REGOCÍJATE Y DISFRUTA CON TODO TU SER
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISAEste
domingo tercero del adviento trae siempre un mensaje diferente a los dos
anteriores: el primero era la llamada “estad despiertos”; el segundo nos pedía
“preparad los caminos al Señor que llega”. Y en este, el tercero, la invitación
que nos dirige la Palabra de Dios es: “Estad alegres”. Por eso, en la tradición
de la Iglesia se le ha llamado a este domingo con un nombre: el domingo
“Gaudete”, que significa en latín “Alegraos”.
De
esta forma, cada domingo va completando el sentido del adviento cristiano, que
es, a la vez, vigilancia, conversión… y también alegría. Alegría porque el
Señor está cerca de nosotros, porque trae liberación y sanación para tantos
males como, personal y socialmente, nos acechan y dañan.
¡Qué
bien viene, en estos momentos, la invitación que nos dirige Dios mismo a la
alegría! La situación mundial de guerras que no acaban, la incertidumbre ante
el futuro, la crispación social y política… todo parece ser una invitación al
pesimismo y la tristeza. Y, en medio de todo esto, la fe nos dice hoy: “El rey
de Israel, el Señor, está en medio de ti, no temas mal alguno”. Alégrate, grita
de gozo, regocíjate con todo tu ser.
Alguien
dijo esto: “A nuestra sociedad le sobra ruido y fiestas, pero le falta la alegría
verdadera”. Desde luego que no es lo mismo: a veces el ruido, la fiesta, el
bullicio, pueden ser formas de esconder aquello que no se quiere mirar de
frente: la falta de alegría, de paz en el corazón, de serenidad.
La
alegría cristiana, como dice sabiamente el Papa Francisco, no se compra en el
mercado ni se logra a base de acumular experiencias placenteras. Tampoco es ir
de carcajada en carcajada o no tener problemas ni sufrimientos.
La
verdadera alegría del cristiano es un regalo del Espíritu Santo, es la paz y el
consuelo que se mantiene también en las dificultades y pruebas. Es algo mucho
más profundo y duradero que estar contentos…
Y
esa verdadera alegría, que es don del Espíritu, ¿cómo se puede alcanzar? El
mismo Francisco nos lo dice: “Cuanto más cerca está el Señor de nosotros, más
nos alegramos; cuanto más lejos está, más nos entristecemos”. Estar cerca
de Dios, participar de la vida de la comunidad, recibir los sacramentos, leer
su Palabra, en definitiva, vivir en amistad con Dios es fuente de paz y de
alegría, y lo contrario es fuente de tristeza.
Estar
lejos de Dios siempre trae, de un modo u otro, intranquilidad y falta de paz,
que puede disimularse con ruidos y jaleos, pero, a la larga y especialmente en
los momentos duros, se manifiesta. Hubo un santo muy conocido, San Agustín, que
lo experimentó intensamente y así lo escribió: Nuestro corazón está hecho para
ti, y no hallamos la paz hasta que no descansa en ti”.
Entendiendo
así la alegría cristiana, podemos ya comprender mejor el mensaje de este
domingo tercero de adviento: ¡¡Alegraos!!
A
nadie se le puede obligar a estar contento, salvo que se le pida que finja lo
que no siente. En cambio, aquí se habla de tener la alegría que brota de la fe,
de sabernos amados realmente por Dios, de saber lo que valemos para Dios y cómo
nos acompaña y sostiene siempre. El apóstol Pablo escribe su carta a los
filipenses desde la cárcel en la que está y, aún en medio de aquella dureza,
invita los cristianos a la alegría de la fe: “Estad siempre alegres en el
Señor, el Señor está cerca”.
El
Señor está cerca, sí, y esto es fuente de alegría para los que creemos y
confiamos en él. Hay personas, bastantes, a las que la cercana Navidad les
produce más cansancio y tristeza que alegría. ¿Será porque no han descubierto
aún que lo esencial de lo que se celebra es que Dios nace para estar con
nosotros?
Si
el Salvador está realmente cerca, nos podemos preguntar como aquellos que preguntaban
al Bautista cuando los sumergía en el río Jordán: ¿Qué tenemos que hacer?
Practicar la caridad y la justicia, compartir de tanto como nos sobra, sabiendo
que los bienes son necesarios, pero no dan la alegría, no abusar de nadie, no
maltratar, perdonar, ser pacientes, pacíficos…
Vamos
a pedirle a Dios, para esta semana tercera del Adviento que iniciamos hoy, el regalo
de la alegría auténtica, de la paz y serenidad del corazón que no se dejan
vencer por los pesimismos y las depresiones.
Este
domingo tercero del adviento trae siempre un mensaje diferente a los dos
anteriores: el primero era la llamada “estad despiertos”; el segundo nos pedía
“preparad los caminos al Señor que llega”. Y en este, el tercero, la invitación
que nos dirige la Palabra de Dios es: “Estad alegres”. Por eso, en la tradición
de la Iglesia se le ha llamado a este domingo con un nombre: el domingo
“Gaudete”, que significa en latín “Alegraos”.
De
esta forma, cada domingo va completando el sentido del adviento cristiano, que
es, a la vez, vigilancia, conversión… y también alegría. Alegría porque el
Señor está cerca de nosotros, porque trae liberación y sanación para tantos
males como, personal y socialmente, nos acechan y dañan.
¡Qué
bien viene, en estos momentos, la invitación que nos dirige Dios mismo a la
alegría! La situación mundial de guerras que no acaban, la incertidumbre ante
el futuro, la crispación social y política… todo parece ser una invitación al
pesimismo y la tristeza. Y, en medio de todo esto, la fe nos dice hoy: “El rey
de Israel, el Señor, está en medio de ti, no temas mal alguno”. Alégrate, grita
de gozo, regocíjate con todo tu ser.
Alguien
dijo esto: “A nuestra sociedad le sobra ruido y fiestas, pero le falta la alegría
verdadera”. Desde luego que no es lo mismo: a veces el ruido, la fiesta, el
bullicio, pueden ser formas de esconder aquello que no se quiere mirar de
frente: la falta de alegría, de paz en el corazón, de serenidad.
La
alegría cristiana, como dice sabiamente el Papa Francisco, no se compra en el
mercado ni se logra a base de acumular experiencias placenteras. Tampoco es ir
de carcajada en carcajada o no tener problemas ni sufrimientos.
La
verdadera alegría del cristiano es un regalo del Espíritu Santo, es la paz y el
consuelo que se mantiene también en las dificultades y pruebas. Es algo mucho
más profundo y duradero que estar contentos…
Y
esa verdadera alegría, que es don del Espíritu, ¿cómo se puede alcanzar? El
mismo Francisco nos lo dice: “Cuanto más cerca está el Señor de nosotros, más
nos alegramos; cuanto más lejos está, más nos entristecemos”. Estar cerca
de Dios, participar de la vida de la comunidad, recibir los sacramentos, leer
su Palabra, en definitiva, vivir en amistad con Dios es fuente de paz y de
alegría, y lo contrario es fuente de tristeza.
Estar
lejos de Dios siempre trae, de un modo u otro, intranquilidad y falta de paz,
que puede disimularse con ruidos y jaleos, pero, a la larga y especialmente en
los momentos duros, se manifiesta. Hubo un santo muy conocido, San Agustín, que
lo experimentó intensamente y así lo escribió: Nuestro corazón está hecho para
ti, y no hallamos la paz hasta que no descansa en ti”.
Entendiendo
así la alegría cristiana, podemos ya comprender mejor el mensaje de este
domingo tercero de adviento: ¡¡Alegraos!!
A
nadie se le puede obligar a estar contento, salvo que se le pida que finja lo
que no siente. En cambio, aquí se habla de tener la alegría que brota de la fe,
de sabernos amados realmente por Dios, de saber lo que valemos para Dios y cómo
nos acompaña y sostiene siempre. El apóstol Pablo escribe su carta a los
filipenses desde la cárcel en la que está y, aún en medio de aquella dureza,
invita los cristianos a la alegría de la fe: “Estad siempre alegres en el
Señor, el Señor está cerca”.
El
Señor está cerca, sí, y esto es fuente de alegría para los que creemos y
confiamos en él. Hay personas, bastantes, a las que la cercana Navidad les
produce más cansancio y tristeza que alegría. ¿Será porque no han descubierto
aún que lo esencial de lo que se celebra es que Dios nace para estar con
nosotros?
Si
el Salvador está realmente cerca, nos podemos preguntar como aquellos que preguntaban
al Bautista cuando los sumergía en el río Jordán: ¿Qué tenemos que hacer?
Practicar la caridad y la justicia, compartir de tanto como nos sobra, sabiendo
que los bienes son necesarios, pero no dan la alegría, no abusar de nadie, no
maltratar, perdonar, ser pacientes, pacíficos…
Vamos
a pedirle a Dios, para esta semana tercera del Adviento que iniciamos hoy, el regalo
de la alegría auténtica, de la paz y serenidad del corazón que no se dejan
vencer por los pesimismos y las depresiones.
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