miércoles, 4 de diciembre de 2024

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN. Segundo Domingo de Adviento (ciclo C)

 ALÉGRATE, LLENA DE GRACIA


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    En este segundo domingo del adviento, tiempo de vigilancia y preparación ante la venida del Señor, celebramos la Inmaculada Concepción de la Virgen María. La coincidencia de fechas y, dada la importancia que para la Iglesia en España tiene la Inmaculada como patrona, hace que la fiesta de la Virgen tenga hoy preeminencia sobre el adviento.

    Pero no hay oposición entre estas celebraciones, puesto que si hay una figura que nos enseñe cuáles son las actitudes propias del adviento cristiano, esa es María.

    Ella esperó, como todos los hebreos, la venida del Mesías esperado, anunciado por los profetas. La oración incesante del pueblo israelita, de la que participó María, era pedirle a Yahvé Dios que se manifestase enviando a un salvador, al ungido de Dios (que eso significa Mesías), descendiente de David, que viniese a traer justicia y paz.

    Pero, además, ella lo esperó como la madre que, por obra del Espíritu Santo, lo concibió en su seno virginal.

    La Virgen María vivió de una forma singular la virtud teologal de la esperanza, que es la propia del tiempo del adviento. Con Ella nos preparamos mejor a celebrar la encarnación de su Hijo Jesús en las fiestas de la Navidad y con Ella seguimos esperando su regreso en gloria, implorando incesantemente: Maranathá, ven Señor Jesús.

    Hoy celebramos su concepción inmaculada. Por designio de Dios aquella mujer de Nazaret, de nuestra misma condición humana, fue preservada de cualquier mancha del pecado original, de modo que pudiese ser la digna madre de quien vino a borrar el poder del pecado y de la muerte.

    Hemos escuchado como primera lectura el relato de la caída original en el libro del Génesis. Dios crea al ser humano, varón y mujer, ambos a imagen y semejanza suyas, iguales en dignidad, distintos pero complementarios, para que vivieran en amistad permanente con Él y para que, representándole, administrasen la creación y la hiciesen ordenada y fecunda. Pero, en un mal uso de su libertad, le desobedecieron dejándose llevar por la tentación de pasar de criaturas a dioses.

    Conocemos bien ese relato. Dios maldice a la serpiente enemiga, pero no al hombre y a la mujer, porque son sus criaturas amadas como hijos, y anuncia que de la descendencia de Eva una mujer aplastará la cabeza de la serpiente. Así se representa la imagen de la Inmaculada Concepción, pisando la cabeza de una serpiente que quiere morder a la humanidad entera, inoculando su veneno de mentira y de enemistad con Dios.

    Ella es la nueva Eva, la que, por fin, vence a la serpiente. Pisa su cabeza para que esta no pueda mordernos a sus hijos y da origen así a una nueva humanidad que saldrá vencedora del combate contra el mal. Por eso podemos cantar con el salmista “Cantad al Señor un cantico nuevo, porque ha hecho maravillas”.

    La muchacha que recibe el anuncio del ángel Gabriel que la dice que Dios se ha fijado en su sencillez y la ha escogido para ser la madre del Salvador, no podía imaginar cómo algo así fuese posible, cómo podía ser madre en su virginidad. Pero se fía plenamente, da su sí generoso y se entrega por completo al plan de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

    Nos enseña a los creyentes de todos los tiempos a confiar en Dios, en abandonarnos a su voluntad para encontrar paz y descanso, aún cuando no entendamos todo en el momento.

    Dios tiene siempre un designio de salvación para nosotros. Nuestra historia, personal y comunitaria, es historia de salvación, como lo fue la historia del pueblo de Israel. Lo es porque no la hacemos solos, Dios la va guiando, aunque no siempre nos demos cuenta ni la entendamos.

    Quien descubre esto vive con esperanza, sea cual sea la circunstancia por la que le toque pasar. El Papa Francisco nos dice que la esperanza cristiana nace de la experiencia creyente de sabernos amados incondicionalmente por Dios, de saber que nuestra vida está en sus manos y que Él no nos va a dejar en esta vida y nos espera en la eterna para colmarnos de alegría.

    Sigamos recorriendo el camino del adviento de la mano de la Virgen María. Aprendamos de ella a esperar a Jesucristo, nuestro Salvador. Aprendamos de ella la Esperanza, que es una virtud que necesitamos, tanto para vivirla como para testimoniarla en un mundo tan desilusionado como el nuestro.

    Nos deseamos unos a otros, con las palabras del apóstol Pablo: “que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.

    Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, para gloria y alabanza de Dios”.

    Feliz día de la Inmaculada Concepción y Domingo segundo del adviento.


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