DEJADLOS CRECER JUNTOS HASTA LA SIEGA
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Hay una película titulada “Como Dios” en la que un hombre
desafía a Dios y le reprocha lo mal que está dirigiendo el mundo. En realidad, él
no era una persona muy desafortunada, pero sí incapaz de verle el lado positivo
a nada. Dios responde a su reto y le concede su poder para que lo pruebe
durante una semana, ya que se cree capaz de ser mejor administrador que él. En
la película se ve cómo este hombrecillo, que creía ser mejor que Dios, emplea
el poder que le concede en satisfacer sus deseos caprichososos y, al final,
tiene que rendirse a la evidencia: no sabe administrar el poder de Dios.
¿Para qué usaríamos nosotros semejante poder? Muchas veces el
ser humano ha creado religiones que imaginan a dioses poderosos pero llenos de
las mismas pasiones que los hombres: son coléricos, caprichosos, vengativos…
así eran, por ejemplo, los dioses de Grecia y Roma.
Dios, como se nos manifiesta en la Palabra que se nos ha
proclamado este domingo, emplea su poder precisamente en el amor, en la
paciencia, en el cuidado. Lo que hace a Dios ser Dios no es que sea vengativo,
como lo somos nosotros, o caprichoso en sus criterios o elecciones, como lo
somos nosotros. Lo que le hacer ser Dios es su capacidad de amar sin límites a
todos sus hijos, incluso a aquellos que no le reconocen ni le admiten.
Así nos lo ha dicho ya la primera lectura, tomada del libro
de la Sabiduría: “Fuera de ti no hay otro dios que cuide de todo… tu señorío
sobre todo te hace ser indulgente con todos.
Es necesario más poder para perdonar que para vengarse, es
más difícil amar a los enemigos que odiarlos. Por esto Jesucristo nos dijo: Sed
perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto en el amor, porque hace
salir su sol y manda su lluvia igual sobre buenos y malos.
Para vengarse basta con ser una criatura natural: si dañas a
un animal este, si puede, te clava su aguijón o te muerde. Pero para amar, para
dar la vida, hay que llevar dentro el amor del Creador. “Actuando así,
enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano y diste a tus hijos una
buena esperanza, pues concedes el arrepentimiento a los pecadores”.
Con el salmo hemos repetido: Tú, Señor, eres bueno y
clemente. Si somos buenos y clementes con los demás, entonces nos parecemos a
Dios. Aquel personaje de la película “Como Dios” quería parecerse a Dios
disfrutando de un poder caprichoso e ilimitado. Pero el camino para parecerse
es bien distinto.
En esta clave debemos entender el evangelio de hoy que, de
nuevo, es una parábola tomada de las tareas del campo que realizaba la gente
sencilla de su tiempo, entre los cuales vivía Jesús. En el campo sembrado de
buena simiente, el enemigo ha esparcido semillas de cizaña, que ahora crece
junta y parece que va a asfixiar al buen trigo.
Los criados ven el
problema y proponen la solución más rápida y fácil: arrancar la cizaña mala
para que sólo quede el trigo bueno. En cambio, el señor de la tierra tiene una
visión más amplia y profunda que ellos: no se puede arrancar la cizaña sin
arrancar también el trigo. Hay que esperar a que llegue la cosecha para poder
separarlos, hay que ser pacientes, saber esperar.
Lo más eficaz que se nos ocurre es arrancar la cizaña; por
eso a veces decimos: yo a estos los…”, yo solucionaba esto así…. Dios tiene otro
estilo, afortunadamente para nosotros.
Es el estilo paciente del que respeta los tiempos, los
caminos, los pequeños pasos que vamos dando para convertirnos y mejorar, aunque
aún nos quede mucha cizaña mezclada entre el trigo. En el mundo hay trigo y hay
cizaña, y en cada uno de nosotros hay trigo bueno y cizaña mala.
La conversión permanente es ir haciendo, con la gracia de
Dios que recibimos en su Palabra y en los sacramentos, que cada vez haya más de
uno y menos de la otra. Y, hasta que llegue la cosecha, tengamos la misma
paciencia del Señor del campo para con la cizaña propia y la ajena.
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