sábado, 6 de diciembre de 2025

UN ADVIENTO PARA CRECER EN ESPERANZA


    “Enciende uno la tele o la radio y todo son malas noticias: guerras, catástrofes, crisis, el precio disparado de la cesta de la compra, la escasez de viviendas, la corrupción política…”

    ¿Quién no ha dicho o ha escuchado algo así últimamente? ¡Que se atreva a levantar la mano!

    En este clima enrarecido que respiramos a diario, llega un año más la liturgia del Adviento a recordarnos que los cristianos somos el pueblo de la esperanza, esforzados cultivadores de una plantita escasa pero imprescindible: la Esperanza.

    Una esperanza que no se confunde con el optimismo bobalicón y miope de quien cierra los ojos para que nada le afecte. No, es la esperanza del que vive con los ojos y el corazón abiertos, como Jesús, decidido a ver todo y a todos, a comprender y compadecer todo dolor humano, en cada grieta, con cada hermano roto y caído. Pero, viviendo así, ¿acaso puede uno mantener la esperanza?

    Para la fe cristiana la Esperanza es una virtud teologal; esto significa que viene de Dios y a Dios nos orienta. No somos nosotros, es Dios quien nos infunde la virtud de la esperanza que nace de conocer su infinito amor, manifestado plenamente en su hijo Jesucristo.

    De ella escribieron, con acierto y belleza, los dos papas anteriores: “Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza” (Benedicto XVI); “La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda” (Francisco).

    La liturgia del adviento durante estas cuatro semanas ha de expresar, con gestos y palabras, esta fe que nos anima y sostiene.

    El color morado de los ornamentos litúrgicos (rosa en el Domingo III “Gaudete”) que tiene ahora un sentido ligeramente diferente a su uso cuaresmal. No es este un tiempo penitencial como la cuaresma, pero sí lo es de conversión, de despertar e intensificar la vigilancia espiritual.

    No rezar ni cantar el Gloria en la misa expresa la reserva de la asamblea celebrante, que contiene su alegría hasta que pueda gozarse plenamente con la memoria del nacimiento del Señor. Esa misma reserva y contención, con sentido pedagógico, nos pide una sobriedad en el adorno del altar y del templo y en el uso de los instrumentos musicales.

    La Palabra de Dios que se proclama en las misas es la que mejor va marcando las actitudes espirituales con que debe ser vivido. En su primera parte, hasta el día 16, las profecías de Isaías nos piden sintonizar con el anhelo de un pueblo que necesita redención (¡en adviento Israel y la Iglesia esperan juntos al Mesías: aquellos su primera venida y nosotros su regreso glorioso!) y el “Hijo del hombre” y Juan Bautista nos exhortan a la conversión ante la inminencia del Reino. Alcemos la cabeza como pueblo que espera en las promesas de Dios, pues se acerca nuestra liberación final, y cantemos: “Maranatha, ven, Señor”.

    En la última semana antes de Navidad, desde el 17 hasta el 24, meditamos el cumplimiento de las profecías mesiánicas en el nacimiento de Jesús, leyendo con los evangelistas Mateo y Lucas los acontecimientos que lo prepararon.

    La corona del adviento, parroquial o familiar, es también un signo “paralitúrgico” valioso, ya muy arraigado, con el que visualizar que esperamos a quien es la Luz (velas) y la Vida (ramas verdes). El encendido de cada vela puede ser la ocasión de una sencilla celebración doméstica que tiene su belleza y su valor, con niños o sin ellos.

    ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que trae la Buena Noticia! ¿Nos atrevemos a ser en este Adviento peregrinos mensajeros de esperanza para un mundo que parece no esperar ya nada grande y bueno?


miércoles, 3 de diciembre de 2025

DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO (ciclo A)

 PREPARAD LOS CAMINOS, ALLANAD LOS SENDEROS

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Todo el adviento se resume en esta petición, tan antigua que ya los apóstoles, después de la Ascensión, rezaban así. Ven, Señor, no tardes en llegar, cantamos una y otra vez en este tiempo.

    Pero hoy, que estamos ya en su segundo domingo, nos podemos preguntar: ¿Realmente estoy convencido de que viene el Señor?, ¿Le estoy esperando?

    Hoy el protagonista del Evangelio es Juan Bautista, el último profeta antes de Jesucristo, el precursor, el que se consideraba una voz que grita en el desierto. Él sí que esperaba, y pedía a los demás que se pusiesen en actitud de esperar al Mesías y Salvador que Dios debía enviar a Israel y a la humanidad entera.

    La espera que pide Juan Bautista no es pasiva; no es mirar al cielo sentados en una silla, es una espera activa. Si el Señor viene a nosotros, nosotros tenemos que salir a su encuentro, preparando los caminos y allanando los senderos para que pueda venir a nosotros.

    ¿Qué caminos y senderos hay que preparar? La conversión, el cambio del corazón y de las actitudes. Se nos pide volver a Dios y volver a los hermanos. Y no de una forma teórica, como hacían algunos fariseos y saduceos que pedían el bautismo a Juan pero, como estaban tan confiados en ser buenos hijos de Abraham, no estaban dispuestos a cambiar en nada concreto.

    El profeta emplea con ellos palabras muy duras; dicen esperar al Señor pero no están dispuestos a convertirse. Sus palabras valen también para nosotros: “Dad el fruto que pide la conversión”.

    ¿Qué frutos de conversión tengo que dar en este Adviento?, ¿Qué necesito cambiar, con la gracia de Dios en este momento?

    Hay algo en este evangelio de hoy que nos ha podido llamar la atención: Juan habla del Mesías que viene como alguien que trae el hacha para cortar y el bieldo para separar la paja de trigo. Realmente ese no es el estilo de Jesús: él habla, más bien, de no apagar la llama vacilante, de no quebrar la caña, aunque esté cascada, de tener paciencia y seguir cuidando la higuera, aunque no termine de dar fruto…

    Jesús y Juan Bautista son muy distintos. Juan anuncia a un Dios de juicio e ira, mientras que Jesús anuncia a un Dios que es pastor y padre, compasivo y misericordioso. Para nosotros lo que más vale es lo que nos diga Jesús, porque nadie conoce al Padre sino el Hijo.

    Pero eso no quita para que oigamos la llamada del Bautista a la conversión en este Adviento. Es una llamada que viene de Dios.

    ¿Por dónde tiene que ir la conversión? Cada cual debe saber qué es lo que más necesita cambiar en su vida, pero la Palabra de Dios nos ha dado algunas pistas que valen para todos: el profeta Isaías nos reclama la paz, una paz que él sueña como una paz universal.

    Hasta el león y el ternero, la vaca y el oso deben convivir. No podemos acabar con las guerras del mundo, pero podemos acabar con nuestras guerras domésticas, entre vecinos, entre parientes, en nuestro entorno.

    Dejar ya las guerras, perdonar de corazón, olvidar el daño que nos han hecho, pasar página de una vez… “Que el Dios de la paciencia y del consuelo, os conceda tener entre vosotros los mismos sentimientos según Cristo Jesús; de este modo, unánimes, a una voz glorificaréis al Dios y Padre (…) acogeos mutuamente como Cristo os acogió para gloria de Dios”.

    Recibamos juntos la llamada de este domingo segundo: Preparad el camino al Señor que ya llega. Acojamos al Señor construyendo caminos de paz y de reconciliación con los demás y el Señor vendrá, seguro, hasta nosotros esta Navidad y siempre.

    En esta semana en que celebraremos la Inmaculada Concepción de María que ella nos guíe a una auténtica conversión para recibir a su Hijo.


lunes, 1 de diciembre de 2025

HORARIOS DICIEMBRE 2025

DOMINGO II DE ADVIENTO

SÁBADO 6 

18 H. VILLAMOROS (Rezo de Vísperas y Misa vespertina)

DOMINGO 7

11 H. VILLANUEVA

12 H. VILLARRODRIGO

12 H. ROBLEDO (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLAOBISPO

LA INMACULADA CONCEPCIÓN

LUNES 8

11. ROBLEDO

12. VILLARRODRIGO

 13. VILLAOBISPO

DOMINGO III DE ADVIENTO 

SÁBADO 13

RETIRO ESPIRITUAL DE ADVIENTO PARA TODOS "El Señor viene... renace la esperanza"

17:30 H. CAPILLA HIJAS DE LA CARIDAD DE VILLAOBISPO

DOMINGO 14

11 H. ROBLEDO

12 H. VILLAMOROS (Celebración de la Palabra)

12 H. VILLARRODRIGO

13 H. VILLANUEVA 

13 H. VILLAOBISPO (Celebración de la Palabra)


DOMINGO IV DE ADVIENTO

SÁBADO 20 

17 H. ROBLEDO (Misa vespertina y Concierto)

DOMINGO 21

11 H. VILLAMOROS 

12 H. VILLARRODRIGO

13 H. VILLANUEVA (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLAOBISPO (Misa con la Pastorada de Robledo en la Capilla Hijas de la Caridad de Villaobispo)


NAVIDAD DEL SEÑOR

JUEVES 25

11 H. VILLANUEVA

11:45 H. ROBLEDO

12:30 H. VILLARRODRIGO

13:15 H. VILLAMOROS

13 H. VILLAOBISPO


DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA 

SÁBADO 27

18 H. VILLANUEVA (Misa vespertina y Concierto)

DOMINGO 28

11 H. VILLAMOROS 

12 H. ROBLEDO

12 H. VILLARRODRIGO (Celebración de la Palabra) 

13 H. VILLAOBISPO 


jueves, 27 de noviembre de 2025

DOMINGO PRIMERO DE ADVIENTO (ciclo A)

 LA NOCHE ESTÁ AVANZADA, EL DÍA SE ECHA ENCIMA


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Hoy es el primer domingo del Adviento y el primer domingo de un nuevo Año litúrgico. En el curso de un año iremos contemplando y celebrando en comunidad los misterios de la vida del Señor, que son la causa de nuestra salvación, comenzando por su encarnación y nacimiento.

    No es fácil celebrar el adviento con sentido verdaderamente cristiano. No es fácil porque para este mundo, del que somos parte, el adviento no existe: ya se han encendido las luces navideñas, ya están los anuncios y los escaparates llenos de productos navideños. Para nuestra sociedad de mercado, pese a la crisis económica que trae dificultades de vida a muchas familias de nuestro entorno, lo que importa es adelantar lo más posible la Navidad y su consumismo alocado.

    Únicamente los cristianos hablamos aún del Adviento en las parroquias, en las catequesis y en los grupos de fe. Lo hacemos, y no podemos dejar de hacerlo, porque estamos convencidos de que lo que celebramos en la Navidad, es algo tan grande, tan bello, tan verdadero, que necesita una profunda preparación previa durante las cuatro semanas que hoy arrancan: Es el nacimiento de nuestro Salvador, el Emmanuel, Dios que viene a estar con nosotros compartiendo nuestra vida humana, con sus alegrías y sus penas.

    Esta es la mejor noticia, la única buena noticia (Evangelio) que da sentido a la Navidad. Si la quitamos de en medio, o si no la tenemos presente, la Navidad solo servirá para dejarnos el bolsillo un poco más vacío y el corazón… incluso más vacío aún.

    Es un privilegio poder vivir espiritualmente el tiempo de adviento con actitudes creyentes de vigilancia y esperanza.

    Vigilancia es despertar la fe, que puede estar dormida, para reconocer el paso permanente de Dios por nuestra historia. El apóstol Pablo nos lo ha dicho con toda la fuerza: “Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima”.

    Reflejan sus palabras la experiencia del vigía, que monta guardia durante toda la noche. No teme la llegada del día, sino que la desea con todo el corazón. La llegada del día le traerá el esperado descanso de ser centinela y disipará las tinieblas que pueden estar ocultando a los enemigos. Despertad del sueño… ¿vivo con consciencia, despierto, el tiempo que Dios me está regalando? ¿O simplemente lo dejo pasar como quien duerme, un día tras otro, un año tras otro?

    El día de Dios se echa encima y quien vive dormido no lo recibe. El mismo Señor que vino un día, viene continuamente y vendrá definitivamente.

    Sí, estamos esperando al Señor y de eso también nos habla el Adviento, especialmente en sus tres primeros domingos, invitándonos a levantar la mirada de nuestras miserias cotidianas para decirle: Ven, Señor Jesús.

    La segunda actitud para vivir el adviento es la Esperanza. Pero no cualquier esperanza pequeña, la de permitirnos un caprichito o poder hacer algo que nos saque de las rutinas. Es la esperanza con mayúsculas, de la que dijo el papa Francisco que no defrauda: esa esperanza del cristiano se cimienta en Jesucristo, que nos ha dado a conocer el amor fiel del Dios Padre bueno, que no se cansa de nosotros.

    Esperamos el Reinado de Dios sobre todo y sobre todos. Por eso Jesús nos dijo que en la oración cotidiana del Padre Nuestro lo debemos pedir sin cansarnos: “Venga a nosotros tu Reino”.

    Esperamos que el bien venza al mal, que la vida venza a la muerte, que por fin de las espadas de guerra se forjen arados y de las lanzas de muerte podaderas, instrumentos útiles para cultivar y dar vida, no para arrebatarla.

    El profeta Isaías no vivió tiempos mejores que los nuestros, sino aún más difíciles, pero abrió el corazón a las promesas de Dios y supo esperar en ellas, contagiando esperanza a los suyos. ¿Quién contagia esperanza hoy a nuestro mundo, una esperanza que no defraude?

    Si no somos nosotros, que hemos recibido el anuncio de las promesas del Dios fiel, ¿Quién va a hacerlo?, ¿Será, acaso, la inteligencia artificial, sin alma ni sentimientos?

    Volvamos sobre las dos actitudes del adviento: Vigilancia y Esperanza.

    Para muchos todo esto no significará nada. También en tiempos de Noé, nos ha dicho el Señor en el evangelio, sin caer en la cuenta del momento que vivían y de las señales que Dios les daba, vivían ocupados en sus preocupaciones mundanas y pasajeras. Se perdieron así el momento de la salvación.

    Cuando venga el Hijo del Hombre, el Salvador, cuyo regreso es seguro, ¿encontrará a quienes estén velando con la fe despierta y la esperanza viva?

    ¿Seremos nosotros esos?

 


jueves, 20 de noviembre de 2025

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO (ciclo C)

 VENGA A NOSOTROS TU REINO

    Concluye hoy un año litúrgico, la celebración de los misterios de Cristo en el curso de un año. Hemos acogido el nacimiento del Salvador con el adviento y la Navidad, le hemos seguido como discípulos aprendiendo de sus gestos y de sus enseñanzas, en el Tiempo Ordinario, y hemos vivido su pasión, su muerte y su resurrección en la cuaresma y la Pascua.

    Ahora, en este último domingo antes de empezar el adviento, le proclamamos como nuestro Rey.

    Hablar de Jesús como rey exige que entendamos bien lo que queremos decir. Porque él mismo huyó de la gente enfervorizada que lo quería coronar como rey de Israel y, sin embargo, ante Pilato, en el interrogatorio previo a su condena en cruz, dijo: “Yo soy rey, pero mi reino no es de este mundo”.

    ¿Cómo podemos entender que Jesús es rey? Dejemos que sea la Palabra de Dios que se ha proclamado en esta celebración la que nos responda.

    En la primera lectura, tomada de uno de los llamados libros históricos del Antiguo testamento, las tribus del norte aclaman a David como rey de Israel. David ya era rey de las tribus del sur, las de Judá, pero no había unidad entre ellas. Ahora sí va a haberla, porque van a ser un pueblo unido con un único rey, David.

    David era un personaje muy carismático, que arrastraba a las masas, pero no le eligen rey por sus dotes políticas o guerreras, sino porque le reconocen como el ungido de Dios, el escogido para traer la paz y construir la unidad entre los hermanos separados.

    ¡Qué necesidad tenemos en el mundo de líderes así, que creen unidad y no ahonden en las divisiones! ¡Qué distinta sería nuestra sociedad, nuestro mundo, si tuviésemos gobernantes responsables, que ejercieran el liderazgo sobre los pueblos con una verdadera vocación de unir y de reconciliar!

    Aunque el reinado de David fue un avance en esa ansiada paz, sin embargo, no dejaba de ser un hombre, con todas sus contradicciones y pecados. Por ello, no pudo cumplir plenamente la misión de ser un rey según el corazón de Dios. David fue solo un anticipo y un anhelo del Rey definitivo que habría de llegar; un rey de la misma descendencia de David y nacido en su pueblo natal de Belén: Jesucristo.

    Él es el verdadero rey ungido por Dios, porque es su hijo, y el mejor rey posible. Un rey diferente, porque los reinos de este mundo se apoyan en el poder de las armas, de la política, del dinero, de la manipulación o de los medios de comunicación. Y Jesús no es como los reyes de este mundo, sino que es un Rey Crucificado. Su corona no es una corona de oro, sino una corona de espinas, su trono no es un sillón opulento sino una Cruz, no es un rey que viene a ser servido, sino a servir.

    El Reino de Cristo es como dice hoy el prefacio de la misa: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz. Es el reino del bien que vence sobre el mal, el reino del perdón que vence al odio, el reino de la misericordia que vence el pecado, el Reino de la luz que brilla en las tinieblas.

    ¿Queremos tenerle como nuestro Rey? Un ciudadano de un estado es el que se conduce por las normas del estado al que pertenece, por sus leyes y sus constituciones. Jesús nos ha dejado la Ley del Amor: Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Amaos unos a otros como yo os he amado.

    Si nos esforzamos por vivir según el mandamiento del amor ya somos ciudadanos de su Reino y dejamos que Cristo reine en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestro mundo.

    Es verdad que este reinado de Dios aún convive en este mundo con muchos otros reinados, también con el poderosísimo reinado del mal y del pecado, que lucha contra él.

    Por eso tenemos que optar continuamente si queremos servirle como único rey y señor de nuestras vidas y abrir caminos para que su Reinado pueda implantarse en este mundo hasta que él vuelva lleno de gloria.

    Ya estamos en el Reino de Cristo, unidos a él por el bautismo y, como el apóstol Pablo, solo podemos dar gracias por ello: Demos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino del Hijo de su amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

    Tenemos el mejor rey, el mejor líder, el que sirve y da la vida, en lugar de esperar que otros le sirvan y den la vida por él. Vivamos cada día como ciudadanos de su Reino y colaboremos para que este Reino crezca y se implante en nuestro mundo, que tanto lo necesita.

 

jueves, 13 de noviembre de 2025

DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (ciclo C)

 GRACIAS A LA CONSTANCIA SALVARÉIS LA VIDA


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Hoy es el penúltimo domingo del año litúrgico. Vamos concluyendo la celebración de los misterios de la vida del Señor en el curso de un año, con sus diferentes tiempos, adviento, navidad, cuaresma, pascua, tiempo ordinario, y sus numerosas fiestas y solemnidades.

    Estar ya al final del año cristiano es algo que se nota mucho en estas lecturas de la Palabra de Dios: nos hablan del final de los tiempos y del seguro regreso de Cristo, lleno de gloria, como juez y rey de todo y de todos.

    Puede que en tiempos pasados se abusara de estos mensajes, llamados apocalípticos, para causar miedo, aunque se hiciese buscando un buen propósito: que los cristianos se tomasen más en serio la fe y abandonasen el pecado para volver a Dios.

    Hoy en día, por aquello de que nos movemos como los péndulos de un lado al otro, hemos pasado al extremo contrario: no hablamos, ni predicamos, sobre la muerte, la vida eterna, el juicio, el fin inevitable de lo que existe. Y, así, terminamos creyéndonos incluso los cristianos que estamos aquí para siempre, que lo que existe no tendrá un final. Esto es una falsa confianza de ilusos.

    Algo parecido les pasaba a aquellos a los que habla Jesús. Hoy confiamos ciegamente en la ciencia, en la técnica y la Inteligencia artificial, creyendo que nos resolverán pronto todos los problemas e incluso nos harán inmortales. A los judíos les infundía una confianza ciega el hecho de tener en Jerusalén el templo, la morada de Dios en la tierra. Mientras tuviesen aquel magnífico templo, con su belleza y sus sacrificios a Yahvé día y noche, no había nada que temer para Israel.

    Pues Jesús les dice: “no quedará piedra sobre piedra de este templo”. Porque, aunque sea un templo santo, no deja de ser una obra humana, y todas las obras humanas, antes o después, desaparecen. Todo pasa y solo Dios permanece. Aquel anuncio de la destrucción de su orgullo nacional debía ser un mazazo para los que escuchaban: si el templo desaparecía, las seguridades del pueblo también desaparecían.

    ¿Cuándo sucederá todo eso? Es la pregunta que se han hecho desde siempre los creyentes. Y muchos han engañado con unas fechas u otras; ya Jesús nos previno para que no nos dejásemos engañar por los que dicen venir en su nombre anunciando el fin de todo. Él tampoco le puso fecha. Lo que quiso enseñarnos, en cambio, es cómo afrontar las dificultades que vienen continuamente. Eso nos enseña el evangelio de hoy:

    No tengáis pánico: hoy cunde el pesimismo, flota en el ambiente y llena las conversaciones. Estamos cansados y, muchas veces, agobiados por tantas malas noticias. No tengáis miedo porque estoy con vosotros, dice Jesús. Tenemos que meternos estas palabras en la mente y en el corazón, porque, si no, el pesimismo puede llevarnos a la desesperación y a la depresión.

    Cuando os odien y persigan por mi causa no os dejaré solos: nunca ha sido fácil ser cristiano de verdad, pero en este tiempo parece que es ir a contracorriente de muchos. No estamos solos y el Señor nos dará palabras y sabiduría con las que poder defender el evangelio aun en los peores contextos.

    Os servirá de ocasión para dar testimonio: en las crisis y dificultades es cuando los discípulos de Jesús estamos llamados a dar el mejor testimonio. Cuando la gente parece estar tan perdida, no lo estemos también nosotros: agarrémonos más fuerte que nunca a nuestra fe y ayudaremos a muchos a encontrar respuestas seguras en Dios.

    Perseverad y salvaréis vuestras almas: no seamos veletas, que se mueven según el viento de cada momento. Perseverar es permanecer: sigamos viviendo la fe cristiana que se nos ha anunciado, celebrándola en comunidad, testimoniándola con nuestro modo de vivir… y que piense el mundo lo que quiera.

    Claro que el mundo y lo que conocemos se terminará un día. ¿Cuándo? Solo lo sabe Dios. Lo que nos ha dicho bien claro es cómo debemos actuar en las crisis, las de ahora y las que pueden llegar en el futuro. Sabemos que ese futuro está en las manos providentes de Dios y que, aunque respeta la libertad del hombre para ir construyendo el presente, ha de traer un sol de justicia verdadera que nos iluminará y salvará.

    El fin de la historia será de salvación. Lo más importante es cómo estamos viviendo el tiempo presente que Dios nos concede.

    Hoy celebramos la Jornada Mundial de los Pobres. No olvidemos que en el juicio por el que debemos pasar será esencial responder si vivimos o no el amor fraterno, si supimos reconocer la presencia de Jesucristo en los pobres y en los que sufren o si, al contrario, permanecimos indiferentes ante ellos.

 


miércoles, 5 de noviembre de 2025

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN. DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA

 SOIS EL TEMPLO DE DIOS


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Hoy en todas las parroquias y capillas del mundo se celebra la Fiesta de la Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán. Fue el primer templo construido por la Iglesia, dedicado a Cristo Salvador, cuando los cristianos dejaron de estar perseguidos y pudieron comenzar a vivir libremente su fe.

    Se la llama la Catedral del Papa, el obispo de Roma, y la madre de todas las iglesias cristianas, por ser la primera y la más importante.

    Las lecturas que nos propone la fiesta litúrgica de hoy son muy interesantes para considerar el significado que tiene el templo para la fe cristiana. El templo es la imagen más repetida en todas las lecturas de hoy.

    El profeta Ezequiel contempla en visión a un hombre, que podría ser Jesucristo, que le va guiando por el Santuario, el Templo, la Casa de Dios entre los hombres. Pero ese templo que contempla, ya no es simplemente el edificio de piedras construido en Jerusalén. Porque de él brotan unas corrientes misteriosas de agua que van dando vida a su paso, que sanan las tierras y los mares que parecían muertos, llenándolos de vida y de vegetación. Los árboles frutales que crecen a las orillas de aquellas aguas del santuario, no se marchitan ni dejan de producir frutos abundantes que alimentan y hojas que curan.

    Es una visión profética, cargada de simbolismo, que nos conduce directamente al evangelio para poder entender su significado. Jesús, antes de la Pascua, sube al templo de Jerusalén para la oración de la fiesta. Pero aquel lugar, que debía ser una casa de oración, para el encuentro con Dios y de los hombres y mujeres entre sí, se ha ido convirtiendo en un lugar de comercio.

    Las monedas se cambian, para no introducir monedas de paganos en el templo, y los animales se venden para los sacrificios que no cesan. Quien puede más compra un buey, quien no tanto una oveja, y quien no puede apenas una simple paloma. Hay negocio, hay lucro, hay desigualdad… precisamente allí, en el lugar más santo de todos, en la casa de Dios en la tierra.

    Jesús derriba, destruye, simbólicamente, todo ese culto sacrificial injusto y adulterado. Y proclama que, en adelante, habría un nuevo templo y un nuevo y definitivo sacrificio. En tres días sería levantado ese nuevo templo sobre las ruinas del antiguo: es el templo de su Cuerpo resucitado que, desde la Pascua, es el único lugar en el que el hombre puede encontrarse con Dios.

    Cristo resucitado es el nuevo templo que Dios construye para los hombres y nadie encuentra de verdad a Dios si no es entrando en ese templo: “Nadie va al Padre si no es por mí”. Y ya no es necesario derramar la sangre de animales inocentes, porque el sacrificio que nos reconcilia con el Padre Dios ya lo ha realizado Él en la cruz y se renueva sacramentalmente en la Eucaristía.

    San Pablo saca las conclusiones de esta maravillosa novedad: si Cristo es el nuevo Templo de Dios, y nosotros hemos sido incorporados a Él por el bautismo, entonces también nosotros somos el edificio de Dios. Habitados por el Espíritu Santo somos verdadero templo de Dios con Cristo; un templo sagrado, tan sagrado como lo fue el templo de Jerusalén hasta la llegada del Señor.

    “Que cada cual se fije bien de qué manera construye”, nos dice, advirtiéndonos que en este templo no podemos ser piedras muertas, tenemos que ser piedras vivas, aportando todos algo al bien común y a la edificación compartida.

    ¡Qué bien entendieron todo esto los primeros cristianos! Cuando por fin pudieron construir su primera edificación, no se inspiraron en los templos paganos, que eran construcciones vacías que tenían en el centro la imagen de un dios para que viviera allí, ni se inspiraron en el templo judío, concebido para hacer sacrificios de animales y dividido rigurosamente en secciones según la condición de cada uno (judíos, gentiles, hombres, mujeres, sacerdotes, laicos), sino que hicieron una basílica.

    Las basílicas eran unos edificios civiles para las reuniones de los ciudadanos. Y los primeros cristianos pensaron: lo que necesitamos es un edificio donde se reúna toda la comunidad, la Iglesia (que significa asamblea), porque el templo somos nosotros si estamos reunidos en el nombre del Señor y Él está en medio de nosotros.

    En este día de recuerdo de la primera iglesia cristiana, la basílica de san Juan de Letrán, celebramos el día de la Iglesia Diocesana.

    El cuerpo de Cristo que vive en medio del mundo es, en León, nuestra Iglesia Diocesana. Con nuestro obispo Luís Ángel al frente, como sucesor de los apóstoles, en comunión con el Papa, sucesor de Pedro, con todas sus parroquias y, en ellas, las comunidades cristianas que, pastoreadas por un párroco colaborador del Obispo, viven la fe, la esperanza y la caridad. Nuestra misión es compartida: adelantar el Reino de Dios en este mundo hasta que Cristo vuelva y lo haga pleno.

    Feliz día de la Iglesia Diocesana a todos los que queremos ser piedras vivas en el Templo nuevo de Jesucristo.

 

 


UN ADVIENTO PARA CRECER EN ESPERANZA

     “Enciende uno la tele o la radio y todo son malas noticias: guerras, catástrofes, crisis, el precio disparado de la cesta de la compra,...