jueves, 23 de octubre de 2025

DOMINGO XXX TIEMPO ORDINARIO (ciclo C)

 EL QUE SE HUMILLA SERÁ ELEVADO


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    También en este domingo, como en el anterior, el Maestro de oración que es Jesús nos enseña cómo rezar para que nuestra oración sea realmente agradable ante Dios.

    Recordamos que el domingo pasado, con la parábola de la viuda insistente, Jesús nos enseñó que nuestra oración debe ser perseverante. No nos dirigimos a un juez injusto, sino al Padre misericordioso que hace justicia sin tardar a sus elegidos y les concede el don del Espíritu Santo.

    Hoy nos enseña la Humildad con la que debe ser elevada toda plegaria.

    De nuevo lo hace mediante una parábola, una escena que seguramente era habitual: un fariseo y un publicano van a rezar al templo.

    Los dos rezan, los dos están en el templo, pero sus actitudes son completamente diferentes: el fariseo, que suponemos era un cumplidor estricto de la ley religiosa hasta en sus últimas letras, reza de pie y, con orgullo, le presenta a Dios todos sus méritos religiosos.

    El publicano, considerado un creyente de tercera por todos, que se siente un pecador, está postrado y no le puede presentar a Dios ningún mérito; solo está allí acogiéndose humildemente a su misericordia: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”.

    Jesús conocía bien a los fariseos, porque él conocía lo profundo del corazón de cada hombre. Eran muy religiosos, sí, pero en lugar de dar gracias a Dios porque les permitía seguir el camino recto y de ayudar a otros a alcanzarlo, eran jueces implacables de los extraviados, de los pequeños, de los pecadores. 

    Al mismo Jesús le llamaban amigo de pecadores, y cosas aún peores, porque hablaba y se acercaba a todas estas personas a los que ellos consideraban despreciables y perdidos irreparablemente para Dios.

    Para los fariseos va dirigida esta parábola, para los de entonces y para los de ahora. Para cada uno de nosotros si caemos en la tentación de considerarnos suficientemente buenos ya, o mucho mejores que otros. 

    El mensaje es chocante: la oración del publicano, que ni siquiera se atrevía a levantar los ojos ante Dios, es escuchada y la del fariseo, con toda su lista de méritos religiosos, no. Porque se ha atrevido a convertirse en juez de su hermano, algo que solo le corresponde a Dios.

    Alguien dijo que, si tenemos fe y si llevamos una vida bastante ordenada y serena, debemos darle gracias a Dios por ello, en lugar de atribuirnos el mérito. Porque si hubiésemos tenido otros padres, hubiésemos crecido en otro ambiente, no se nos hubiesen presentado las oportunidades que se nos han presentado… a saber cómo seríamos y qué cosas haríamos. 

    Hay muchas personas que están sumergidas en el pecado o en las adicciones y vicios más destructivos, que quizás no han tenido los ejemplos, la educación, las vidas que nosotros hemos podido tener. Por eso no podemos ser sus jueces, ya que sólo Dios ve en lo profundo de las personas.

    “El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas. Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido. No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento”, nos ha dicho el sabio en la primera lectura.

    Tampoco el apóstol san Pablo, que entregó su vida por completo al servicio del evangelio como apóstol, cuando repasa todo lo que ha hecho de bueno, se lo atribuye a sí mismo, sino al Señor que ha estado con él y le ha dado fuerzas.

    ¿Qué nos enseña la Palabra de Dios en este domingo? Ante Dios siempre debemos ser humildes, pedir perdón, acogernos a su misericordia y darle gracias por las cosas buenas que nos permite hacer. Todo es un don, todo es una gracia recibida.

    Y nunca, nunca, podemos convertirnos en jueces de otros y, mucho menos, condenarles o considerarles perdidos ante Dios, porque, ¿Cómo vamos a saber qué hay en el corazón de los demás si apenas sabemos que hay en el nuestro?

    Solo con esta actitud de humildad ante Dios, y de comprensión y aceptación de los demás con sus errores y pecados, podrá nuestra oración ser agradable y escuchada.

    Como el domingo pasado le decimos al Señor Jesús: “Maestro, enséñanos a orar”, con perseverancia y humildad.

 


jueves, 16 de octubre de 2025

DOMINGO XXIX TIEMPO ORDINARIO (ciclo C)

 MAESTRO, ENSÉÑANOS A ORAR


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Todas las lecturas que hoy se han proclamado son una invitación a la oración. Alguien dijo que la oración es el aliento del cristiano; igual que continuamente respiramos, y sin esa respiración ininterrumpida no es posible la vida, la oración nos acompaña continuamente.

    No solo oramos en situaciones de necesidad, aunque seguro en estos momentos es cuando nuestra oración se hace más intensa, sino que oramos siempre: agradeciendo, glorificando, intercediendo por otras personas y por otras situaciones…

    ¿Cómo debe ser nuestra oración? En la historia de la comunidad cristiana tenemos grandes maestros de oración como san Agustín, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Juan de Ávila, y tantos otros. Sus escritos nos siguen motivando a orar.

    Pero todos ellos se inspiraron y aprendieron del gran maestro de oración que es Jesús. Jesús oraba, como cualquier hebreo de su tiempo, con los salmos que repiten a lo largo del día. Acudía a la sinagoga los sábados y al templo de Jerusalén en las grandes fiestas de su pueblo.

    Pero, además de todo esto, se retiraba en soledad a orar con una oración de confianza e intimidad con el Padre Dios. Era algo que le llamaba la atención a sus discípulos, que nunca habían visto a nadie orar así y, por ello, le pidieron: Maestro, enséñanos a orar.

    Es una petición que también podemos repetir nosotros, este domingo y siempre: Maestro, enséñanos a orar. Porque muchas veces decimos que no tenemos tiempo para rezar así, aunque sí lo tenemos para otras distracciones y pasatiempos menos provechosos. O decimos que no tenemos tiempo para leer la Palabra de Dios, o que no la entendemos, pero tampoco buscamos los medios para comprenderla mejor.

    Hoy nuestro Maestro de oración nos enseña, con esta Palabra, una actitud esencial de la oración cristiana: la Perseverancia.

    Esta actitud aparece en la primera lectura; mientras Moisés tiene los brazos alzados hacia Dios, el pueblo vence, pero cuando se cansa y los baja, vencen sus enemigos. Aarón y Jur, sus amigos, le sostienen los brazos, porque en esto de no desfallecer en la oración nos ayudamos los unos a los otros, nos animamos, nos sostenemos.

    Si la viuda no se cansó de reclamar justicia a ese juez de la parábola, al que no le importaban ni Dios ni los hombres, cuanto menos nos debemos cansar nosotros, que no nos dirigimos en la oración a un juez injusto, sino al Padre Dios bueno y providente. Es lo que nos enseña Jesús en la parábola del evangelio.

    “Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que sin tardar les hará justicia”.

    Si caemos en la tentación de pensar que la oración no sirve, que no es escuchada, que Dios no nos hace caso, no estaríamos orando como el Maestro de oración Jesús nos enseña.

    Vamos a repetir interiormente hoy esta petición de los discípulos de entonces: Maestro, enséñanos a orar. Con perseverancia, con confianza de hijos, con generosidad y con la certeza de que Dios quiere siempre lo mejor para nosotros.

 


jueves, 9 de octubre de 2025

DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO (ciclo C)

 SABER ORAR AGRADECIENDO

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    La Palabra de Dios que la Iglesia nos propone este domingo como lecturas, nos habla de dos valores tan relacionados con la Fe que son parte de ella: la Confianza y el Agradecimiento.

    La Confianza es otro nombre de la Fe. Antes que conocer las verdades de fe contenidas en el Credo de la Iglesia, lo primero que hace el creyente es confiar en Dios, fiarse de Él sabiendo que su vida está en las manos del Padre bueno.

    Cuando somos pequeños, incluso antes de la primera catequesis, tenemos ya la experiencia de confiar en papá y mamá, en que no estamos solos, en que nuestra vida está segura si ellos nos cuidan. Y desde esa experiencia primera de confiar en la familia, aprendemos a confiar también en Dios Padre que, como nos dijeron desde niños, no le vemos, pero está siempre con nosotros cuidándonos.

    La confianza del creyente aparece en la primera lectura. Un hombre poderoso, Naamán el sirio, padece la peor de las enfermedades de su época, la lepra. Todas sus riquezas y recursos no le sirven de nada porque no encuentra la curación. Y, al final, ya desesperado, confía en que le pueda sanar un pobre profeta de Israel, Eliseo el hombre de Dios.

    Este le dice que debe bañarse con fe en el rio Jordán por siete veces. Naamán duda, pero al final confía y aquellas aguas, recibidas con fe, le purifican de su enfermedad y de su incredulidad, porque desde aquel momento reconoce que solo hay un Dios Yahvé y que solo la fe en él puede salvarle.

    Pasa de enfermo a sano y de incrédulo a creyente y adorador sincero. Pero nada de esto hubiese sido posible si no fuese por el acto de confianza y entrega que hizo.

    Lo mismo ocurre en el relato del evangelio. De nuevo aparecen unos leprosos, pero estos expulsados de la sociedad y de la religión judía, carentes de todo afecto y de toda dignidad humana, simplemente esperando la muerte en los descampados. No se atreven ni a acercarse a Jesús y le piden compasión desde la distancia.

    Jesús les mira y se compadece, pero parece que no obra el milagro de curarles. Les envía a los sacerdotes, que son los que tienen que certificar su sanación para permitirles reintegrarse en la sociedad y en el culto. Se ponen en camino cuando aún están enfermos y desfigurados. No tienen evidencia alguna de estar curados, pero se ponen en camino fiados de la Palabra de Jesús. Y mientras van de camino quedan sanados.

    De nuevo aparece aquí la Confianza como un rasgo del creyente. Tiene fe el que se fía y confía, aún sin evidencias, en el amor providente de Dios. Y en el poder de su Palabra que, como dice el apóstol, no está encadenada, es libre para obrar en nosotros cosas maravillosas.

    La segunda actitud de la que nos habla la Palabra de Dios del domingo es el Agradecimiento. A lo largo del día puede que digamos muchas veces “gracias”. Por teléfono, por wasap, al salir de una tienda, cuando recibimos un paquete…

    Pero el agradecimiento es más que decir gracias de un modo más o menos mecánico. Es mostrarle a la otra persona que realmente valoramos y apreciamos lo que ha hecho por nosotros o lo que nos ha dado. Y eso ya escasea más, no es habitual ser verdaderamente agradecidos de corazón con los demás y con Dios.

    Naamán lo es con el profeta Eliseo y, por él, con Dios. De los diez leprosos sanados, solo uno, y precisamente un samaritano, vuelve para ser agradecido con Jesús y dar gloria a Dios por lo que ha hecho con él. Se postra a los pies de Jesús, que es un modo de reconocer la presencia de Dios en él y le da gracias.

    Los demás fueron curados, pero este, además, es salvado: “Levántate, vete, tu fe te ha salvado”.

    ¿Cómo es nuestra oración?, ¿es de petición casi siempre?

    ¿O lo es también de agradecimiento por tantas cosas buenas que recibimos de Dios desde que abrimos los ojos por la mañana y despertamos a la vida un día más?

 


miércoles, 1 de octubre de 2025

SOLEMNIDAD DE SAN FROILÁN (5 de octubre)

 ID AL MUNDO ENTERO Y PREDICAD EL EVANGELIO


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    El ciclo normal de los domingos del tiempo ordinario, que estamos llevando, hoy cambia. Lo hace porque celebramos una solemnidad propia de nuestra Iglesia diocesana de León. Por ser solemnidad, tiene un rango superior al de los domingos. La solemnidad que celebramos es la de san Froilán, patrono de la diócesis, que ha de celebrarse en todas las parroquias, pequeñas y grandes.

    Celebrar una misma fiesta litúrgica es un signo de comunión, expresamos así que pertenecemos a una misma familia: la Iglesia de Jesucristo que camina, como peregrina de esperanza, en estas tierras antiguas de León. Somos herederos de una riquísima historia civil y eclesial y, tomando fuerzas en este recuerdo agradecido, debemos afrontar los retos presentes y futuros.

    San Froilán, según las fuentes que se conservan en nuestra catedral, nació en las afueras de Lugo en el año 832. A los dieciocho años emprendió vida solitaria y de predicador itinerante. Se trasladó al Bierzo y se recluyó en una cueva de Ruitelán, junto al río Valcarce, que hoy se conserva como ermita.

    Pasó después a los montes leoneses del Curueño, donde se le unió Atilano, sacerdote y monje, que es también el patrono de la diócesis vecina de Zamora. Ambos se recluyeron en el picacho Cucurrino de la Valdorria. Bajaron al valle y, en el poblado de Veseo, organizaron un monasterio con trescientos monjes, apoyados por los reyes de León y Asturias.

    Más tarde, en Zamora, establecieron dos monasterios, el primero en Tábara y el segundo en Moreruela. Los monasterios, en aquella época tan difícil, jugaron un papel fundamental en la reconquista de España: los monjes tenían las escuelas y conservaban la cultura, los códices con el saber de la Hispania cristiana. Y en torno a ellos, se establecían aldeas y se cultivaban los campos, se creaba civilización en tierras arrasadas.

    Está claro que la vocación primera de san Froilán era la de ser un ermitaño solitario. Pero permaneció atento a la llamada de Dios y este le fue cambiando sus planes. Primero le llamó a vivir con otros monjes que querían compartir su vida de oración y estudio de la Palabra de Dios, a ser fundador y abad de monasterios.

    Y en el año 900, cuando la sede episcopal de León quedó vacía, el pueblo leonés pidió al rey que el nuevo obispo de León fuese Froilán, el monje. Entonces Froilán, a la edad de 68 años, dejó la vida de monje, a la que se había consagrado, para aceptar ser pastor de los cristianos de estas tierras nuestras.

    Durante solo cinco años, hasta su fallecimiento fue un buen pastor, a imagen del Buen Pastor que es Cristo. Como él, se dedicó a apacentar a su pueblo en las praderas abundantes de la fe cristiana, nutriendo a todos con la predicación de la Palabra y con los sacramentos. Sin olvidarse de las ovejas descarriadas y perdidas, fortaleciendo a las enfermas y caídas, apacentando a todas con justicia.

    Lo que la Palabra de Dios que hemos escuchado dice en la lectura del profeta Ezequiel y en el salmo 22: san Froilán fue un reflejo fiel del Buen Pastor, enviado por Dios para cuidar a su pueblo amado renacido de las aguas del bautismo.

    Como san Pablo pedía para él mismo y para sus colaboradores, la gente veía solo en san Froilán un servidor de Cristo y un administrador fiel de los misterios de Dios, que se renuevan en la liturgia de la Iglesia para nuestra salvación.

    Jesús escogió a los apóstoles para que estuviesen con él y para enviarlos a predicar en su nombre, sometiendo las fuerzas del mal que dañan al hombre y a la creación, liberando, consolando, sanando, animando. Esa misma llamada ha continuado resonando a lo largo de los siglos y el Señor ha seguido escogiendo a otros hombres y mujeres para ser sus colaboradores en la extensión del Reino hasta los confines de la tierra.

    San Froilán hizo su parte, como monje y como obispo, y ahora nos toca a nosotros hacer la nuestra, en este tiempo y en este lugar en el que Dios nos ha puesto. Nuestra iglesia diocesana de León necesita de cada uno de nosotros, cada uno con sus dones y sus talentos, con su vocación particular.

    No podemos quedarnos mirando al pasado, a lo que fuimos y a lo que tuvimos, sino que estamos llamados a contribuir en la hora presente, con sus retos, para que aquellos que viven a nuestro lado puedan escuchar la Buena Noticia del amor de Dios que se nos ha manifestado plenamente en Jesucristo.

    Recojamos el testigo de san Froilán, nuestro patrono, como cristianos de León.


domingo, 28 de septiembre de 2025

D. José Ramón Gago Bayón, vicario parroquial de nuestra Unidad Pastoral

 


Con gran alegría hemos recibido en nuestra Unidad Pastoral el nombramiento, el pasado 25 de septiembre, de D. José Ramón Gago Bayón como vicario parroquial de nuestra Unidad Pastoral.

D. José Ramón es natural de Cistierna, se ha formado para ser presbítero en nuestro Seminario Conciliar San Froilán, además de haber estudiado el doble grado de Historia e Historia del Arte en la Universidad de León y en la UNED.

Compaginará su servicio sacerdotal con su tarea como párroco de la Unidad Pastoral de Garrafe de Torío y su responsabilidad en los grupos de adolescentes de la diócesis "Gente CE". 

Es el último sacerdote en ser ordenado en la diócesis, el 11 de mayo de 2025.

Damos gracias a Dios y a nuestra Iglesia diocesana de León por la presencia y el ministerio sacerdotal de José Ramón entre nosotros.

HORARIOS OCTUBRE 2025

 XXVII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
San Froilán (Patrono de la diócesis de León)

SÁBADO 4 

18 H. VILLAOBISPO (Misa vespertina)

DOMINGO 5

11 H. VILLAMOROS

12 H. ROBLEDO (Celebración de la Palabra)

12 H. VILLARRODRIGO

13 H. VILLANUEVA 


XXVIII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
Nuestra Señora del Pilar

SÁBADO 11 

18 H. VILLARRODRIGO (Misa vespertina)

DOMINGO 12

11 H. VILLAMOROS

12 H. ROBLEDO

13 H. VILLAOBISPO

13 H. VILLANUEVA (Celebración de la Palabra)


XXIX DOMINGO TIEMPO ORDINARIO

SÁBADO 18 

18 H. VILLANUEVA (Misa vespertina)

DOMINGO 19

11 H. VILLAMOROS

12 H. ROBLEDO 

12 H. VILLARRODRIGO (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLAOBISPO 


XXX DOMINGO TIEMPO ORDINARIO

SÁBADO 25 

18 H. ROBLEDO (Misa vespertina)

DOMINGO 26

11 H. VILLANUEVA

12 H. VILLAMOROS (Celebración de la Palabra)

12 H. VILLARRODRIGO (seguido de Concierto de la  Capilla Clásica)

13 H. VILLAOBISPO 


DOMINGO XXX TIEMPO ORDINARIO (ciclo C)

 EL QUE SE HUMILLA SERÁ ELEVADO COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA      También en este domingo, como en el anterior, el Maestro de oració...