ESTAD DESPIERTOS EN TODO TIEMPO
Los cristianos damos a las tres virtudes más importantes el nombre de “Virtudes teologales”. ¿Qué significa eso? Que son las virtudes que más nos asemejan a Dios y que son infundidas por Dios mismo en nosotros, para hacernos capaces de vivir como hijos suyos y merecedores de la vida eterna en él. Podemos vivirlas por la acción del Espíritu Santo, que nos habita como templos suyos, algo que somos desde el bautismo.
Estas tres virtudes teologales, las más importantes, son la FE, la ESPERANZA y la CARIDAD. Sin ellas no hay vida cristiana. A la segunda de estas virtudes, la ESPERANZA, está especialmente dedicado el tiempo litúrgico del Adviento que damos comienzo hoy.
Si
dijéramos que el Adviento es una simple preparación de la Navidad estaríamos
reduciéndolo mucho. Es ciertamente un tiempo que nos dispone a celebrar un año
más la Navidad, la encarnación del Hijo de Dios que se
hace hombre compartiendo nuestra existencia.
Pero,
además de esto, el Adviento, sobre todo en su primera parte, nos recuerda que
los creyentes en Jesucristo somos personas que viven con esperanza. Y vivir con
esperanza no es vivir resignados, sino confiando y esperando en algo mejor y
más definitivo: lo que llamamos el Reinado de Dios.
No aceptamos, sin más, el mundo tal y como es: violento, injusto, cargado de miedos, de sospechas, de mentiras. Un mundo en el que, sobrando los recursos para ello, se acepta con naturalidad que haya millones de seres humanos que mueran de frío, de hambre, de enfermedad. Esto que tenemos, y a lo que estamos tan acostumbrados, no es lo que Dios quiere que tengamos.
Jesús
vino de parte del Padre a enseñarnos a vivir de otra manera muy distinta; nos
lo enseñó con su ejemplo, viviendo él como hombre, en primer lugar, las
Bienaventuranzas. Y nos dijo: seguid adelantando el Reino, sed sal y luz, sed
levadura y semilla del Reino. Porque un día, que nadie sabe, volveré a hacerlo pleno, para
vencer todo mal y toda muerte.
De
eso nos habla el tiempo del Adviento en su primera parte: de una venida segunda
y definitiva de Jesucristo, no ya naciendo como un niño pobre de una madre en
Belén, sino como Rey y Señor, tal y como le proclamábamos el domingo pasado en
la solemnidad de Jesucristo rey del Universo.
“Ya
llegan días —oráculo del Señor— en que cumpliré la promesa que hice a la casa
de Israel y a la casa de Judá”, hemos escuchado que decía el profeta Jeremías
en la primera lectura.
Dios
no promete en vano, Dios cumple siempre sus promesas; prometió la venida del Mesías
y cumplió su promesa en Jesús. Nos ha prometido que volverá como Rey trayendo
la liberación plena y tampoco dejará sin cumplir esa promesa: “Entonces verán
al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a
suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación”.
¿Cómo debemos
esperar este acontecimiento de salvación? El mismo Cristo, al que esperamos,
nos lo ha dicho, usando tres verbos imperativos en este evangelio: “Tened
cuidado de vosotros”, “estad despiertos” y “manteneos en pie”.
Se
puede vivir de una forma desganada, dejando pasar los días y la vida, sin
pensar nunca en las realidades de la fe, como si nuestra vida nunca fuese a
tener un fin o como si por no pensar en ello fuese algo que no va a llegar
nunca. Contra esa forma de vivir tan pasiva, languideciente, desganada,
dormida, nos previene el mensaje evangélico de este primer domingo del
adviento.
Y nos pide que hagamos lo contrario: estar despiertos, con la lámpara de la fe brillando e iluminando la vida cotidiana, con una oración más intensa, con obras de caridad y una escucha atenta de la Palabra de Dios.
Entremos, pues, en este tiempo tan bonito del Adviento, que es una invitación a cultivar la Esperanza como virtud esencial para la vida del cristiano. Y acojamos, personalmente y como comunidad, la primera llamada del Adviento: Estad despiertos, Tened cuidado de vosotros, Manteneos en pie.
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