¡DICHOSA TÚ QUE HAS CREÍDO!
Cada domingo de este adviento, que ya llega a su fin, nos ha aportado una palabra motivadora, una actitud, para ponernos en sintonía de la gran noticia de la encarnación, que recibiremos pronto. Se nos ha pedido Vigilancia, Preparación-Conversión y Alegría. ¿Han producido algún cambio en mí todas estas llamadas del adviento?
En este cuarto y último domingo el protagonismo se lo lleva todo la Virgen María. Ella es un resumen perfecto, un ejemplo acabado, de todas estas actitudes: vivió despierta y velando porque participaba de las esperanzas de su pueblo en las promesas de Dios; ella preparó los caminos al Salvador que se formaba en su seno con la obediencia de la fe; ella vivió la alegría de ser escogida para ser madre, no con una alegría fácil o libre de dificultades, sino la alegría profunda del creyente que se fía.
María,
la humilde muchacha de Nazaret, es entonces la protagonista de este último
domingo del Adviento. En ella se hizo realidad lo que tanto anunciaron los
profetas y esperaron las generaciones anteriores del pueblo de Israel: la
venida del Mesías, que había de salir de un pueblo humilde, Belén, tierra de
David, como anuncia Miqueas en la primera lectura de hoy. Las profecías se
hacen realidad con el sí de María.
Jesús,
el Hijo de María, llega a nosotros y sigue dando esperanza al corazón humano
porque da respuesta a lo que hoy hemos pedido en el Salmo: “Oh, Dios,
restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”.
El
evangelio nos presenta la escena de la Visitación: María, una vez que recibe el
anuncio del ángel, sale a hacer partícipe de esa Buena Noticia a su prima
Isabel. Tenía excusas de sobra para no ir: estaba embarazada, Isabel vivía
lejos y en una aldea de la montaña, viajar era exponerse a peligros incontables…
¿Qué hizo?
Escuchar lo que Dios y el corazón la estaban pidiendo: que se pusiera en camino
para ayudar a Isabel, cuyo embarazo podía ser difícil debido a su edad, y que
la llevara la gran noticia: que Dios había mirado su pequeñez y la había
escogido para dar carne a la Palabra, para traer al Salvador, Mesías y Señor, la
luz que vence la oscuridad de los miedos, de las muertes y de los
pecados.
Este
es el primer viaje misionero de Jesús, el que hace en el vientre de su madre, y
María es la primera misionera que lleva a Cristo a alguien. Su visita misionera
produce la alegría en el Espíritu a su prima Isabel e incluso al niño Juan que
se forma en su seno, y que así ya comienza su misión de testigo del Mesías.
Estamos
ya a las puertas de la Navidad y, si hemos vivido cristianamente el Adviento,
también viviremos una Navidad en clave cristiana. ¿Cómo es una Navidad en
clave cristiana? Pues la Navidad que tiene como único centro aquello que
realmente se celebra: que Dios quiere, por amor, compartir nuestra vida de
hombres, que se hace niño, que nace de una madre humana en una aldea pequeña.
Dios nos salva haciéndose pequeño, dejándose acoger, abrazar, esperando que
queramos abrirle nuestra posada y recibirlo.
No
dejemos que lo accidental y lo secundario, como son los regalos, las comidas,
la posibilidad de reunirse más o menos, nos hagan olvidar lo realmente central.
Todo eso está bien. ¡pues claro que debemos celebrar la Navidad con mucha
alegría! Pero sin olvidar dónde está la fuente de esa alegría, qué es lo que
festejamos, porque si nos falla eso, será una celebración vacía, que en lugar
de llenar el corazón estraga y cansa….
Aprendamos
de la Virgen María en esta escena de la Visitación a vivir lo esencial de la
Navidad: la Solidaridad y el Testimonio misionero.
La
Solidaridad, que en cristiano podemos llamar mejor Caridad y Fraternidad, es
fuente de alegría. Quien comparte, ensancha su corazón y, ¡qué bueno y
necesario es recordar en Navidad a quienes tienen mucho menos que nosotros!
¿Podemos acaso celebrar el amor más grande, que es el de Dios hecho hombre con
nosotros, olvidándonos de compartir nuestro amor, tiempo, recursos, visitas,
cercanía? Igual que María yendo a visitar a Isabel para decirle qué necesita,
en qué puede ayudarla, vivamos la Navidad en clave de amor solidario.
El
Testimonio misionero: la fe crece compartiéndola, testimoniándola. Quizás con
motivo de la Navidad recibimos a familiares y amigos que hace tiempo que no
veíamos. ¿Cómo podemos dar un sencillo testimonio, alegre, esperanzado, de
nuestra fe en el Salvador que nace? Podemos compartir con los de casa una
sencilla oración de bendición de la mesa, podemos orar juntos en torno al
Belén… o podemos perder el tiempo, que nunca será perderlo, con los niños de la
casa, explicándoles qué es lo que estamos celebrando y quien es el centro de la
Navidad.
Con
Solidaridad y con Testimonio misionero vivimos una Navidad Cristiana en la que
lo esencial (el esencial) está al centro, dando sentido a todo lo demás que
hagamos. María visitando a Isabel en este cuarto y último domingo de Adviento
es nuestra mejor ayuda e inspiración para la Navidad que ya está a las puertas.
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