sábado, 30 de marzo de 2024

DOMINGO DE PASCUA (B)

 NO ESTÁ AQUÍ, ¡HA RESUCITADO!

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Hoy es el domingo más importante del año, la fiesta de las fiestas: es la Pascua. Celebramos, llenos de alegría, que la vida ha vencido la muerte, que el Señor ha resucitado. Todos los demás domingos del año serán un eco de este.

    Desde el Domingo de Ramos hasta hoy hemos podido vivir, con sencillez y en parroquia, los días más decisivos en la vida de Cristo y los días más importantes en nuestra fe cristiana. No ha sido un simple recuerdo de hechos del pasado ya conocidos, sino una actualización; lo que ocurrió entonces se ha hecho presente para nosotros: le hemos acompañado en el cenáculo para comer la última cena pascual, hemos acompañado su tristeza y oración en el huerto de Getsemaní, su camino hacia el Calvario y su Pasión y Muerte.

  ¡Qué suerte hemos tenido de poder vivir un Triduo Pascual centrados en lo verdaderamente importante, en acompañar al Señor y agradecer su redención conseguida en la cruz! Sin preocuparnos de lo externo, de conseguir masas de gente o de tener un impacto mediático…

    Por eso ahora nos llenamos de alegría con su resurrección. La resurrección es la prueba definitiva de la verdad de toda la persona de Cristo; si no hubiese resucitado, sería un profeta más, un hombre bueno con un gran mensaje al que, como a tantos otros antes, el mal y la injusticia acallaron y vencieron.

    Pero si ha resucitado, tal y como había anunciado que el grano de trigo tenía que ser sepultado en la tierra para dar fruto abundante, entonces es que todo lo que dijo antes es cierto: realmente él es el Hijo de Dios, el Salvador que nos puede dar la vida eterna.

    En el evangelio hemos escuchado que María Magdalena se acerca al sepulcro a realizar un último gesto de amor con el cuerpo muerto de su querido y admirado Jesús. Sólo quiere terminar de ungir su cadáver, porque las circunstancias tan duras que han vivido con la crucifixión no se lo han permitido.

    Ni se le pasaba por la cabeza que hubiera resucitado, como tampoco al resto de apóstoles, que han huido a donde han podido para llorar la muerte y el fracaso de Jesús y pensar en cómo retomar ahora su vida.

    Cuando ve la losa del sepulcro quitada, que nadie podría haber movido, corre a anunciárselo a Pedro y a Juan. Estos corren a comprobarlo y, al llegar, ven los lienzos tendidos y el sudario enrollado. La traducción del texto al castellano no refleja lo que dice la palabra original: ven los lienzos que se enrollaban alrededor del cadáver “vaciados”, tal y como se queda una pupa cuando la mariposa la ha abandonado. Nadie podría haber robado el cuerpo y haberlo dejado así. Y nadie habría entrado a robar y habría dejado la valiosa tela del sudario abandonada.

    Por eso “ven y creen”. Creen y, por fin, logran entender la Palabra de Cristo que ya les anunció repetidamente su resurrección: “destruid este templo y al tercer día lo levantaré de nuevo”.

    ¿Qué significa para nosotros la resurrección de Jesucristo? La respuesta es así de clara: todo. Si él ha vencido a la muerte, significa que tenemos la esperanza de una vida nueva. Si ha resucitado entonces estamos salvados de la muerte y del pecado, que, aunque sigan teniendo poder sobre nosotros, ya no son definitivos, están vencidos por la resurrección.

    Dos son los grandes signos de la celebración de la Pascua que nos acompañarán hasta la fiesta de Pentecostés: la luz del cirio y el agua bautismal.

    La luz del cirio, que encendimos anoche en la Vigilia pascual, es la luz del resucitado que ilumina la oscuridad del mundo. ¿Qué oscuridad tan grande habría en este mundo y en nuestros corazones si el Señor no hubiese vencido a la muerte? No habría esperanza para nosotros; solo nos quedaría distraer la vida, intentando no pensar que todo se va a acabar definitivamente. Por desgracia muchos de los que nos rodean viven así, en la tiniebla y es nuestro deber compartirles la luz del Resucitado.

    El agua bautismal es la que nos ha hecho renacer, nos ha dado la vida nueva de los hijos de Dios. Por eso en estos domingos de Pascua la recibimos y renovamos así nuestro bautismo con sus compromisos.

    San Pablo nos invita a vivir ya como resucitados, nacidos de la Pascua: Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allí arriba, no los de la tierra.

    ¿Cómo es mi modo de vivir, como alguien que tiene la esperanza de la resurrección de Cristo en su vida o la de alguien distraído en los bienes efímeros que pasan y que nos distraen de los esenciales?

Feliz Pascua, hermanos.

Cristo ha resucitado y nosotros también con él.

 

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