HOMILÍA DE LA FIESTA (29 de septiembre):
Queridos hermanos todos y vecinos del
pueblo de Castrillino:
También cada uno de nosotros, y como
comunidad cristiana, llevamos al altar nuestra propia acción de gracias por
tantos dones y bendiciones que, inmerecidamente, recibimos de Dios cada día: la
salud, hoy tan amenazada, la familia, la amistad, el trabajo, el pan que
tenemos sobre la mesa...
Demos gracias hoy, de un modo especial,
por esta oportunidad de encontrarnos y celebrar la fe. Podíamos no habernos
encontrado, ya vemos cuanto tiempo estuvimos sin reunirnos, sin poder tener la
Santa Misa... hemos vivido todos, de un modo u otro, la soledad, el miedo, la
incertidumbre ante el futuro. Por eso, tendríamos que ser muy brutos y
desagradecidos si hoy no damos gracias a Dios por poder celebrar este día de
fiesta, aunque sea de un modo tan particular.
Permitidme compartiros lo que considero
que deben ser dos actitudes importantes ante la situación presente de dolor y
miedo por la pandemia.
En primer lugar, os diría que la
ESPERANZA... la esperanza que brota de la fe no es un optimismo bobalicón del
que mete la cabeza debajo de la tierra, se aísla del mundo y se repite que todo
va bien… mientras a él le vaya bien. La esperanza, que es una de la tres
grandes virtudes de los creyentes, nace de estar convencidos de que Dios no nos
ha dejado ni nos va a dejar, que no vamos a afrontar los males sin su compañía
y protección. Dios es más fuerte que los males, sean los que sean, e igual que
ha vencido otros, también vencerá este del presente.
En segundo lugar, la actitud de la
CONFIANZA... sabemos que nada ocurre si Dios no lo permite, aunque no desee
nuestro mal. Y si esto está ocurriendo es porque de ello saldrá un bien mayor.
De las dificultades podemos salir reafirmados, con una fe mayor y más confianza
en su providencia; a lo mejor aprendemos que estábamos equivocados, que
andábamos sendas erradas, que del egoísmo y el materialismo que nos dominaban
nada bueno íbamos a sacar.
El pueblo de Israel aprendió más y creció
más como pueblo en el desierto que en la tierra prometida.
Hoy celebramos la fiesta de los Santos
Arcángeles, que en la Biblia son poderosos mensajeros de Dios y defensores
contra Satanás. En la lectura del Apocalipsis, que hoy hemos leído, aparece la
visión celeste que tiene san Juan: una batalla cruenta entre las fuerzas de
Dios encabezadas por Miguel y las fuerzas del mal encabezadas por Satán.
Esto del demonio no es una cosa de antes
ni un argumento de película, es algo muy real. Es muy real que el poder del mal
busca nuestra ruina y perdición. Mientras que Dios lo que busca siempre es
nuestra felicidad y plenitud como hijos suyos, el Satán busca siempre lo
contrario por envidia de Dios y odio a los hombres creados a imagen de Dios, como
ángel caído que es.
Y lo busca por medio del engaño, porque
es más débil que Dios y padre de la mentira, como le llama Jesús. Si se
presentase a nosotros como el mal que es lo rechazaríamos, porque nadie quiere
su propio mal… lo que hace es mentirnos como a Adán y a Eva en el Paraíso: sin
Dios seréis dioses… la fe os esclaviza… Dios os quiere niños, medio-hombres y
medio-mujeres… no os hace falta la fe.
Y, ¿cómo se le puede vencer? El mismo
Apocalipsis lo dice: los justos vencen con la sangre del Cordero, Cristo. Si vivimos
unidos a Jesús, intentando seguirle, vivir según su Palabra, unidos a su
Iglesia con la oración y los sacramentos, el demonio no puede más que
tentarnos. Y hoy la tentación puede ser también quitarnos la alegría de vivir,
la paz, haciéndonos desesperar en esta situación de pandemia que nos tiene
acongojados.
Confiemos en Dios y en estos santos ángeles
suyos que nos ha puesto como compañeros del camino de la vida. Creamos que el
amor de Dios por nosotros nunca va a acabarse y que no dejará de cuidarnos. Y que
san Miguel, poderoso defensor de la Iglesia, interceda por nosotros y por
todos. ASÍ SEA.,
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