sábado, 25 de mayo de 2024

DOMINGO DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (B)

 LA TRINIDAD: EL MISTERIO DE AMOR QUE ES DIOS


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    El domingo pasado cerrábamos el ciclo de la Pascua con la fiesta de Pentecostés; veíamos entonces como el Señor Resucitado y ascendido al Padre Dios, desde él, nos enviaba el regalo del Espíritu Santo.

    Hoy celebramos el domingo de la Santísima Trinidad. Tiene todo su sentido que sea precisamente hoy, justo después de terminar la Pascua, cuando celebremos este misterio central de nuestra fe cristiana, realmente el más importante de todos: el Padre nos envió a su Hijo Jesús que, hecho hombre por obra del Espíritu Santo, murió y resucitó y, una vez vuelto al Padre nos envía el mismo Espíritu para seguir con nosotros.  

    Sin la Pascua no podríamos entender el misterio profundo de nuestro Dios, que es Trinidad.

    Hablar de la Santísima Trinidad de Dios puede que nos haga recordar aquello que nos enseñaron en las catequesis: Dios es uno y en él hay tres divinas personas: El Padre, creador de todo, el Hijo salvador y el Espíritu Santo, que les une y que nos une. 

    Todas las religiones a lo largo de los siglos han querido definir a Dios, porque es una necesidad de la inteligencia humana buscar comprender a aquel que está en el comienzo de cuanto existe. Por esto se le ha buscado y se le ha tratado de comprender y de representar, unas veces con más acierto que otras. Pero Dios, como tal, es demasiado grande como para que pueda caber en nuestras pobres mentes de criaturas limitadas.

    En realidad, si le conocemos es porque Dios mismo se nos ha querido dar a conocer. De un modo especial lo ha hecho a través del pueblo de Israel, escogido por amor de entre las naciones de la tierra, y con la misión de dar a conocer a los demás pueblos esta experiencia. Es de lo que habla la primera lectura de hoy. Moisés invita al pueblo a reflexionar sobre el regalo inmerecido que supone la elección del Dios Yahvé; el único Dios que ha querido manifestarse en su historia, actuar en su favor, ayudarles, guiarles, demostrando ser como un Padre paciente y justo y, en muchas ocasiones, como una Madre compasiva y comprensiva, con entrañas de misericordia. 

    Ningún otro pueblo, aunque fueran más grandes y poderosos como Egipto o Mesopotamia, han tenido la oportunidad de experimentar esta compañía permanente de Dios. Por eso, como hemos repetido en el salmo: "Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad".

    Pero ese privilegio conllevaba una responsabilidad: “Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre”.

    Guardar los mandamientos, buscar cumplir la voluntad de Dios, antes que una carga u obligación, es una respuesta de amor necesario a quien ha amado primero, a quien permanece siempre fiel a nuestro lado, como lo estaba al pueblo de Israel: Dios.

    El mismo Dios que, gratuitamente y sin méritos por su parte, escogió al pueblo de Israel para hacer una alianza, un pacto de amor, nos ha escogido a nosotros. La alianza que hace con nosotros comienza el día de nuestro bautismo. Hemos sido bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, como Jesús les manda hacer a sus apóstoles en el evangelio que acabamos de escuchar. 

    Normalmente hablamos del bautismo diciendo que, al recibir este sacramento, entramos por él en la Iglesia. Pero produce, además, un fruto que es incluso más profundo: al recibir el bautismo somos llamados a participar en la vida de Dios Trinidad, primero aquí en esta vida por la fe y, después, plenamente, en la eternidad. 

    San Pablo lo expresa así: por el Espíritu que hemos recibido y porque estamos unidos al Hijo, podemos llamar a Dios Abbá (Papá); ya somos hijos y herederos de su amor y sus bendiciones, pero ni podemos imaginar aún lo qué estamos llamados a ser.

    En definitiva, aunque todos los domingos son domingos de la Santísima Trinidad que es Dios, nos viene bien en este día pararnos a admirar esta maravilla que conocemos por la fe. Dios es amor, Dios es familia, Dios es Trinidad. Y quiere hacernos participar de su vida, nos quiere de su familia y, por ello, hemos recibido el sacramento bautismal en el nombre de la Trinidad. 

    Demos gracias a Dios Trinidad en este día por los hermanos y hermanas contemplativos, que dedican sus vidas a ser una alabanza permanente en el silencio y la oración. En esta jornada Pro Orantibus oramos por todas estas comunidades que nos recuerdan con sus vidas la necesidad de orar sin desfallecer.

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