QUIEN NO AMA NO HA CONOCIDO A DIOS
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Continuamos
adelante en el precioso camino de la cincuentena pascual que ya va llegando a
su final. Seguimos escuchando palabras de amor de Jesús, las palabras decisivas
que pronuncia en ese largo discurso de despedida antes de la pasión, que recoge
el capítulo quince del evangelio según san Juan.
“Yo
soy la vid y vosotros los sarmientos”, nos dijo el domingo pasado. No puede
haber una unión más estrecha que esta, porque las ramas viven solamente gracias
a la savia que les llega de su unión con el tronco. “Permaneced en mí, porque
sin mí no podéis hacer nada”, somos sarmientos que se secan si no estamos
firmemente unidos.
Y
el evangelio de este domingo nos dice cuál es esa savia que recibimos de Jesús,
nuestra viña: es el amor. Con el amor que Él recibe del Padre Dios es con el
que nos ama a nosotros. ¡Qué maravilla!
Con
el mismo amor de Dios somos amados y por eso dice el apóstol Juan, en la
segunda lectura, que Jesús es la manifestación y la prueba del amor que Dios
nos tiene: ha sido enviado a nosotros para que vivamos por medio de Él. No se
trata tanto de que nosotros amemos a Dios como de que hayamos sido primero
amados incondicionalmente por Él, aún sin merecerlo.
Quien
descubre esto, descubre la raíz de la alegría más profunda: “Os he hablado de
esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a su
plenitud”. Hace unos días en un programa de televisión, un reportero se
acercaba a entrevistar a un grupo de jóvenes católicos llamado Hakuna. Lo que
más le llamó la atención era cómo sonreían, la alegría que tenían. Y
sospechaba: ¿esto que mostráis es falso, una fachada? Los jóvenes se reían con
alegría sincera y le respondían: No, es que sabemos que somos amados por Dios.
Hay
que decir también que el amor que pide Jesús a sus amigos no se queda en buenos
sentimientos y palabras bonitas; es real y concreto. Se concreta en la
obediencia: igual que Él obedece al Padre porque lo ama y así permanece en su
amor, quien le ama debe obedecerle: “si guardáis mis mandamientos,
permaneceréis en mi amor”, “sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando”.
Y
todo lo que nos manda se concreta en un solo mandamiento: “que os améis unos a
otros como yo os he mandado”. No de cualquier manera, llamando amor a cualquier
cosa o simplemente soportándonos para convivir, no… Amaos como yo os he amado
significa que nos manda amarnos hasta dar la vida por el prójimo, porque esta
ha sido la medida de su amor.
Este
evangelio de hoy nos enseña lo esencial de la vida cristiana, lo más
importante: ser cristiano es saberse amado incondicionalmente por Dios y, así,
capaz de amar a los demás hasta dar la vida.
La
iglesia de los apóstoles también tuvo que descubrir qué era lo verdaderamente
importante de la fe que debía pedirse a los que decidían ser cristianos. La
primera lectura refleja parte de esa reflexión.
Se trataba de decidir si para aceptar el
evangelio de Jesús uno debía hacerse primero judío, es decir, cumplir con toda
aquella pesada ley religiosa.
Había dos posturas enfrentadas que causaban divisiones incluso
entre los apóstoles Pedro y Pablo. Pero fue el Espíritu Santo el que vino a
resolver el debate al derramarse sobre los gentiles, los no judíos. Les dejó
claro que la llamada era universal y no se le podía poner barrera alguna. Pedro
ve como el centurión Cornelio recibe el don de la fe y cómo el Espíritu Santo
viene sobre los paganos y, aunque representaba la postura más conservadora,
tiene que concluir: “Ahora comprendo con toda verdad que Dios no hace acepción
de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la
nación que sea”.
Todo el que se siente amado por Dios sin condiciones y llamado a
amar con ese amor a los demás, entra en la amistad con Jesús y recibe su
alegría. No hay separación ni distinción alguna; es así para todos. Y no
podemos poner nosotros ninguna excepción ni barrera a este don.
Los amigos se sientan a comer juntos. Compartiendo un mismo pan y un mismo cáliz se afianza la amistad y crece la confianza; lo mismo ocurre con nosotros ahora, al celebrar la eucaristía, banquete de amor con Jesús. Disfrutémosla.
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