sábado, 20 de julio de 2024

DOMINGO XVI TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

 VENID CONMIGO A DESCANSAR

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA


En el Evangelio de este domingo, Jesús invita a sus discípulos a separarse de la multitud, a dejar por un momento su trabajo fatigoso predicando el Reino, y retirarse con Él a un «lugar solitario». Quiere, de este modo, que aprendan de él a ser equilibrados: tan dañina es la pereza e inactividad como el stress de no parar. En la vida de toda persona y, desde luego, en la vida de todo discípulo de Jesús, tiene que haber tiempo para actuar y tiempo para contemplar, tiempo para dialogar con otros y tiempo para estar en silencio y calma.

En el tiempo actual que vivimos, el ritmo de la vida muchas veces nos lleva a no tener tiempo para nada ni para nadie… tampoco para el encuentro interior con Dios. Se nos dice que vivimos en la sociedad de las prisas y de la productividad; es mejor quien más rinde, quien llega a más sitios, quien hace más cosas a la vez.

Pero, por otro lado, incluso los médicos nos recomiendan los beneficios de la meditación. Lo que ocurre es que esa meditación que recomiendan, y que publicitan muchas personas famosas, puede ser un simple encuentro con el silencio y el vacío. La oración cristiana, a diferencia de la simple meditación, no es un encuentro solamente con uno mismo, sino un encuentro con Dios, que está esperando que alguna vez nos paremos, nos serenemos y tengamos tiempo para pasarlo en silencio con Él.

Este modo de orar era algo que Jesús practicaba siempre y que llamaba mucho la atención de sus discípulos y amigos. Era habitual que los judíos rezasen con la repetición de los salmos, pero no era tan habitual que practicasen esta oración silenciosa como el Señor Jesús, que se retiraba a lugares apartados o al monte, para estar en diálogo con el Padre Dios.

            Jesús, en el Evangelio, jamás da la impresión de estar agitado por la prisa. A veces hasta parece que pierde el tiempo en la oración cuando todos le buscan. Otras veces, como en nuestro pasaje de hoy, invita a sus discípulos a perder tiempo con Él: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco». Recomienda a menudo no afanarse: “No andéis agobiados y angustiados, sin paz”. También nuestro cuerpo y nuestra mente necesitan respirar calma.

Estamos precisamente en las vacaciones de verano. Son, para la mayoría de las personas, la única ocasión para descansar un poco, para simplemente estar con la familia, jugar con los hijos, leer algún buen libro o contemplar en silencio la naturaleza; en resumen, para relajarse.

Hacer de las vacaciones un ir y venir agotador, un tiempo más frenético que el resto del año consumiendo experiencias, significa estropearlas y en lugar de relajarnos, nos dejan aún más cansados.

Si estamos en un lugar nuevo, podemos buscar el fresco de una iglesia o ermita, que seguramente estará muy tranquila y silenciosa, para pasar un rato solos con nosotros mismos, ante Dios. O leer a la sombra el evangelio del domingo y reflexionar sobre él.

Hay que decir que las vacaciones de Jesús con los apóstoles fueron brevísimas, porque la gente, viéndole partir, le precedió a pie al lugar del desembarco. A Jesús no le dejan tiempo ni para descansar.

Pero él no se irrita con la gente que no le da tregua, sino que «se conmueve», viéndoles abandonados a sí mismos, «como ovejas sin pastor», y se pone a «enseñarles muchas cosas». Él es el verdadero Buen Pastor que había profetizado Jeremías, en la primera lectura, que llegaría un día enviado por Dios, el que viene para unir a los que estaban divididos por un muro de enemistad, reconciliando en sí mismo por la entrega de la vida, como nos acaba de decir el apóstol Pablo en la segunda.

El ejemplo de Jesús nos muestra que hay que estar dispuestos a interrumpir hasta el merecido descanso frente a una situación de necesidad del prójimo. No se puede, por ejemplo, abandonar a su suerte, o aparcar en un hospital, a un anciano que se tiene al propio cargo, para disfrutar sin molestias de las vacaciones.

No podemos olvidar a las muchas personas cuya soledad no han elegido, sino que la sufren, y no por alguna semana o mes, sino por años, tal vez durante toda la vida.

Podemos, en cambio, mirar alrededor como hacía Jesús, y ver si hay alguien que nos necesita. Nuestro descanso después será mucho más gratificante. 

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