QUE LA PAZ DE CRISTO REINE EN VUESTRO CORAZÓN
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
En este primer domingo después de la Navidad celebramos cada
año la fiesta de la Sagrada Familia. La liturgia no sigue siempre un orden
cronológico sino, sobre todo, teológico; esa es la razón de que hoy nos
presente el evangelio a un Jesús ya adolescente, en torno a los doce años, que reclama
su autonomía para dedicarse a las cosas de su Padre en el templo.
Este domingo subraya cómo, dentro de la misma lógica de la
encarnación total de Dios, el Hijo nace y crece en el seno de una familia
humana. Una familia muy sencilla, la de María y José, que, como cualquier
familia de su tiempo, conoce lo que son las penalidades, la emigración, el
trabajo duro, la vida de fe, las ilusiones y alegrías, y también las tristezas.
Es cierto que vivimos en una sociedad completamente diferente
de aquella en la que estaba la Sagrada Familia de Nazaret; las relaciones entre
los esposos y de los padres con los hijos han cambiado mucho, y siguen
haciéndolo de un modo acelerado. Pero lo esencial, el sentido de la familia
como comunidad de vida y amor, permanece inalterable, aunque las formas
externas cambien.
La familia cristiana, en este momento histórico, debe luchar
permanentemente para mantener su identidad de “Iglesia doméstica”, como la
llamó el papa San Juan XXIII. Y en la Sagrada Familia de Nazaret encuentra una
inspiración y una guía permanente. Algo muy grande ha de ser la familia, si
Dios la escogió para que en ella viviese y creciese su Hijo unigénito, nuestro
Salvador.
La Palabra de Dios que se nos acaba de proclamar nos da
claves importantes para comprender cómo era aquella familia del Verbo encarnado
y cómo han de ser nuestras propias familias.
La primera lectura, del libro del Eclesiástico, nos habla del
respeto, cuidado y cariño que se debe dispensar a los padres, especialmente
cuando estos pasan ya por situaciones de debilidad, que puede ser física,
mental o ambas. Conforme nos deshumanizamos peor tratamos a los que, en teoría,
no resultan útiles para el progreso: los enfermos y ancianos.
Se les orilla, no se les escucha, se les va echando a un
lado; viene bien aquí recordar las palabras del papa Francisco que dice: “no
dejemos de mostrar nuestra ternura a los abuelos y a los mayores de nuestras
familias, visitemos a los que están desanimados o que ya no esperan que un futuro
distinto sea posible. A la actitud egoísta que lleva al descarte y a la soledad
contrapongamos el corazón abierto y el rostro alegre de quien tiene la valentía
de decir “¡no te abandonaré!”.
En la familia cristiana, nos dice el apóstol Pablo en la segunda
lectura, debe vivirse como en ningún otro sitio, el perdón y la comprensión.
Somos imperfectos y, a veces, nos es difícil soportar los defectos de quienes
viven con nosotros. Necesitamos llevar grabadas dentro estas palabras:
“revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro”.
Ninguna familia es perfecta y en la vida cotidiana surgen
roces, incomprensiones, sospechas, frialdades. Vivir la fe juntos nos ayuda a
que estas no se enquisten y terminen en desencuentros y rupturas, ya muy
difíciles de superar.
Precisamente, el evangelio nos presenta que también en la
Sagrada Familia hubo momentos difíciles. Nosotros estamos muy acostumbrados a
interpretar esta escena de Jesús adolescente extraviado de sus padres en el
templo como una manifestación del Señor que, así les hace ver, por primera vez,
su condición de Hijo de Dios.
Pero no siempre nos ponemos en el papel de los padres que no
entienden y que reciben, con sorpresa y, quizás hasta tristeza, la respuesta de
su hijo que, hasta entonces, era un niño sometido en todo a ellos.
¿Cómo lo superaron? El mismo evangelio nos dice que María
conservaba todas estas cosas en su corazón mientras su hijo crecía en sabiduría,
en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres. Lo mismo, seguro, tuvo
que hacer José, su padre de adopción, hombre justo.
Esa expresión de “conservar todo en su corazón” nos está
hablando de la profundidad de la Virgen María y de su mirada de creyente hacia
todo lo que iba sucediendo. No mira la realidad solo desde el punto de vista
humano, sino que profundizando en todo desde la oración era capaz de
encontrarle un sentido sobrenatural. ¡Qué importante es la oración común, y de
cada uno de sus miembros, para una vida de familia cristiana! ¿En nuestras
familias se reza?
Demos gracias a Dios por nuestras familias que, aunque
imperfectas, son un regalo del amor de Dios, allí donde mejor experimentamos
qué significa ser amados incondicionalmente como Dios nos ama.
Hoy comenzamos un Año Jubilar en toda la Iglesia; que este
jubileo de esperanza ayude a todas las familias cristianas a vivir con alegría
conforme a su vocación de ser “iglesias domésticas”.
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