelio de esta fiesta de los santos hermanos médicos nos advierte el Señor: “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Temed al que puede llevar a perdición alma y cuerpo”.

Nuestra alma eterna se mantiene sana y joven con la vida espiritual, con la relación con Dios en la oración, en la vida de la Iglesia, en la lectura de la Palabra de Dios, compartiendo la fe con otros.

Termino ya esta reflexión: los santos Cosme y Damián cuidaban de la salud de las personas, especialmente de las más necesitadas. Pero no se olvidaban de la salud de sus almas y, por eso, les anunciaban a Jesucristo como el único que puede hacernos sentir amados y reconciliados con Dios, libertador de la enfermedad del pecado y de la desesperanza.

En este tiempo de incertidumbre, de sufrimientos, no perdamos los creyentes la confianza en la providencia de Dios, no dejemos de creer que está a nuestro lado, que no nos deja, y que el mal, todo mal y no solo el coronavirus, serán finalmente vencido. “Hasta los cabellos de vuestra cabeza tenéis contados, no tengáis miedo”. Que por intercesión de san Cosme y san Damián nuestros patronos, podamos vivir con esperanza y confianza y transmitirla así a cuantos encontremos en nuestro caminar.

 

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