ALÉGRATE, LLENA DE GRACIA
En este segundo domingo del
adviento, tiempo de vigilancia y preparación ante la venida del Señor,
celebramos la Inmaculada Concepción de la Virgen María. La coincidencia de fechas
y, dada la importancia que para la Iglesia en España tiene la Inmaculada como
patrona, hace que la fiesta de la Virgen tenga hoy preeminencia sobre el adviento.
Pero no hay oposición entre estas
celebraciones, puesto que si hay una figura que nos enseñe cuáles son las
actitudes propias del adviento cristiano, esa es María.
Ella esperó, como todos los hebreos,
la venida del Mesías esperado, anunciado por los profetas. La oración incesante
del pueblo israelita, de la que participó María, era pedirle a Yahvé Dios que
se manifestase enviando a un salvador, al ungido de Dios (que eso significa
Mesías), descendiente de David, que viniese a traer justicia y paz.
Pero, además, ella lo esperó como
la madre que, por obra del Espíritu Santo, lo concibió en su seno virginal.
La Virgen María vivió de una
forma singular la virtud teologal de la esperanza, que es la propia del tiempo
del adviento. Con Ella nos preparamos mejor a celebrar la encarnación de su
Hijo Jesús en las fiestas de la Navidad y con Ella seguimos esperando su
regreso en gloria, implorando incesantemente: Maranathá, ven Señor Jesús.
Hoy celebramos su concepción
inmaculada. Por designio de Dios aquella mujer de Nazaret, de nuestra misma
condición humana, fue preservada de cualquier mancha del pecado original, de
modo que pudiese ser la digna madre de quien vino a borrar el poder del pecado
y de la muerte.
Hemos escuchado como primera
lectura el relato de la caída original en el libro del Génesis. Dios crea al
ser humano, varón y mujer, ambos a imagen y semejanza suyas, iguales en
dignidad, distintos pero complementarios, para que vivieran en amistad
permanente con Él y para que, representándole, administrasen la creación y la
hiciesen ordenada y fecunda. Pero, en un mal uso de su libertad, le
desobedecieron dejándose llevar por la tentación de pasar de criaturas a
dioses.
Conocemos bien ese relato. Dios
maldice a la serpiente enemiga, pero no al hombre y a la mujer, porque son sus
criaturas amadas como hijos, y anuncia que de la descendencia de Eva una mujer
aplastará la cabeza de la serpiente. Así se representa la imagen de la
Inmaculada Concepción, pisando la cabeza de una serpiente que quiere morder a
la humanidad entera, inoculando su veneno de mentira y de enemistad con Dios.
Ella es la nueva Eva, la que, por
fin, vence a la serpiente. Pisa su cabeza para que esta no pueda mordernos a
sus hijos y da origen así a una nueva humanidad que saldrá vencedora del
combate contra el mal. Por eso podemos cantar con el salmista “Cantad al Señor
un cantico nuevo, porque ha hecho maravillas”.
La muchacha que recibe el anuncio
del ángel Gabriel que la dice que Dios se ha fijado en su sencillez y la ha
escogido para ser la madre del Salvador, no podía imaginar cómo algo así fuese
posible, cómo podía ser madre en su virginidad. Pero se fía plenamente, da su
sí generoso y se entrega por completo al plan de Dios: “He aquí la esclava del
Señor, hágase en mí según tu palabra”.
Nos enseña a los creyentes de
todos los tiempos a confiar en Dios, en abandonarnos a su voluntad para encontrar
paz y descanso, aún cuando no entendamos todo en el momento.
Dios tiene siempre un designio de
salvación para nosotros. Nuestra historia, personal y comunitaria, es historia
de salvación, como lo fue la historia del pueblo de Israel. Lo es porque no la
hacemos solos, Dios la va guiando, aunque no siempre nos demos cuenta ni la
entendamos.
Quien descubre esto vive con
esperanza, sea cual sea la circunstancia por la que le toque pasar. El Papa Francisco
nos dice que la esperanza cristiana nace de la experiencia creyente de sabernos
amados incondicionalmente por Dios, de saber que nuestra vida está en sus manos
y que Él no nos va a dejar en esta vida y nos espera en la eterna para
colmarnos de alegría.
Sigamos recorriendo el camino del
adviento de la mano de la Virgen María. Aprendamos de ella a esperar a
Jesucristo, nuestro Salvador. Aprendamos de ella la Esperanza, que es una
virtud que necesitamos, tanto para vivirla como para testimoniarla en un mundo
tan desilusionado como el nuestro.
Nos deseamos unos a otros, con
las palabras del apóstol Pablo: “que vuestro amor siga creciendo más y más en
penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.
Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios”.
Feliz día de la Inmaculada
Concepción y Domingo segundo del adviento.
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