miércoles, 11 de diciembre de 2024

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)

 REGOCÍJATE Y DISFRUTA CON TODO TU SER

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Este domingo tercero del adviento trae siempre un mensaje diferente a los dos anteriores: el primero era la llamada “estad despiertos”; el segundo nos pedía “preparad los caminos al Señor que llega”. Y en este, el tercero, la invitación que nos dirige la Palabra de Dios es: “Estad alegres”. Por eso, en la tradición de la Iglesia se le ha llamado a este domingo con un nombre: el domingo “Gaudete”, que significa en latín “Alegraos”.

De esta forma, cada domingo va completando el sentido del adviento cristiano, que es, a la vez, vigilancia, conversión… y también alegría. Alegría porque el Señor está cerca de nosotros, porque trae liberación y sanación para tantos males como, personal y socialmente, nos acechan y dañan.

¡Qué bien viene, en estos momentos, la invitación que nos dirige Dios mismo a la alegría! La situación mundial de guerras que no acaban, la incertidumbre ante el futuro, la crispación social y política… todo parece ser una invitación al pesimismo y la tristeza. Y, en medio de todo esto, la fe nos dice hoy: “El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti, no temas mal alguno”. Alégrate, grita de gozo, regocíjate con todo tu ser.

Alguien dijo esto: “A nuestra sociedad le sobra ruido y fiestas, pero le falta la alegría verdadera”. Desde luego que no es lo mismo: a veces el ruido, la fiesta, el bullicio, pueden ser formas de esconder aquello que no se quiere mirar de frente: la falta de alegría, de paz en el corazón, de serenidad.

La alegría cristiana, como dice sabiamente el Papa Francisco, no se compra en el mercado ni se logra a base de acumular experiencias placenteras. Tampoco es ir de carcajada en carcajada o no tener problemas ni sufrimientos.

La verdadera alegría del cristiano es un regalo del Espíritu Santo, es la paz y el consuelo que se mantiene también en las dificultades y pruebas. Es algo mucho más profundo y duradero que estar contentos…

Y esa verdadera alegría, que es don del Espíritu, ¿cómo se puede alcanzar? El mismo Francisco nos lo dice: “Cuanto más cerca está el Señor de nosotros, más nos alegramos; cuanto más lejos está, más nos entristecemos”. Estar cerca de Dios, participar de la vida de la comunidad, recibir los sacramentos, leer su Palabra, en definitiva, vivir en amistad con Dios es fuente de paz y de alegría, y lo contrario es fuente de tristeza.

Estar lejos de Dios siempre trae, de un modo u otro, intranquilidad y falta de paz, que puede disimularse con ruidos y jaleos, pero, a la larga y especialmente en los momentos duros, se manifiesta. Hubo un santo muy conocido, San Agustín, que lo experimentó intensamente y así lo escribió: Nuestro corazón está hecho para ti, y no hallamos la paz hasta que no descansa en ti”.

Entendiendo así la alegría cristiana, podemos ya comprender mejor el mensaje de este domingo tercero de adviento: ¡¡Alegraos!!

A nadie se le puede obligar a estar contento, salvo que se le pida que finja lo que no siente. En cambio, aquí se habla de tener la alegría que brota de la fe, de sabernos amados realmente por Dios, de saber lo que valemos para Dios y cómo nos acompaña y sostiene siempre. El apóstol Pablo escribe su carta a los filipenses desde la cárcel en la que está y, aún en medio de aquella dureza, invita los cristianos a la alegría de la fe: “Estad siempre alegres en el Señor, el Señor está cerca”.

El Señor está cerca, sí, y esto es fuente de alegría para los que creemos y confiamos en él. Hay personas, bastantes, a las que la cercana Navidad les produce más cansancio y tristeza que alegría. ¿Será porque no han descubierto aún que lo esencial de lo que se celebra es que Dios nace para estar con nosotros?

Si el Salvador está realmente cerca, nos podemos preguntar como aquellos que preguntaban al Bautista cuando los sumergía en el río Jordán: ¿Qué tenemos que hacer? Practicar la caridad y la justicia, compartir de tanto como nos sobra, sabiendo que los bienes son necesarios, pero no dan la alegría, no abusar de nadie, no maltratar, perdonar, ser pacientes, pacíficos…

Vamos a pedirle a Dios, para esta semana tercera del Adviento que iniciamos hoy, el regalo de la alegría auténtica, de la paz y serenidad del corazón que no se dejan vencer por los pesimismos y las depresiones. 

 


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