NO TENGÁIS MIEDO
En el evangelio del domingo pasado Jesús envía a sus
discípulos, como una prolongación de él mismo, a colaborar con su misión de
anunciar el Reino de Dios con palabras y acciones. La mies a la que les envía
es abundante, es la mies de las gentes cansadas y abandonadas “como ovejas sin
pastor”.
Pero, aunque esos apóstoles han de ir en son de paz, a curar,
a limpiar, a levantar, a sostener, a hacer tanto bien como puedan, van a
encontrar resistencias y persecuciones… Jesús nunca esconde a quienes quieran
seguirle, que tomarse en serio el Evangelio supone ir a contracorriente del
mundo. Los valores que debe vivir el discípulo de Cristo son los opuestos a los
del mundo; el mundo de entonces y el de ahora se rige por los mandamientos del
tener, el poder y el placer.
Jesús no promete a sus discípulos éxitos seguros en su
misión, pero les dice “No tengáis miedo a los hombres”. No os calléis esta
Buena Noticia, aunque parezca que no quieren recibirla: “lo que os digo en la
oscuridad decidlo a la luz, y lo que os digo al oído pregonadlo desde la
azotea”. Sois mis testigos, sois sal y sois luz.
A quien se debe temer de verdad es a quien puede perder el
alma: El Mal, el diablo, el pecado, que nos aparta de la amistad con Dios y nos
engaña para que vivamos de espaldas a Él, buscando la felicidad allí donde no
está. Eso es lo que verdaderamente debe temer el discípulo de Jesús.
Todos los profetas sufrieron algún tipo de persecución por
ser fieles a la misión recibida de Dios. El profeta Jeremías, que aparece hoy
en la primera lectura, no fue una excepción; hasta sus amigos traman contra él
porque les resulta incómodo, insoportable, y acechan su caída.
Es muy humano sentir miedo al rechazo. Nosotros no somos
perseguidos por la fe en nuestra sociedad, como sí lo son muchos hermanos
nuestros en tantos países del mundo actual. Pero sí hay muchos creyentes que
sienten rechazo, menosprecio, el peso de ser diferentes, cuando se manifiestan
como cristianos en algunos ambientes.
Podemos pensar en los jóvenes cristianos que en su grupo de
amigos rechazan actitudes que los demás consideran normales, en los
profesionales que por sus convicciones de fe se manifiestan contrarios a
algunas prácticas que todos hacen y son mirados con sospecha y burla…
Es la experiencia del profeta y del apóstol. ¿Cómo vencieron
ellos ese miedo humano? Con la confianza puesta en Dios, al que encomiendan su
causa y su vida. Jesús anima con una imagen tomada de la naturaleza, de las que
tanto le gustaban: si ni un gorrión cae al suelo sin que el Padre lo disponga,
¿cuánto más nosotros que valemos mucho más? “Hasta los cabellos de la cabeza
tenéis contados” es una forma de decir: todo lo que ocurra está dentro del plan
providente de Dios.
No se trata de ser super-héroes, ni es eso lo que nos pide
Jesucristo. Por supuesto que es muy humano sentir el rechazo y sentir el dolor
de los enfrentamientos cuando llegan por querer ser coherentes con la fe.
Pero en medio de todo, no hay que perder la confianza, el
abandono en el Padre Dios, como el del niño que se tira confiado si sabe que su
padre lo va a agarrar para que no caiga al suelo. De esa confianza de hijos que
se saben amados es de la que debe brotar la valentía del discípulo que da
testimonio del evangelio le pese a quien le pese.
Las palabras últimas de Jesús son muy claras: “A quien se
declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre
que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo
negaré ante mi Padre que está en los cielos”.
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