PAZ A VOSOTROS
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Hoy seguimos felicitándonos como en
la noche del Sábado Santo: ¡Feliz Pascua, el Señor ha resucitado! Un
acontecimiento tan maravilloso como este, que lo cambia todo, no puede quedar
reducido a un solo día. Por eso lo celebramos durante cincuenta días, hasta
Pentecostés.
Hoy es el segundo domingo, llamado el
Domingo de la Divina Misericordia. El Señor resucitado muestra su misericordia
al manifestarse a los apóstoles, muertos de miedo y llenos de dudas. A pesar de
que podría haberles reprochado, con razón, que le han abandonado cuando fue
apresado y crucificado, que no han dado su vida por él, como había dicho Pedro,
no lo hace. En cambio, lleno de amor, les saluda con palabras de consuelo: “Paz
a vosotros”, les dice por dos veces.
Aunque Cristo ha vencido la muerte,
ellos continúan viviendo en la oscuridad, con las puertas cerradas. Se suele
decir que “el miedo es libre” ... pero no es así, porque el miedo no libera,
sino que encierra y esclaviza. Lo que libera es el amor y Jesús quiere
discípulos libres: sopla sobre ellos y les envía el Espíritu Santo.
Lo hace para que ellos, a su vez,
lleven liberación a otros: a quienes perdonéis los pecados les quedan
perdonados. No hay peores cadenas que las que se llevan por dentro, invisibles
pero paralizantes. Una cadena interior muy fuerte es el pecado, que se
manifiesta a veces de modo visible en cadenas como las adicciones, las violencias,
las codicias, etc. El Señor resucitado quiere desatar en nosotros todas esas
ataduras y, para ello, dejó en su Iglesia, por medio de los apóstoles un
sacramento de misericordia: la reconciliación.
El apóstol Tomás representa al
creyente que duda. Ni con el testimonio de sus compañeros se fía de que sea
verdad la resurrección; necesita tocar, palpar, ver por sí mismo. Y el Señor se
deja tocar y le deja poner sus manos de incrédulo en aquellas llagas que, al quedar
impresas en su cuerpo resucitado, dejan ver para siempre el amor hasta el
extremo que le ha llevado hasta la cruz. Alguien dijo que este evangelio nos
recuerda dónde podemos encontrar al Resucitado hoy y siempre:
En las llagas: es decir, en el dolor
humano. En los hermanos que sufren en el cuerpo o en el espíritu, en este mundo
llagado del dolor siempre encontraremos a Jesucristo. Y si huimos de las llagas
de los hermanos, porque nos da miedo sufrir con ellos, nos perderemos su
presencia.
En la comunidad: aunque estemos con
miedos o con cansancios, como estaban ellos. Si estamos reunidos en su nombre
él estará entre nosotros, nos dará su Espíritu Santo y su paz. Así es como vivían
los primeros cristianos, nos ha dicho la primera lectura, con unidad entre
ellos: pensaban y sentían lo mismo y tenían todo en común. Si, en cambio,
queremos vivir la fe aisladamente, nos perderemos su presencia.
El apóstol san Juan afirma en la
segunda lectura que quien cree que Jesús es el Cristo, es decir quien cree de
corazón que este mismo que murió en la cruz es el salvador esperado y enviado
por Dios, ha nacido de Dios y vence al mundo.
¿Qué significa vencer al mundo si
vivimos en él todos nosotros? Significa vivir en él, pero de un modo distinto,
con los valores del Evangelio. Eso es vencer el mundo: vivir en él, pero luchando
contra los anti-valores que impiden el reinado de Dios: el egoísmo, el odio, la
codicia, el materialismo.
El mismo apóstol sigue diciendo que
la victoria la trae Jesucristo con agua y con sangre, es decir, con el bautismo
y con la eucaristía.
Por el bautismo fuimos regenerados,
hemos nacido de nuevo a la vida de los hijos de Dios. Tenemos ya la fuerza del
Espíritu Santo, que va creando en nosotros un hombre nuevo según la imagen del
único hombre nuevo: Jesucristo. Por esto cada domingo de Pascua renovamos
nuestro bautismo con el signo del agua.
Y la eucaristía, su cuerpo y sangre
entregados, nos sirve de alimento de vida y bebida de salvación para este largo
y precioso camino de transformación.
Aunque tengamos dudas, como el
apóstol Tomás, el Señor resucitado cuenta con nosotros para llevar ilusión y
confianza a nuestro mundo, para anunciarle la única buena noticia que puede
transformar los corazones: ha resucitado y está con nosotros hasta el fin de
los tiempos.
Dichosos los que creamos sin haber visto.
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