sábado, 11 de mayo de 2024

ASCENSIÓN DEL SEÑOR (B)

VUELVES AL PADRE, PERO NO NOS DEJAS SOLOS


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

La Ascensión del Señor a los cielos es una de las grandes fiestas cristianas y la penúltima del ciclo de la Pascua. Los más mayores recuerdan que se celebraba en jueves, pero, afortunadamente, ha pasado a este domingo séptimo de Pascua en que todos podemos celebrarla en familia.

El Señor Resucitado ha estado con sus apóstoles y discípulos durante cuarenta días. En ellos, como dice la primera lectura de los Hechos de los apóstoles, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y les habló del Reino de Dios. Eran necesarios todos esos encuentros porque, gracias a ellos, les ha devuelto la esperanza que habían perdido, les ha ilusionado, les ha ayudado a comprender el sentido profundo de todo lo que pasó en los días de su pasión y muerte.

Sin esos cuarenta días de encuentros repetidos y en diferentes situaciones con el Resucitado, la fe de los creyentes no hubiera sido posible, y hubieran considerado la muerte de Jesús como el fin de todo.

Cumplida esta misión, ahora Jesucristo resucitado ha de volver al Padre junto al que estaba desde antes de la creación del mundo y del que vino un día naciendo de la Virgen María haciéndose un hombre como nosotros, compartiendo nuestra vida en todo, predicándonos la Buena Noticia del amor de Dios con palabras y con obras.

La Ascensión es el sello de la Pascua, de la vida, del bien, del amor, que vencen sobre la muerte, la oscuridad y el pecado. La muerte terrible de Jesús, su cruz, sus torturas, su rechazo, no han tenido la última palabra, porque el Padre le ha llamado a la vida resucitándolo y ahora le llama a su lado ascendiéndolo. Es el Padre quien quiere tener al Hijo amado junto a sí y, por eso, las dos versiones que hoy escuchamos de la Ascensión dicen lo mismo: “fue elevado” y “fue llevado”.

Una niña pequeña de la catequesis, de las que muchas veces entienden las cosas de Dios mejor que nosotros, explicaba así la Ascensión: su Papa, que lo quería mucho, lo trajo de vuelta a casa porque lo echaba ya de menos. ¡Qué bonito explicar la Ascensión así, como el amor del Padre que quiere tener cerca de nuevo a su Hijo Jesús!

Su triunfo es también el nuestro; así lo dice un santo muy importante y sabio, san Agustín: “la resurrección del Señor es nuestra esperanza, y su ascensión es nuestra glorificación”.  Porque a dónde Él ha ido, esperamos llegar también nosotros.

En Él nuestra humanidad ha llegado a la presencia de Dios, porque el Señor Jesús vuelve al Padre como hombre resucitado, con nuestra misma naturaleza humana; de este modo nos muestra que estamos hechos para estar junto a Dios, para ser glorificados, renovados y transformados a su imagen.

Nada menos... esa es nuestra patria y nuestra meta como creyentes si intentamos recorrer el camino de nuestra vida, sea más o menos largo, siguiendo el plan de vida que nos ha dejado: como hijos de Dios y como hermanos entre nosotros.

Es nuestra meta y, mientras llegamos a ella, tenemos que estar comprometidos con la misión que nos encarga. Los ángeles les dicen a los apóstoles que contemplan atónitos cómo asciende Cristo a los cielos: «Galileos, ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».

 No podemos quedarnos de brazos cruzados o mirando a las nubes, porque el Señor al irse físicamente, aunque siga entre nosotros, nos ha encomendado una misión irrenunciable: continuar su obra, continuar construyendo el Reino y predicando la Buena Noticia a todos sin excepción: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado”.

Se parece a la experiencia que hemos tenido de aprender de niños a andar en bicicleta: primero tus padres te sujetan por la espalda para que puedas aprender a pedalear sin caerte, pero llega un momento en el que te van soltando para que ganes en confianza y, finalmente, te sueltan del todo, aunque corras el riesgo de caerte.

Así hace el Señor con el grupo de los discípulos, se despide de ellos para que puedan comenzar a responsabilizarse de la misión de construir el Reino de Dios por sí mismos. No porque Él ya no esté con nosotros, que lo estará hasta el final de los tiempos, sino porque quiere que pongamos nuestros dones y talentos al servicio de la misión evangelizadora.

La misión es enorme y universal, porque hay muchos en el mundo que no conocen aún a Jesucristo y también hay muchos, entre nosotros, que creen conocerle, aunque no es cierto. En este momento actual somos misioneros con los de nuestra casa, con los de nuestro pueblo, con nuestros parientes y amigos más cercanos. Y no podemos quedarnos cruzados de brazos mirando al cielo sin cumplir la misión que el Señor nos encargó realizar hasta que él vuelva

La Ascensión no es entonces la fiesta de la despedida, sino la fiesta del inicio de nuestro compromiso. Su presencia continua de otro modo y con mirada de fe sabemos que está aquí en la comunidad de los creyentes, en el pan y el vino eucarísticos, en su palabra viva, en los signos de la Iglesia y en los pobres.

    Así concluye el evangelio: Ellos se fueron a predicar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban. Hoy, fiesta de la Ascensión, recibimos, como entonces los apóstoles, su encargo, sabiendo que nunca estaremos solos al cumplirlo.

 

jueves, 2 de mayo de 2024

SEXTO DOMINGO DE PASCUA (B)

 QUIEN NO AMA NO HA CONOCIDO A DIOS


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Continuamos adelante en el precioso camino de la cincuentena pascual que ya va llegando a su final. Seguimos escuchando palabras de amor de Jesús, las palabras decisivas que pronuncia en ese largo discurso de despedida antes de la pasión, que recoge el capítulo quince del evangelio según san Juan.

“Yo soy la vid y vosotros los sarmientos”, nos dijo el domingo pasado. No puede haber una unión más estrecha que esta, porque las ramas viven solamente gracias a la savia que les llega de su unión con el tronco. “Permaneced en mí, porque sin mí no podéis hacer nada”, somos sarmientos que se secan si no estamos firmemente unidos.

Y el evangelio de este domingo nos dice cuál es esa savia que recibimos de Jesús, nuestra viña: es el amor. Con el amor que Él recibe del Padre Dios es con el que nos ama a nosotros. ¡Qué maravilla!

Con el mismo amor de Dios somos amados y por eso dice el apóstol Juan, en la segunda lectura, que Jesús es la manifestación y la prueba del amor que Dios nos tiene: ha sido enviado a nosotros para que vivamos por medio de Él. No se trata tanto de que nosotros amemos a Dios como de que hayamos sido primero amados incondicionalmente por Él, aún sin merecerlo.

Quien descubre esto, descubre la raíz de la alegría más profunda: “Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a su plenitud”. Hace unos días en un programa de televisión, un reportero se acercaba a entrevistar a un grupo de jóvenes católicos llamado Hakuna. Lo que más le llamó la atención era cómo sonreían, la alegría que tenían. Y sospechaba: ¿esto que mostráis es falso, una fachada? Los jóvenes se reían con alegría sincera y le respondían: No, es que sabemos que somos amados por Dios.

Hay que decir también que el amor que pide Jesús a sus amigos no se queda en buenos sentimientos y palabras bonitas; es real y concreto. Se concreta en la obediencia: igual que Él obedece al Padre porque lo ama y así permanece en su amor, quien le ama debe obedecerle: “si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor”, “sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”.

Y todo lo que nos manda se concreta en un solo mandamiento: “que os améis unos a otros como yo os he mandado”. No de cualquier manera, llamando amor a cualquier cosa o simplemente soportándonos para convivir, no… Amaos como yo os he amado significa que nos manda amarnos hasta dar la vida por el prójimo, porque esta ha sido la medida de su amor.

Este evangelio de hoy nos enseña lo esencial de la vida cristiana, lo más importante: ser cristiano es saberse amado incondicionalmente por Dios y, así, capaz de amar a los demás hasta dar la vida.

La iglesia de los apóstoles también tuvo que descubrir qué era lo verdaderamente importante de la fe que debía pedirse a los que decidían ser cristianos. La primera lectura refleja parte de esa reflexión.  Se trataba de decidir si para aceptar el evangelio de Jesús uno debía hacerse primero judío, es decir, cumplir con toda aquella pesada ley religiosa.

Había dos posturas enfrentadas que causaban divisiones incluso entre los apóstoles Pedro y Pablo. Pero fue el Espíritu Santo el que vino a resolver el debate al derramarse sobre los gentiles, los no judíos. Les dejó claro que la llamada era universal y no se le podía poner barrera alguna. Pedro ve como el centurión Cornelio recibe el don de la fe y cómo el Espíritu Santo viene sobre los paganos y, aunque representaba la postura más conservadora, tiene que concluir: “Ahora comprendo con toda verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea”.

Todo el que se siente amado por Dios sin condiciones y llamado a amar con ese amor a los demás, entra en la amistad con Jesús y recibe su alegría. No hay separación ni distinción alguna; es así para todos. Y no podemos poner nosotros ninguna excepción ni barrera a este don.

Los amigos se sientan a comer juntos. Compartiendo un mismo pan y un mismo cáliz se afianza la amistad y crece la confianza; lo mismo ocurre con nosotros ahora, al celebrar la eucaristía, banquete de amor con Jesús. Disfrutémosla.


martes, 30 de abril de 2024

HORARIOS MAYO 2024

VI DOMINGO DE PASCUA

SÁBADO 4

18 H. VILLAOBISPO (Misa vespertina y Via Lucis pascual)

DOMINGO 5

8 H. ROSARIO DE LA AURORA (salida Iglesia parroquial de Villaobispo)

11 H. VILLAMOROS

12 H. ROBLEDO

12 H. VILLARRODRIGO (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLANUEVA 


ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Jornada de las comunicaciones sociales

SÁBADO 11

18 H. ROBLEDO (Misa vespertina y Via Lucis pascual)

DOMINGO 12

11 H. VILLANUEVA

12 H. VILLAMOROS (Celebración de la Palabra) 

12 H. VILLARRODRIGO 

13 H. VILLAOBISPO 


PENTECOSTÉS

Jornada de la Acción Católica y del Apostolado de los seglares

SÁBADO 18 

18 H. VILLANUEVA (Misa vespertina)

DOMINGO 19

11 H. VILLAMOROS

12 H. ROBLEDO (Celebración de la Palabra)

12 H. VILLARRODRIGO

13 H. VILLAOBISPO 


SANTÍSIMA TRINIDAD
Jornada de oración por los monjes y monjas contemplativos

SÁBADO 25

18 H. VILLARRODRIGO (Misa vespertina)

DOMINGO 26

11 H. VILLAMOROS

12 H. ROBLEDO

13 H. VILLAOBISPO

13 H. VILLANUEVA (Celebración de la Palabra)


FIESTA SAN ISIDRO LABRADOR (15 DE MAYO)

VILLANUEVA (11)

VILLARRODRIGO (12)

VILLAOBISPO (MISA A LAS 13 HORAS, ROSARIO Y BENDICIÓN A LAS 17 H.)


sábado, 27 de abril de 2024

QUINTO DOMINGO DE PASCUA (B)

 TÚ ERES LA VID, NOSOTROS TUS SARMIENTOS

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

El domingo pasado, quizás lo recordamos, Jesús nos dijo de sí mismo: Yo soy el Buen Pastor. Y ese buen pastor, el mejor de todos, tiene dos rasgos fundamentales: nos conoce y da la vida por nosotros.

Hoy en el evangelio, Jesús vuelve a presentarse con una imagen hermosa y llena de significado: Yo soy la vid y vosotros sois mis sarmientos.

Para el pueblo israelita, como para toda nuestra cultura mediterránea, la vid es una planta muy importante, y el vino que produce es uno de los alimentos más esenciales. El vino es signo de bendición, alegra el corazón, da fuerzas, construye unidad cuando se comparte con alegría y responsabilidad.

Por eso en la Pascua hebrea se emplea la copa del vino como señal de la alianza con Dios y Jesús emplea el cáliz colmado de vino para expresar la Nueva Alianza de amor en la Eucaristía.

Jesús dice de sí mismo: Yo soy la vid. La vid es una planta generosa, que no tiene espinas para herir, que soporta el calor y la sequía, que emplea todas sus energías, aún en las tierras más duras, para dar vida abundante en forma de uvas generosas.

La vid se da por completo, como hace Jesús, sin reservarse nada, sólo quiere dar vida a los demás: curar al enfermo, perdonar a los pecadores, animar a los que están caídos, sostener a los tristes… Vive para los demás olvidado de sí, igual que una planta de vid, y también se hace alimento y bebida con su Cuerpo y Sangre en la Eucaristía.

Por eso es una imagen muy fuerte y muy clara la que emplea el Señor.

Todos sus discípulos queremos que nuestra vida sea provechosa, que sea fecunda, pasar haciendo el bien a los que nos rodean, dejando una huella de bondad, de amor, que quede después de nosotros. En definitiva, queremos pasar por la vida dejando el rastro de Cristo, construyendo el Reinado de Dios, haciendo de este mundo un lugar mejor, más justo, más bello, más verdadero.

Pues Jesucristo nos da la clave con este evangelio: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada”. No se puede tener esa vida divina que nos sostiene en nosotros si no es permaneciendo unidos a Él. Si no estamos unidos de verdad, sólo con nuestras fuerzas, nos resultaría totalmente imposible amar al enemigo, perdonar las ofensas, compartir, ocuparnos de los demás, dar sin esperar recompensa. En definitiva, nos resulta imposible vivir el Evangelio de verdad si no estamos unidos a Jesús como los sarmientos lo están a la vid.

Y el Padre, que es el labrador, es el que se ocupa de cuidar que nuestro crecimiento, unidos a la vid verdadera, sea real; si no estamos unidos a Él somos arrancados porque no tenemos ya vida.

A veces nos poda, por medio de las circunstancias que vivimos, para que nuestra unión sea más auténtica. Hay ocasiones en las que una circunstancia que nos parecía un disgusto, un revés, que nos descoloca, en el fondo nos termina viniendo bien, nos lleva a reajustar nuestras prioridades en la vida, a descubrir qué importa de verdad y qué no importa tanto.

La poda puede ser a nivel personal o a nivel colectivo. Por ejemplo, las convulsiones que nos afectan ahora como sociedad mundial, ¿puede tener algo de poda, de invitación y reclamo a cambiar muchas cosas que nos van llevando hacia un precipicio seguro? La situación que vivimos en los años de pandemia, ¿nos sirvió para aprender algo, para vivir con otras actitudes?

Si creemos desde la fe que Dios, en su providencia, sabe sacar bienes de los males, entonces podemos pensar que todo tiempo es un tiempo de gracias y que, aunque nos resulte doloroso adaptarnos a tantos cambios, es la poda del labrador, no para que nos sequemos, sino para dar más y mejores frutos.

Entonces, ¿Qué hacer para estar cada vez más unidos a la Vid de Jesucristo y poder así tener su savia de vida con la que se dan los mejores frutos? Lo primero que nos pide Dios, y nos lo ha dicho la segunda lectura es que creamos en su Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó.

Que guardemos sus mandamientos, aunque nos cueste, porque quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él;

Tenemos como ayudas la Palabra de Dios, el encuentro con la comunidad, los sacramentos y, de un modo especial, la Eucaristía, en la que no solo nos unimos al Señor, sino que realmente Él mismo entra dentro de nosotros, le asumimos, le comemos y bebemos.

 

sábado, 20 de abril de 2024

CUARTO DOMINGO DE PASCUA (B)

 TÚ ERES NUESTRO BUEN PASTOR


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Este cuarto domingo de Pascua es conocido como el Domingo del Buen Pastor, porque se lee el evangelio de Juan en el que Jesús se llama así a sí mismo: “Yo soy el Buen Pastor”. Para las personas que vivan en grandes ciudades o que no hayan visto de cerca la labor de los pastores con su rebaño puede que resulte una imagen extraña. Hasta puede que a algunos lo de ser rebaño les suene mal, a alienación y falta de autonomía. Pero, desde luego, aquellos que le oían, lo entendían perfectamente.

    De hecho fue la primera imagen con la que Jesús fue representado ya en el siglo segundo en las catacumbas. Cuando aún no se le había representado nunca como crucificado, ya existían imágenes cristianas de Jesús como pastor cargando a hombros una oveja.

    El pastor que vive bien su oficio, se hace uno con su rebaño, a él le dedica su día, comparte su suerte en el campo; si cae la lluvia se moja también, si es un sol aplastante también él pasa calor. Y el rebaño constituye su preocupación constante: buscar dónde hay agua, buscar donde hay sombras, donde estarán los mejores pastos, protegerlo de las fieras… Así hemos visto vivir tantas veces a los pastores de nuestros pueblos.

    Ya en el Antiguo Testamento se habla de Dios como el pastor de su pueblo, tal y como aparece en el precioso salmo 22 “El Señor es mi pastor, nada me falta…” Y se dice que los reyes han de pastorear a sus súbditos a imagen de Dios Pastor bueno.

    Pues el Señor Jesús no es solo un pastor, sino el Buen Pastor, el mejor de los pastores posibles. Él mismo lo resume en dos expresiones: él “nos conoce” y “da la vida por nosotros”.

    Nos conoce, es decir que para Dios y para su Hijo Jesucristo no somos simples números, no somos sin más la masa humana. Cada uno de nosotros le importa, sabe mejor que nosotros mismos de nuestras tristezas, de nuestras preocupaciones y angustias. Por eso Jesús nos dijo que para hablar con el Padre no necesitábamos usar de muchas y grandes palabras, ya que él lee siempre en lo profundo de nuestros corazones. No somos anónimos, sino hijos amados. 

    Hay tantas personas que hoy dicen: “nadie me comprende” o “no cuento para nadie”; pues bien digámosles los creyentes que no es cierto, porque cada uno le importamos a este Buen Pastor.

    Pero también dice “y las mías me conocen”; tenemos que conocer a este Pastor nuestro, estar cerca de él, escuchar su voz, sentir su presencia viva. Para conocerle tanto como él nos conoce, tenemos que tratarle, que es como se conoce a los amigos: escuchar, leer y meditar su Evangelio, tener ratos de oración ante la Eucaristía o en el silencio de nuestras casas, tratarle en la comunidad cristiana porque "donde están reunidos en mi nombre allí estoy yo", nos ha dicho. ¿Tengo interés en conocer a fondo al Buen Pastor?

    Da la vida por nosotros. Para Jesús es muy distinta la actitud del pastor que quiere de verdad a su rebaño, a la de aquellos que son simples asalariados, a los que solo les importa el jornal pero no el rebaño. 

    Pastores del pueblo de Israel eran, al menos en teoría, sus dirigentes: los sacerdotes, los escribas y fariseos. Pero, en la realidad, a ellos no les importaba nada lo que les pasara a los leprosos, a las viudas, a los pobres. De hecho Jesús pronuncia estas palabras justo después de dar la vista a un ciego de nacimiento al que, por contraste, las autoridades religiosas, se dedican a interrogar con dureza.

    Este Buen Pastor, crucificado por amor y ahora resucitado, está y estará con nosotros hasta el final de los tiempos, según su promesa. Y no deja de conocernos, cuidarnos, pastorearnos. Lo hace mediante su Palabra y sus sacramentos.

    Y a través de sus discípulos, todos colaboramos con el amor y la preocupación del Buen Pastor cuando nos cuidamos los unos a los otros, cuando tratamos de que nadie se quede olvidado. 

    Es lo que hizo Pedro, que, en el nombre de Jesús cura a un tullido, aunque eso le traiga luego consecuencias como ser interrogado en el tribunal por haber hecho algo en nombre del crucificado Jesús, cuyo nombre quieren hacer desaparecer. Pedro, en lugar de defenderse a sí mismo, aprovecha la ocasión para predicar: “ese que creíais que era la piedra desechada es ahora la piedra angular”, sin la cual nada puede construirse ya.

    ¿Nos creemos esto, lo que hemos repetido en el salmo? Que Cristo Buen Pastor es la piedra angular y que, sin él, todo lo que construyamos en la vida carece de valor y de sentido y se derrumba como un arco de piedras al que le falta la piedra clave.

    Ya somos hijos de Dios, hijos amados, dice el apóstol san Juan, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Seremos semejantes a él, transformados, hechos de nuevo como ni podemos siquiera imaginar. Esto no son ilusiones vanas, sino promesas del Buen Pastor que sabemos que se cumplen porque su amor es real, hasta dar la vida por cada uno de nosotros.

    Sigamos viviendo este domingo del Buen Pastor. Aprovechemos para orar por las vocaciones como se nos pide en esta jornada eclesial: que haya muchos amigos de Jesús que descubran que cuenta con ellos para ser buenos pastores que, como él, amen y den la vida por su pueblo.

 

sábado, 13 de abril de 2024

TERCER DOMINGO DE PASCUA (B)

              VOSOTROS SOIS TESTIGOS

COMENTARIO  A LAS LECTURAS DE LA MISA

Continuamos adelante en el camino alegre del tiempo pascual. Si hay algo que se repite en las lecturas de la misa durante la Pascua son las apariciones de Cristo Resucitado a sus discípulos. El Señor se empeña en hacerse presente entre ellos, en manifestarse en muchos lugares y ambientes; no se cansa de darles pruebas de que vive. Y también se les manifiesta por el camino, como a los dos que regresaban decepcionados desde Jerusalén a su aldea de Emaús.

Y es que, aunque a veces pensemos que los discípulos ya creían en su resurrección, lo cierto es que les costó aceptar que el Maestro, al que habían visto morir en la cruz, al que habían enterrado, ahora viviera… podían creer que era la aparición de un espíritu o que eran alucinaciones de unos o de otros.

Pero que estuviese vivo, con su mismo cuerpo crucificado y ahora transformado, les resultaba casi imposible. Por eso, y durante cincuenta días, que es lo que dura nuestra Pascua, se les manifestó una y otra vez.

Como en el evangelio de este domingo tercero: a pesar de que los dos discípulos de Emaús han vuelto contando su encuentro con un peregrino misterioso que era el Señor y cómo le habían reconocido al partir el pan, ellos todavía desconfían. Y cuando se presenta en medio de ellos y les saluda con el saludo pascual “Paz a vosotros”, en lugar de alegrarse se aterrorizan.

Es necesario que Cristo les enseñe, otra vez, las marcas que ha dejado la crucifixión en su cuerpo y que coma con ellos para que, por fin, entiendan que no es un fantasma, que no deben temer, que se trata de algo infinitamente más grande y hermoso: Dios Padre, que todo lo puede, ha devuelto a la vida a su amado hijo Jesús, que aceptó la peor de las muertes por amar hasta el extremo, hasta dar la vida en rescate nuestro.

Y, a continuación, hace algo tan necesario como mostrarles su cuerpo glorioso: abrirles la inteligencia para que comprendan que la Palabra de Dios, las Escrituras, ya anunciaban todo lo que ha pasado, la pasión, muerte y resurrección del Salvador. Pero como las leían sin esta luz de la fe que da el Resucitado, no podían entenderlas.

            Es verdad que nosotros no podemos ver en persona a Jesús, tocarle y comer con él, pero tenemos fe en su presencia real, aunque invisible. No estamos celebrando solamente que hace dos mil años resucitó y que el sepulcro estaba vacío, sino que sigue vivo, aunque no lo veamos y que está con nosotros hasta el fin de los tiempos, según nos prometió.

Tenemos para reconocer su presencia viva lo mismo que han tenido los cristianos de todos los tiempos, también los mejores como san Agustín, san Francisco, santa Teresa de Jesús o la Madre Teresa de Calcuta: la comunidad cristiana, su Palabra viva y sus signos en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía.

Es en la Misa donde el Señor nos explica las Escrituras y come con nosotros, o mejor, se deja comer por nosotros como Pan Vivo. Y también a nosotros nos dice: La paz a vosotros. No tengáis miedo, soy yo, en persona.

Por difíciles que sean estos tiempos y por fuertes que se nos presenten los interrogantes y los motivos de duda que quitan la tranquilidad, en esta celebración pascual tendríamos que dejarnos contagiar de la vida del Resucitado e imitar el ejemplo de aquella primera comunidad que, mucho más que nosotros, vivió unos tiempos nada fáciles. Y ahí están las persecuciones, precisamente, por profesar y defender la fe en el Cristo resucitado.

El apóstol Pedro, en la primera lectura, nos da un admirable ejemplo de coherencia y valentía. Hacía pocos días había negado que conociera a Jesús y, en el momento de la cruz, había huido, como casi todos los demás discípulos, acobardados. Pero ahora él y los otros apóstoles han tenido la experiencia de la Pascua, se han visto inundados por la fuerza del Espíritu y llenos de fuerza, se atreven a decir ante todo el pueblo: vosotros matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó… y nosotros somos testigos de ello.

Cristo ha querido que todos nosotros seamos testigos creíbles en todos los aspectos de la vida cristiana, guardando su palabra y viviendo el amor fraterno: quien guarda su Palabra, el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.

sábado, 6 de abril de 2024

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA (B)

 PAZ A VOSOTROS

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Hoy seguimos felicitándonos como en la noche del Sábado Santo: ¡Feliz Pascua, el Señor ha resucitado! Un acontecimiento tan maravilloso como este, que lo cambia todo, no puede quedar reducido a un solo día. Por eso lo celebramos durante cincuenta días, hasta Pentecostés.

Hoy es el segundo domingo, llamado el Domingo de la Divina Misericordia. El Señor resucitado muestra su misericordia al manifestarse a los apóstoles, muertos de miedo y llenos de dudas. A pesar de que podría haberles reprochado, con razón, que le han abandonado cuando fue apresado y crucificado, que no han dado su vida por él, como había dicho Pedro, no lo hace. En cambio, lleno de amor, les saluda con palabras de consuelo: “Paz a vosotros”, les dice por dos veces.

Aunque Cristo ha vencido la muerte, ellos continúan viviendo en la oscuridad, con las puertas cerradas. Se suele decir que “el miedo es libre” ... pero no es así, porque el miedo no libera, sino que encierra y esclaviza. Lo que libera es el amor y Jesús quiere discípulos libres: sopla sobre ellos y les envía el Espíritu Santo.

Lo hace para que ellos, a su vez, lleven liberación a otros: a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados. No hay peores cadenas que las que se llevan por dentro, invisibles pero paralizantes. Una cadena interior muy fuerte es el pecado, que se manifiesta a veces de modo visible en cadenas como las adicciones, las violencias, las codicias, etc. El Señor resucitado quiere desatar en nosotros todas esas ataduras y, para ello, dejó en su Iglesia, por medio de los apóstoles un sacramento de misericordia: la reconciliación.

El apóstol Tomás representa al creyente que duda. Ni con el testimonio de sus compañeros se fía de que sea verdad la resurrección; necesita tocar, palpar, ver por sí mismo. Y el Señor se deja tocar y le deja poner sus manos de incrédulo en aquellas llagas que, al quedar impresas en su cuerpo resucitado, dejan ver para siempre el amor hasta el extremo que le ha llevado hasta la cruz. Alguien dijo que este evangelio nos recuerda dónde podemos encontrar al Resucitado hoy y siempre:

En las llagas: es decir, en el dolor humano. En los hermanos que sufren en el cuerpo o en el espíritu, en este mundo llagado del dolor siempre encontraremos a Jesucristo. Y si huimos de las llagas de los hermanos, porque nos da miedo sufrir con ellos, nos perderemos su presencia.

En la comunidad: aunque estemos con miedos o con cansancios, como estaban ellos. Si estamos reunidos en su nombre él estará entre nosotros, nos dará su Espíritu Santo y su paz. Así es como vivían los primeros cristianos, nos ha dicho la primera lectura, con unidad entre ellos: pensaban y sentían lo mismo y tenían todo en común. Si, en cambio, queremos vivir la fe aisladamente, nos perderemos su presencia.

El apóstol san Juan afirma en la segunda lectura que quien cree que Jesús es el Cristo, es decir quien cree de corazón que este mismo que murió en la cruz es el salvador esperado y enviado por Dios, ha nacido de Dios y vence al mundo.

¿Qué significa vencer al mundo si vivimos en él todos nosotros? Significa vivir en él, pero de un modo distinto, con los valores del Evangelio. Eso es vencer el mundo: vivir en él, pero luchando contra los anti-valores que impiden el reinado de Dios: el egoísmo, el odio, la codicia, el materialismo.

El mismo apóstol sigue diciendo que la victoria la trae Jesucristo con agua y con sangre, es decir, con el bautismo y con la eucaristía.

Por el bautismo fuimos regenerados, hemos nacido de nuevo a la vida de los hijos de Dios. Tenemos ya la fuerza del Espíritu Santo, que va creando en nosotros un hombre nuevo según la imagen del único hombre nuevo: Jesucristo. Por esto cada domingo de Pascua renovamos nuestro bautismo con el signo del agua.

Y la eucaristía, su cuerpo y sangre entregados, nos sirve de alimento de vida y bebida de salvación para este largo y precioso camino de transformación.

Aunque tengamos dudas, como el apóstol Tomás, el Señor resucitado cuenta con nosotros para llevar ilusión y confianza a nuestro mundo, para anunciarle la única buena noticia que puede transformar los corazones: ha resucitado y está con nosotros hasta el fin de los tiempos.

Dichosos los que creamos sin haber visto.

ASCENSIÓN DEL SEÑOR (B)

VUELVES AL PADRE, PERO NO NOS DEJAS SOLOS COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA La Ascensión del Señor a los cielos es una de las grandes f...