HEMOS DE GLORIARNOS EN LA CRUZ DE NUESTRO SEÑOR
Hoy el ritmo normal de los
domingos del tiempo ordinario cambia para dejar paso a una fiesta del Señor: la
Exaltación de la Cruz del Señor.
El origen de esta fiesta se remonta
al siglo IV, cuando santa Elena, madre del primer emperador cristiano, Constantino,
tras una larga búsqueda, encuentra en Jerusalén los restos del madero santo en
el que fue crucificado Jesucristo. La reliquia fue robada por los persas y pudo
ser restituida a Jerusalén un 14 de septiembre del año 628.
En recuerdo de esta alegría para
la Iglesia, cada 14 de septiembre se celebra esta fiesta de la Exaltación de la
Santa Cruz.
La cruz no es, para nosotros, un adorno ni un símbolo más. La cruz nos habla, en su sencillez de lo más grande: del amor que Dios nos ha tenido hasta entregar la vida de su Hijo Jesús.
La cruz era, en el imperio romano, un signo terrible de tortura y muerte, porque solo eran ejecutados en ella los peores delincuentes. Pero para los cristianos expresa el amor llevado hasta el extremo de Jesús, pues, como Él dijo, “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.
La Palabra de Dios que se nos ha
proclamado nos invita a contemplar el valor salvador de la cruz. Lo compara con
otro signo salvador que aparece en el Antiguo Testamento: la serpiente de
bronce que Moisés alzó, siguiendo la orden de Dios, en medio del desierto.
El pueblo sufre las consecuencias
de su ingratitud y de su idolatría: se han rebelado contra Dios y contra su enviado,
sin agradecer lo que ha hecho por ellos sacándolos de la esclavitud de Egipto y
guiándolos en medio de tantos peligros.
La serpiente, símbolo del pecado
y de la muerte, les muerden y les dan muerte. El estandarte alzado, aunque
represente una serpiente, cuando es mirado con fe, es causa de curación y
salvación.
Igual es la cruz: de ser un
símbolo de tortura y muerte, pasa con Jesús a ser un signo de amor y redención.
Y quienes la contemplan con fe son salvados de la mordedura de la serpiente del
pecado.
El Señor anuncia esto en su
diálogo con Nicodemo, que escuchamos en el evangelio según san Juan: “Así como
Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo
del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.
Si miramos la cruz como un
símbolo más no descubrimos nada. Hay que mirarla con fe, como los israelitas
que sentían la mordedura venenosa del pecado, miraban el estandarte de la
serpiente esperando la curación de Dios. El Papa Francisco nos dijo: “si
tenemos la mirada puesta en Jesús, las mordeduras del mal no pueden ya
dominarnos, porque Él, en la cruz, ha tomado sobre sí el veneno del pecado y de
la muerte, y ha derrotado su poder destructivo”.
Jesús tomó la condición de
siervo, aun siendo Dios, nos dice el apóstol san Pablo. Se hace el último de
los hombres, porque solo los últimos eran condenados a muerte de cruz. Pero por
esa obediencia al Padre y ese amor a los hombres hasta las últimas consecuencias,
es exaltado sobre todo y sobre todos.
Hoy es un día para agradecer la
entrega del Señor en la cruz, como hacemos cada Viernes Santo. Y como hacemos
cada domingo, porque cada domingo celebramos su pasión y su resurrección
salvadora, su sacrificio de amor que se renueva en cada eucaristía.
La oración colecta de la Misa de hoy
expresa el sentido de esta fiesta de manera bella diciendo:
Señor, Dios nuestro,
que has querido realizar
la salvación de todos los hombres
por medio de tu Hijo,
muerto en la cruz,
concédenos, te
rogamos,
a quienes hemos
conocido en la tierra este misterio,
alcanzar en el cielo
los premios de la redención.