sábado, 29 de marzo de 2025

HORARIOS ABRIL 2025

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

SÁBADO 5 

18 H. VILLAOBISPO  (Misa vespertina y Vía Crucis)

DOMINGO 6

11 H. VILLAMOROS

12 H. ROBLEDO 

12 H. VILLARRODRIGO (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLANUEVA 


DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

SÁBADO 12 

18 H. VILLANUEVA  (Misa vespertina)

DOMINGO 13

11 H. VILLAMOROS

12 H. VILLARRODRIGO 

12 H. ROBLEDO (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLAOBISPO 


CELEBRACIONES PENITENCIALES CUARESMA (CONFESIONES)

LUNES SANTO  

18 H. VILLANUEVA
19 H. ROBLEDO

MARTES SANTO 

18 H. VILLAOBISPO
19 H. VILLARRODRIGO


JUEVES SANTO (17 DE ABRIL) 

MISA DE LA CENA DEL SEÑOR 

17 H. VILLANUEVA 

18 H. ROBLEDO 

18 H. VILLAMOROS (Celebración de la Palabra) 

19 H. VILLARRODRIGO

20 H. VILLAOBISPO 

ORACIONES

18 H. VILLANUEVA: ROSARIO DE LA BUENA MUERTE

19 H. ROBLEDO: ROSARIO DE LA BUENA MUERTE- HORA SANTA 


VIERNES SANTO (18  DE ABRIL)

VÍA CRUCIS 

11 H. ROBLEDO

12 H. VILLARRODRIGO

13 H. VILLAOBISPO (Canto del Vía Matris)

CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN

17 H. VILLAMOROS

18 H. ROBLEDO 

18 H. VILLANUEVA  

19 H. VILLARRODRIGO

20 H. VILLAOBISPO


SÁBADO 19 DE ABRIL
VIGILIA PASCUAL PARA TODA LA UNIDAD PASTORAL 

21 H. VILLANUEVA DEL ÁRBOL



PASCUA DE RESURRECCIÓN (DOMINGO 20 DE ABRIL)

11 H. ROBLEDO

11:45 H. VILLARRODRIGO 

12:30 H. VILLAMOROS 

13:15 H. VILLAOBISPO 


SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

SÁBADO 26 

18 H. VILLARRODRIGO (Misa vespertina)

DOMINGO 27

11 H. VILLAMOROS

12 H. ROBLEDO

13 H. VILLANUEVA (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLAOBISPO 


viernes, 28 de marzo de 2025

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA (ciclo C)

 UN PADRE TENÍA DOS HIJOS...


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

El domingo cuarto es un domingo diferente, y por eso se le llama en la tradición con una palabra latina: Domingo Laetare, que significa  Domingo de la Alegría.

¿Cuál es el motivo de que este domingo se nos invite a la alegría y de que en la misa el sacerdote pueda vestir con el color rosa, en lugar del morado penitencial de toda la cuaresma?

Porque la Pascua está ya más cerca, y en ella vamos a celebrar la resurrección de los que estábamos muertos por el pecado a una vida nueva. Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo, lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo, somos criaturas nuevas. Es lo que hemos escuchado en la segunda lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto.

Es cierto que aún nos queda un domingo más de la Cuaresma y que aún deberemos acompañar a Cristo en la Semana Santa, en su camino hasta la muerte en cruz. Pero ya sabemos que el final de esta es la Pascua, que la muerte será vencida y que nosotros estamos reconciliados. No porque seamos buenos y justos, que no lo somos, sino porque Dios nos ama hasta el extremo de que su Hijo da la vida por nosotros y nos trae una nueva vida.

Tampoco el pueblo de Israel era bueno; muchas veces renegó de Dios y desconfió de Moisés, volviéndose hacia los ídolos en lugar de adorar al Dios verdadero. Pero Dios no dejó de amarlos, les condujo por el desierto y les llevó a la tierra prometida: “hoy os he quitado encima el oprobio de Egipto, comenzaron a comer los productos de la tierra, comieron la cosecha de la tierra de Canaán”.

Todas las lecturas de hoy convergen realmente hacia el Evangelio, que es la parábola maravillosa del Hijo pródigo. Muchos han dicho que deberíamos llamarla, más bien, la parábola del Padre providente y sus dos hijos, porque el verdadero protagonista de la historia es el Padre.

Es muy importante para entender su sentido completo, que nos fijemos en el contexto en el que Jesús la proclama: se acercaban a escuchar a Jesús los publicanos y los pecadores. Eran personas vistas como muy alejadas de Dios, indignas de estar en el templo, señaladas públicamente como perdidos e irrecuperables.

Y para los fariseos y los escribas, que cumplían escrupulosamente la Ley de Moisés y tenían a gala ante todos ser los más religiosos, aquello era un completo escándalo: ¿Cómo podía Jesús, el maestro galileo, ser un profeta de Dios y, al mismo tiempo, dejar que se le juntasen semejantes personas? ¿Cómo podía llegar a comer con ellos y aceptar su hospitalidad?

Para ellos, aquellos publicanos y pecadores solo merecían la condena y el repudio público, pero no predicaciones ni conversaciones, ya que no volverían nunca a Dios, era tiempo perdido.

Ante ese escándalo, y las murmuraciones de los que se consideraban a sí mismos como justos y santos, Jesús dijo esta parábola. Hay un Padre, que ama con paciencia infinita, y hay dos hijos: el menor y el mayor. Cada uno de ellos representa un modo de estar lejos de Dios, una forma de vivir en el pecado.

El hijo menor, que es en el que más solemos fijarnos al leer esta parábola, representa a aquellos publicanos y pecadores públicos: se ha apartado del Padre porque se ha engañado creyendo que si se alejaba de él y de su casa iba a ser más libre y más feliz. Le ha pedido su parte de la herencia sin esperar a que fallezca, como si le desease ya la muerte, y se ha ido muy lejos a vivir sin dignidad alguna, como un siervo de otros, hasta tocar fondo: cuidar cerdos y no poder comer ni lo que ellos comen. Pasó de hijo a siervo.

El hijo mayor representa a los fariseos y escribas, que critican la actitud compasiva de Jesús: están siempre en la casa del Padre, pero no le aman, viven como jornaleros que cumplen su deber esperando la recompensa de ser buenos, pero no como Hijos. Saben obedecer fielmente, pero no son capaces de amar. Y cuando su hermano menor, que estaba muerto por el pecado, vuelve a la casa del Padre, no se alegran, sino que se carcomen de envidia y de odio hacia al Padre, que les parece demasiado bueno y blando.

¿Cuál de los dos hijos se había alejado más del amor y de la casa del Padre? Los dos, aunque sea por razones y por caminos distintos.

¿Con cuál de ellos me identifico más? ¿Soy el hijo menor, que se ha ido lejos y viviendo perdido en el pecado ha perdido su dignidad de hijo de Dios?

 ¿Soy, acaso, el hijo mayor que está siempre en la casa del Padre, que obedece y cumple, pero no porque se siente amado y agradecido, sino por obligación y esperando alguna recompensa?

¿Me alegro cuando mi hermano menor vuelve a casa o pienso que "es un cachondeo" tener un Padre tan blando, que nunca se cansa de perdonar?

Seguimos caminando en esperanza durante esta Cuaresma, preparándonos para encontrarnos con el amor del Padre Dios que nos espera siempre.


jueves, 20 de marzo de 2025

TERCER DOMINGO DE CUARESMA (ciclo C)

 SEÑOR, DÉJALA TODAVÍA ESTE AÑO


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    El camino cuaresmal de renovación personal y comunitaria, que nos lleva hasta la Pascua del Señor, continúa avanzando. Hoy llegamos al domingo tercero, por lo que se puede decir que estamos ya en el ecuador de este tiempo de renovación espiritual.

    La Palabra de Dios que hemos escuchado este domingo, de manera particular el evangelio, nos dirige una llamada muy seria a la conversión, que es el eje de la Cuaresma.

    En la primera lectura, se nos narra un momento decisivo en la historia de Israel: la manifestación de Dios Yahvé a Moisés. Este había tenido que abandonar forzosamente Egipto por participar en la muerte de un hombre egipcio que maltrataba a un israelita. Ahora se ganaba la vida como pastor de ovejas y cabras en el desierto.

    Pero, en la montaña del Horeb, le aguardaba un encuentro que cambiaría su vida para siempre. La zarza que ardía sin consumirse es la señal visible de una presencia misteriosa de Dios que lo llena todo.

    En el contexto de aquel tiempo, en aquellas culturas, era muy habitual que existiesen montes sagrados y que se creyera que una gran variedad de dioses habitaba los lugares y tenían poderes diferentes. Quizás Moisés, que había crecido rodeado del politeísmo de los egipcios, también creyera que aquel que le hablaba también era un dios de la montaña. Por eso le pregunta su nombre. Pero este no es un dios con minúsculas; es el verdadero Dios, aquel que no necesita un nombre ni una representación, porque es el Creador, el Único, el que da la existencia a cuanto existe.

    Pero lo más sorprendente es que, siéndolo todo, se preocupa del sufrimiento de aquel pequeño pueblo sometido. No es un Dios feliz en su perfección y despreocupado de los hombres; oye los lamentos del pueblo, ha visto su sufrimiento, se compadece, se enternece. Esta manifestación es novedosa y rompedora, porque los hombres concebían a los dioses como seres ajenos, autosuficientes y perfectos, de los que se podía obtener el favor a cambio de ofrendas y sacrificios.

    Dios se manifiesta como el Dios compasivo, atento, sensible, que escucha. Y escoge a Moisés para que sea un instrumento con el que liberar a su pueblo. Al principio, el pueblo de Israel entendió la liberación como una liberación meramente externa: salir de Egipto e ir a la tierra prometida, asentarse allí, ser prósperos y construir un templo magnífico para su Dios Yahvé.

    Pero irán entendiendo, con la ayuda de los profetas, que la liberación que Dios quiere es mucho más profunda. Es una liberación del pecado, que trae muerte: muerte de las relaciones con Dios, muerte de las relaciones con nosotros mismos, muerte de las relaciones con los demás… y, finalmente, muerte eterna.

    En el fondo da lo mismo estar en Egipto que estar en la tierra prometida si uno lleva la esclavitud del pecado, por dentro, allí donde vaya.

    No basta con haber salido de Egipto, no basta con ser del pueblo escogido, no basta con tener la guía de Moisés, si uno no vive en amistad con Dios.

    Es lo que les dice el apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto; trata de que se apliquen a ellos, que son cristianos, lo que les pasó a los israelitas: recibieron muchas bendiciones, pero no agradaron a Dios porque eran malos y, por ello, no fueron salvados.

    Como nos dice el Señor en el evangelio con su parábola de la higuera: no basta con ser una planta cuidada y mimada por el labrador si no se llega nunca a producir los frutos que se deben dar. No basta con estar bautizado, con ser miembro de la Iglesia, con haber recibido los sacramentos, ni siquiera con pertenecer a un grupo de la Iglesia… ¿doy realmente los frutos del Evangelio?, ¿doy los frutos de una verdadera y sincera conversión?

    Un árbol que recibe tantos cuidados y que no termina nunca de dar fruto es un árbol que solo sirve para cansar la tierra y para consumir los esfuerzos del hortelano; ¿para qué sirve si no da el fruto esperado?

    Con esta parábola, justo ahora, en este tiempo de conversión que es la cuaresma, el Señor nos anima y nos reclama un cambio efectivo en nuestras vidas: arrancar el pecado, el egoísmo, la injusticia, la codicia, la indiferencia por el otro, el materialismo… y empezar a dar frutos verdaderos de compasión, de amor real a Dios y al hermano. No basta con tener hojas –las apariencias- hay que dar, y darlos ya, los frutos verdaderos.

    ¿Cuántas cuaresmas habremos escuchado esto mismo? Gracias Señor porque eres tan paciente con nosotros, porque comprendes, aunque no apruebas, nuestra dureza de mente y de corazón, nuestros apegos, nuestras ataduras. Y sigues esperando un año más, otro más, hasta que, por fin, demos los frutos que esperas.

    Que sea esta la Cuaresma definitiva.

jueves, 13 de marzo de 2025

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA (ciclo C)

 CAMINEMOS JUNTOS EN ESPERANZA

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    En esta peregrinación cuaresmal que hacemos juntos en esperanza hacia la Pascua de Jesucristo, siempre se nos presenta, en el segundo domingo, el pasaje de la transfiguración. Es una escena y un mensaje muy importantes, porque la transfiguración es un adelanto de la Pascua hacia la que avanzamos.

    No podemos olvidar que la Cuaresma tiene dos aspectos fundamentales y complementarios.

    Es, en primer lugar, un tiempo penitencial, tiempo muy especial de gracia para acercarnos y unirnos más a Jesucristo, que se entrega por nuestros pecados. Las privaciones, el ayuno y la abstinencia que se nos invita a tener, tienen la finalidad de hacernos más libres frente a las cosas, ayudándonos a experimentar un poco lo que experimentan diariamente los más pobres, y unirnos a los sufrimientos y la cruz de Jesús.

    Un segundo aspecto, no menos importante, es el de ayudarnos a redescubrir nuestro propio bautismo que renovaremos, Dios mediante, en la noche de la Vigilia Pascual y en las eucaristías del domingo de Pascua, afirmando las promesas bautismales y recibiendo la aspersión del agua nueva. Precisamente la Cuaresma surgió como un espacio más intenso de preparación para los catecúmenos antes de ser bautizados.

    Si el domingo primero, con el evangelio de las tentaciones en el desierto, se nos invitaba a contemplar la solidaridad radical de Cristo con nuestra condición humana, que él hace plenamente suya, en este segundo se nos ofrece un adelanto esperanzador de la Pascua, la de Cristo y la nuestra, porque la gloria resplandeciente que llena el cuerpo de Jesús es la misma que quiere compartir con todos cuantos hemos sido bautizados en su muerte y resurrección.

    San Pablo nos lo dice así en su Carta a los Filipenses, que es hoy la segunda lectura: “Nosotros, en cambio, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde según el modelo de su cuerpo glorioso”.

    Siempre tenemos que redescubrir en nosotros el tesoro del bautismo, como un proyecto a realizar durante toda la vida. En el agua de la pila bautismal, que simboliza al mismo tiempo la tumba, para dar sepultura al hombre viejo en ella, y el vientre materno, para dar a luz al hombre nuevo, hemos renacido todos para una nueva vida.

    Decía a los catecúmenos un antiguo Padre de la Iglesia: “En el mismo momento habéis muerto y habéis nacido, y aquella agua llegó a ser para vosotros sepulcro y madre”.

    La vestidura blanca que colocaron sobre nosotros después de derramar el agua, ese pañito blanco que se pone sobre la cabeza de los bebes, y que también nosotros llevamos, era ya un anuncio visible de nuestra nueva condición: hemos sido revestidos en Cristo.

    Moisés y Elías, que representan la Ley y la Profecía, los dos pilares de la fe de Israel, aparecen en el relato del evangelio conversando sobre el éxodo de Jesús que iba a consumar en Jerusalén. Tras el éxodo del desierto, llega Israel a la tierra prometida. Tras el éxodo de su Pasión llega Jesús a la Pascua; y, tras el éxodo de esta vida, vivida en fe, llegaremos a la nuestra verdadera patria: el cielo.

    Cuando uno está muy a gusto en un sitio, no quiere que esa experiencia se acabe nunca. Es lo que ocurrió a Pedro, y por eso le dice a Jesús que quiere hacer tres tiendas para que se queden, para poder prolongar la paz y la alegría que sienten. Pero la experiencia de la Transfiguración en el Tabor es solo un adelanto de la Pascua; primero hay que pasar por la entrega de la cruz, por el Calvario, por el éxodo. Hay que bajar del monte y seguir caminando hacia Jerusalén, guiados por la fe. 

    Todos necesitamos momentos de encuentro profundo con Dios que reaviven nuestra fe cristiana: es la eucaristía, es un momento de oración silenciosa y personal, es participar en un grupo de la parroquia, es disfrutar de la creación y de la naturaleza…

    Pero esos momentos no son definitivos y lo sabemos. Hay que bajar del Tabor y seguir caminando en la vida cotidiana, que a veces se nos hace un camino duro.

    Este segundo domingo de Cuaresma nos deja claro que en el peregrinar de la vida no vamos como vagabundos, que van dando tumbos sin dirección clara, sino como peregrinos. Sabemos a dónde vamos y vamos con otros, en comunidad: somos ciudadanos del cielo y allí seremos transfigurados como el Señor.

     Caminemos juntos en esperanza.

 


miércoles, 5 de marzo de 2025

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA (ciclo C)

 CAMINEMOS JUNTOS EN LA CUARESMA


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Hoy celebramos el domingo primero de la Cuaresma, con el que comenzamos el camino cristiano hacia la Pascua. La Pascua es la meta, el centro de nuestra fe, y la Cuaresma es el camino de cuarenta días que debemos recorrer, con seriedad y compromiso, hacia ella.

    El evangelio del primer domingo es siempre el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. Es como si en este domingo se nos dijera: si quieres que la cuaresma sea un verdadero tiempo de conversión, aquí tienes claro lo que debes vencer en ti y como Cristo lo venció.

    Después de ser bautizado en el rio Jordán por Juan, Jesús va al desierto. O mejor dicho, según el evangelista Lucas, el Espíritu Santo, que lo llenó en el bautismo, lo conduce al desierto y lo va llevando por él.

    El Padre Dios quiere que su hijo Jesús viva a fondo esta experiencia de desierto; el desierto en la Biblia es lugar de muerte y soledad, pero también es lugar de encuentro con Dios en la ausencia total de personas y de cosas. En el desierto uno se encuentra solo, ante sí mismo y ante Dios, y no caben distracciones ni escapatorias.

    La experiencia del desierto fue muy importante para constituir al pueblo de Israel, que pasó nada menos que cuarenta años peregrinando por él hasta alcanzar la tierra prometida.

    La primera lectura de hoy nos remite a esa vivencia: Moisés, en nombre de todo el pueblo, recuerda su historia. El Señor les sacó de la esclavitud de Egipto porque se apiadó de sus clamores, les rescató y les condujo por el desierto hasta la tierra prometida. Por eso, dice Moisés, es necesario ser agradecidos, ofrecer las primicias de los frutos del suelo, darle gracias siempre.

    Jesús es verdaderamente hombre, porque la encarnación del Hijo de Dios no es ponerse un disfraz de hombre; realmente Dios se hace hombre en Jesús de Nazaret.

    Y por eso comparte también nuestras tentaciones de hombres: convertir en pan las piedras para dejar de tener hambre y necesidades, dominar a pueblos y hombres de la tierra, en lugar de servir y predicar con humildad la Buena Noticia, ser rescatado de todo peligro incluso al tirarse de lo alto, en lugar de afrontar los riesgos y sufrimientos que tenemos los seres humanos por el hecho de vivir una vida tan frágil.

    Tentaciones de materialismo, de poder, de dominio, de usar a Dios en beneficio propio. Tentaciones completamente humanas son las que tiene que enfrentar Jesús.

    Pero, yendo un poco más a lo profundo, las tres se condensan en una. El demonio siempre le tienta diciendo “Si eres Hijo de Dios…” usa esa condición en tu propio beneficio: ten todo, domina todo, evita todos los riesgos y molestias de ser hombre de verdad, frágil y mortal…

    No es casualidad que estas tentaciones aparezcan en la vida de Jesús con tanta fuerza precisamente cuando va a comenzar su vida pública. El enemigo de Dios y de los hombres, el demonio, quiere torcer y corromper, desde el principio, el proyecto que Dios ha encomendado a su Hijo Jesús: salvarnos haciéndose uno de nosotros hasta el fondo, vivir como un hombre más, padecer como un pobre más, fracasar y ser rechazado como nos pasa, tantas veces, a los hombres. Busca que Jesús no realice su misión del Reino desde la humildad y desde el servicio, el camino que él quiere escoger y que el Padre le ha encomendado.

    Es muy importante para nosotros ver cómo Jesús venció estas tentaciones tan humanas, tan nuestras. Adán y Eva en el paraíso, cuando son tentados por el demonio, intentan dialogar con él y terminan engañados, pero Jesús no entra en ese diálogo con el mentiroso. Lo rechaza firmemente con la Palabra de Dios.

    A cada tentación, Jesús responde con la Palabra de Dios: “No solo de pan vive el hombre”, “Al Señor Dios adorarás y a él solo darás culto”, “No tentarás al Señor tu Dios”.  Son tres frases tomadas del Antiguo Testamento, de la Palabra que Jesús llevaba siempre en la mente y en el corazón.

    Así tenemos que responder nosotros a la tentación del mal, con la fuerza de la Palabra de Dios. Como nos dice la segunda lectura, de la Carta a los romanos, “La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón”.

    Emprendamos con ilusión este camino cuaresmal.  Caminemos juntos en esperanza, como nos invita a hacer el Papa Francisco en su mensaje para esta cuaresma 2025. Con otros, nunca solos, como pueblo de Dios, caminando hacia la meta de todos, la esperanza que no defrauda.

    No es un tiempo triste ni oscuro, porque siempre es una alegría experimentar el amor y el perdón de Dios y ser renovados y mejorados.            Jesús ha vencido la tentación y ha seguido la voluntad del Padre. Nos ha enseñado cómo podemos hacerlo también nosotros.


MENSAJE PAPA FRANCISCO CUARESMA 2025

 CAMINEMOS JUNTOS EN LA ESPERANZA

Queridos hermanos y hermanas:

Con el signo penitencial de las cenizas en la cabeza, iniciamos la peregrinación anual de la santa cuaresma, en la fe y en la esperanza. La Iglesia, madre y maestra, nos invita a preparar nuestros corazones y a abrirnos a la gracia de Dios para poder celebrar con gran alegría el triunfo pascual de Cristo, el Señor, sobre el pecado y la muerte, como exclamaba san Pablo: «La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?» ( 1 Co 15,54-55). Jesucristo, muerto y resucitado es, en efecto, el centro de nuestra fe y el garante de nuestra esperanza en la gran promesa del Padre: la vida eterna, que ya realizó en Él, su Hijo amado (cf. Jn 10,28; 17,3) [1].

En esta cuaresma, enriquecida por la gracia del Año jubilar, deseo ofrecerles algunas reflexiones sobre lo que significa caminar juntos en la esperanza y descubrir las llamadas a la conversión que la misericordia de Dios nos dirige a todos, de manera personal y comunitaria.

Antes que nada, caminarEl lema del Jubileo, “Peregrinos de esperanza”, evoca el largo viaje del pueblo de Israel hacia la tierra prometida, narrado en el libro del Éxodo; el difícil camino desde la esclavitud a la libertad, querido y guiado por el Señor, que ama a su pueblo y siempre le permanece fiel. No podemos recordar el éxodo bíblico sin pensar en tantos hermanos y hermanas que hoy huyen de situaciones de miseria y de violencia, buscando una vida mejor para ellos y sus seres queridos.

Surge aquí una primera llamada a la conversión, porque todos somos peregrinos en la vida. Cada uno puede preguntarse: ¿Cómo me dejo interpelar por esta condición? ¿Estoy realmente en camino o un poco paralizado, estático, con miedo y falta de esperanza; o satisfecho en mi zona de confort? ¿Busco caminos de liberación de las situaciones de pecado y falta de dignidad? Sería un buen ejercicio cuaresmal confrontarse con la realidad concreta de algún inmigrante o peregrino, dejando que nos interpele, para descubrir lo que Dios nos pide, para ser mejores caminantes hacia la casa del Padre. Este es un buen “examen” para el viandante.

En segundo lugar, hagamos este viaje juntos. La vocación de la Iglesia es caminar juntos, ser sinodales [2]. Los cristianos están llamados a hacer camino juntos, nunca como viajeros solitarios. El Espíritu Santo nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir hacia Dios y hacia los hermanos, y nunca a encerrarnos en nosotros mismos [3]. Caminar juntos significa ser artesanos de unidad, partiendo de la dignidad común de hijos de Dios (cf. Ga 3,26-28); significa caminar codo a codo, sin pisotear o dominar al otro, sin albergar envidia o hipocresía, sin dejar que nadie se quede atrás o se sienta excluido. Vamos en la misma dirección, hacia la misma meta, escuchándonos los unos a los otros con amor y paciencia.

En esta cuaresma, Dios nos pide que comprobemos si en nuestra vida, en nuestras familias, en los lugares donde trabajamos, en las comunidades parroquiales o religiosas, somos capaces de caminar con los demás, de escuchar, de vencer la tentación de encerrarnos en nuestra autorreferencialidad, ocupándonos solamente de nuestras necesidades. Preguntémonos ante el Señor si somos capaces de trabajar juntos como obispos, presbíteros, consagrados y laicos, al servicio del Reino de Dios; si tenemos una actitud de acogida, con gestos concretos, hacia las personas que se acercan a nosotros y a cuantos están lejos; si hacemos que la gente se sienta parte de la comunidad o si la marginamos [4]. Esta es una segunda llamada: la conversión a la sinodalidad.

En tercer lugar, recorramos este camino juntos en la esperanza de una promesa. La esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5), mensaje central del Jubileo [5], sea para nosotros el horizonte del camino cuaresmal hacia la victoria pascual. Como nos enseñó el Papa Benedicto XVI en la Encíclica Spe salvi, «el ser humano necesita un amor incondicionado. Necesita esa certeza que le hace decir: “Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro” ( Rm 8,38-39)» [6]. Jesús, nuestro amor y nuestra esperanza, ha resucitado [7], y vive y reina glorioso. La muerte ha sido transformada en victoria y en esto radica la fe y la esperanza de los cristianos, en la resurrección de Cristo.

Esta es, por tanto, la tercera llamada a la conversión: la de la esperanza, la de la confianza en Dios y en su gran promesa, la vida eterna. Debemos preguntarnos: ¿poseo la convicción de que Dios perdona mis pecados, o me comporto como si pudiera salvarme solo? ¿Anhelo la salvación e invoco la ayuda de Dios para recibirla? ¿Vivo concretamente la esperanza que me ayuda a leer los acontecimientos de la historia y me impulsa al compromiso por la justicia, la fraternidad y el cuidado de la casa común, actuando de manera que nadie quede atrás?  

Hermanas y hermanos, gracias al amor de Dios en Jesucristo estamos protegidos por la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5). La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme [8]. En ella la Iglesia suplica para que «todos se salven» ( 1 Tm 2,4) y espera estar un día en la gloria del cielo unida a Cristo, su esposo. Así se expresaba santa Teresa de Jesús: «Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora. Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo» ( Exclamaciones del alma a Dios, 15, 3) [9].

Que la Virgen María, Madre de la Esperanza, interceda por nosotros y nos acompañe en el camino cuaresmal.

viernes, 28 de febrero de 2025

DOMINGO VIII TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)

 EL ARBOL BUENO DA BUENOS FRUTOS


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Se dice muchas veces que la Palabra de Dios es compleja y que si no fuese porque nos la explican en misa no la entenderíamos. Esto puede ser verdad con algunos pasajes, especialmente del Antiguo Testamento, y sucede así porque pertenecen a un tiempo y a una cultura muy alejados de nosotros.

    Pero otras veces, la mayoría, se entiende perfectamente. Así ocurre con el sermón de Jesús que llevamos tres domingos escuchando en el evangelio de las misas: las bienaventuranzas, el mandato de amar incluso a los enemigos y hacerles el bien, y este pasaje de hoy, que es una llamada a evitar el juicio a los demás y buscar primero nuestra propia corrección, sin querer aparentar lo que no somos.

    Al buen maestro siempre se le entienden las lecciones, incluso los alumnos más sencillos. Y la verdad es que a Jesús se le entiende todo. La mayoría de sus oyentes eran personas muy sencillas, y él sabía traducir las enseñanzas más elevadas por medio de parábolas, tomadas de la vida de cada día. Hoy el evangelista Lucas reúne varias parábolas diferentes.

    ¿De qué nos habla en este domingo el Señor? De que es necesario que seamos personas verdaderas, ya que la fe cristiana no se aparenta, se vive.

    En el tiempo de Jesús, y también en la actualidad, la apariencia es algo a lo que le se da mucha importancia. Los fariseos y los escribas, con los que Jesús tiene tantos roces, cultivaban la apariencia de ser personas piadosas y rectas, que vivían siguiendo la Palabra de Dios hasta en los detalles más pequeños. Pero, bajo toda esa capa de profunda religión, muchas veces había unos criterios nada piadosos, propios de jueces duros con los más humildes, de codicia de los bienes, de falta de compasión y ternura.

    Todos conocemos a personas muy preocupadas en perfeccionar su apariencia para dar una mejor imagen, intentando que no se note el engaño. Pero no sólo caen en esta tentación algunos políticos y personajes públicos: nosotros mismos también estamos tentados a hacerlo.

    Quizás a nosotros también nos preocupa bastante la opinión que los demás tienen. Y puede que, en lugar de esforzarnos en mejorar interiormente para ofrecer a los demás lo mejor de nosotros mismos, que es lo verdaderamente importante, dediquemos los mayores esfuerzos en mejorar exteriormente, en aparentar ser buenas personas.

    Jesús nos dice que la raíz del hombre, su verdad, está en el corazón. Según cómo esté, así serán los frutos que produzca; si está rebosando de mal, los frutos serán malos, si está rebosando de bien, los frutos serán buenos. Jesús no quiere discípulos que aparenten ser buenos y religiosos, sino creyentes auténticos que, reconociendo sus limitaciones y pecados, se esfuerzan por levantarse y seguir convirtiéndose al Evangelio.

    La primera lectura, de un libro de la sabiduría del Antiguo Testamento, nos dice lo mismo: “el fruto revela el cultivo del árbol, así la palabra revela el corazón de la persona”.

    ¿Cuál es mi verdad? Ante Dios no podemos ponernos disfraces de carnaval ni darnos baños de “perfume religioso”, porque nuestros corazones no tienen secretos para Dios.

    Este es el último domingo antes de iniciar el tiempo cuaresmal con el miércoles de ceniza. La cuaresma es un tiempo importante para la conversión de los cristianos, para buscar el cambio verdadero del corazón y de la vida.

    Pondremos la ceniza sobre nuestras cabezas para reconocer quienes somos de verdad y cuanta necesidad tenemos de conversión. El ayuno, la oración y la limosna, las tres prácticas propias de la cuaresma, vividas de verdad y descubriendo su sentido más hondo, nos ayudarán en este itinerario de renovación hasta que lleguemos a la Pascua.

    ¿Con qué nos podemos quedar de la Palabra de Dios de este domingo? Tres pinceladas:

  • No se trata de ser árboles que aparenten, llenos de hojas verdes deslumbrantes, sino de producir frutos de verdad.
  • No se trata de descubrir los errores y pecados de los demás, sino, en primer lugar, cada uno debe mirarse a sí mismo. Porque un ciego no puede guiar a otro ciego ni podemos ser maestros de nadie si antes no somos buenos discípulos.
  • Para poder dar frutos buenos, los que Dios espera, el árbol tiene que estar sano desde su raíz, que en nosotros es el corazón.

    La cuaresma que inauguraremos esta próxima semana es un tiempo propicio para trabajar en la conversión de las actitudes, siempre con la ayuda de Dios.


HORARIOS ABRIL 2025

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA SÁBADO 5  18 H. VILLAOBISPO  (Misa vespertina y Vía Crucis) DOMINGO 6 11 H. VILLAMOROS 12 H. ROBLEDO  12 H. VIL...