jueves, 21 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXIV TIEMPO ORDINARIO. Jesucristo, Rey del universo

 TÚ LO HAS DICHO: YO SOY REY

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Cuando Poncio Pilato, el poderoso prefecto de los soldados romanos que ocupaban la tierra judía, tiene delante a aquel hombre Jesús de Nazaret, maltratado, atado, escupido, escarnecido, le parece que es o un inocente torturado o un loco. Es normal que le pregunte asombrado por la causa de su condena: “Entonces, ¿tú eres rey?”. Hasta dos veces se lo pregunta en el relato evangélico que hemos escuchado hoy... ¿Qué clase de rey es este Jesús de Nazaret?

    También nosotros nos lo preguntamos, aunque de un modo distinto al de Pilato, al celebrar hoy la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Nosotros, cristianos, lo proclamamos con fe como rey de todo lo que existe, precisamente, en este domingo último del año litúrgico o año cristiano, en el que hemos ido celebrando los misterios de su vida. Cuando terminamos este ciclo de las celebraciones cristianas, queremos proclamar juntos: verdaderamente  es nuestro Rey,  el que reina y el que reinará sobre todo y sobre todos.

    Pero reina de un modo muy distinto a los poderes tiránicos que ha habido y sigue habiendo en este mundo: “Mi reino no es de este mundo”, dice el Señor. Él no pide al Padre un ejército de ángeles para que le liberen de sus captores; ni siquiera pide a sus apóstoles que empuñen las armas para salvarle y que no se cometa con él esta terrible injusticia. 

    Él se deja capturar como cordero inocente, maltratar, crucificar. En lugar de pedir a otros que den la vida por él, que es lo que hace cualquier rey humano, él la da por todos. Y lo hace movido, únicamente, por amor a nosotros, para compartir nuestra existencia de hombres hasta el final. 

    Porque ha elegido estar en el lugar de los últimos, de los más pobres, de los más pequeños… y en este mundo nuestro, tal y como lo hemos hecho los hombres, aunque no sea como Dios espera, los últimos, los más pobres, los más pequeños, son tantas veces capturados, esclavizados, torturados, masacrados. 

    Si en este momento último de su vida terrena un milagro celestial hubiese evitado la pasión a Jesús, siempre hubiésemos podido decir: "él se hizo casi uno de nosotros, parecía un hombre más, pero… en el último momento no quiso pasar por la muerte como nosotros y, menos aún, por una muerte de cruz".

    En cambio, no es así. Su compromiso de amor llega hasta el final, no se ahorra nada, no evita nada. Es Dios hecho realmente hombre, y en esta vida los hombres son maltratados y los hombres mueren. La elección de amor por los hombres que realiza Dios Hijo llega hasta el fin. El Padre lo sabe y lo respeta, y espera el momento de poder reivindicar a su Hijo con la resurrección, llenando de gloria y de amor transformante su cuerpo muerto. Pero primero la cruz, el sepulcro y la muerte. Como todo hombre…

    El evangelista san Juan, más que ningún otro, nos presenta a un Jesús libre, que acepta su destino porque lo ha elegido con amor libre. El interrogado por Pilato termina siendo el interrogador de aquel hombre que se creía poderoso pero, en realidad, era un esclavo de prejuicios, miedos y mentiras. Por eso condena al inocente, por miedo a perder cuanto posee, por miedo a las consecuencias de ser libre de verdad.

    El reinado de Jesucristo, en cambio, se construye desde la verdad: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. 

    Por eso su reinado permanece, y permanecerá, y el de aquel poder romano, como el de tantos otros poderes construidos sobre las armas y la sangre, han desaparecido en la historia. Hoy, más de dos mil años después, millones de personas creemos y esperamos en Jesús y le proclamamos como el rey de nuestras vidas, mientras que a Pilato y a los poderosos césares ya se los tragó el olvido de la historia.

    Pero la solemnidad de hoy nos invita a mirar más delante de nuestro momento. Jesucristo ya reina entre nosotros allí donde sus discípulos viven según las bienaventuranzas, según el Evangelio. Por eso nos enseñó que el Reino está ya entre nosotros. Ya está, pero aún como levadura o como semilla, porque la victoria final del Reino no ha llegado todavía; será el momento en que el pecado, el mal, la muerte, serán vencidos y ya no podrán dañarnos más. 

    Las dos lecturas de hoy nos anuncian, en visión, ese triunfo final: cuando llegue el Hijo del Hombre por segunda vez, como lo contempla el profeta Daniel, ya no será como un niño humilde en Belén, sino como el Alfa y la Omega, como el principio y el fin. Toda rodilla se doblará, toda lengua lo alabará, todo ojo lo verá, también los de aquellos que lo traspasaron y los de aquellos que lo niegan.

    Creer ya que esa victoria última es segura nos anima a mantener la fe, a trabajar cuanto podamos por el Reino de Dios, que es lo mismo que decir por todo lo bueno, por todo lo justo, por todo lo que hace de este mundo un lugar mejor. 

    Hoy proclamamos a Jesucristo como Rey y queremos servir a su Reino viviendo como él vivió: entregados al Padre y amando a los hermanos.


miércoles, 13 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

 SABED QUE ÉL ESTÁ CERCA, A LA PUERTA

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Para entender bien el mensaje de la Palabra de Dios de este domingo es importante tener en cuenta que estamos terminando el año litúrgico.

    El año litúrgico es la celebración de los misterios de Cristo a lo largo de un año y no coincide con el año civil. Comienza con el domingo primero del adviento y termina con la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, que será el próximo domingo. Por tanto, este es el penúltimo domingo del año litúrgico cristiano y el mensaje de la Palabra nos sitúa en esa clave del final de los tiempos.

    A veces se nos olvida, también a los creyentes, que vivimos en un mundo que ha tenido un comienzo y que tendrá su fin. Solo Dios es eterno, es el que existía desde siempre y existirá por siempre; pero todo lo demás, toda su creación, es temporal.

    Lo que existe deberá ser transformado en algo mejor, según el proyecto salvador de Dios. Como creyentes no solo no deberíamos temer ese fin, sino que debemos desearlo y, para ello, Jesucristo nos indicó que lo pidiéramos cada vez que recemos el Padre Nuestro al decir: “Venga a nosotros tu Reino”.

    ¿Cómo será ese final y esa transformación de todo cuánto existe? La Palabra de Dios no nos hace un relato exhaustivo, se trata, más bien, de imágenes, de alegorías, que, eso sí, nos dicen que se tratará de un momento de crisis intensa.

    Solemos asociar la palabra “crisis” a algo negativo, pero el término crisis significa, propiamente, una ocasión de separar y de decidir. No hay cambio sin crisis: el paso de la niñez a adolescencia y el paso de la adolescencia a la juventud son tiempos de crisis, pero son necesarios para que la persona se forme y madure. Un parto es un momento de crisis para la madre, pero sin él no podría dar a luz al hijo que espera.

    ¿Podemos decir, acaso, que nuestro mundo está bien tal y como está? ¿No hay acaso demasiada mentira, demasiada violencia, demasiada injusticia, demasiados muertos por el hambre y las enfermedades evitables, demasiada soledad, demasiada tristeza?

    Como discípulos de Jesús, como Iglesia, tenemos la misión y el encargo de ir transformando, tanto como podamos, este mundo según el proyecto del Reino de Dios, viviendo el amor fraterno, siendo la sal y la luz del Evangelio. Pero somos conscientes de que hacer llegar el Reino de Dios en plenitud, transformarlo todo, no depende de nosotros. Eso está en las manos de Dios y, por eso, se lo pedimos: “Venga a nosotros tu Reino”, “Ven, Señor Jesús”.

    La Palabra de Dios nos dice que, si mantenemos la lámpara de la fe encendida y la venida del Reino de Dios nos sorprende trabajando por él, no debemos temer: “Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad”, nos adelanta el profeta Daniel.

    No estaremos solos en ese momento de crisis transformadora, porque el Hijo del Hombre vendrá con poder y gloria a reunir a sus elegidos. Es el mismo que ha entregado su vida por amor a nosotros y nos ha alcanzado el perdón, el que intercede continuamente por nosotros ante el Padre como sacerdote eterno.

    La imagen de la higuera, que parece muerta en el invierno pero está llena de vida esperando a manifestarse con la llegada de la primavera, le sirve al Señor para enseñarnos cuál debe ser nuestra actitud como creyentes: una espera confiada, no temerosa, y comprometida con el deseo de que el Reino de Dios vaya avanzando hasta que lo llene todo.

    Que así sea.

 

jueves, 7 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXII TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

 NO ES LO MISMO DAR QUE DARSE...


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Un domingo más, si la acogemos con una escucha atenta y con mente y corazón abiertos, la Palabra de Dios nos enseña las actitudes y valores esenciales de la vida, y nos pregunta si vivimos verdaderamente, y no desde la superficialidad, las bienaventuranzas del Evangelio.

En la escena evangélica que se nos ha narrado hoy, se nos dice que Jesús estaba en el templo de Jerusalén. Allí pasaba largos tiempos, en el lugar que él llamaba “la casa de mi Padre”, dedicado a la oración y a enseñar. Jesús, con su mirada profunda, veía lo mejor y lo peor de todos los que frecuentaban el templo: la humildad de los pobres y la vanidad de los escribas y maestros de la ley, que se paseaban con sus ropajes distintivos.

Les encantaba aparentar, llamar la atención, ser los primeros en ocupar los puestos de honor; les encantaba, igualmente, hacer ostentación de sus largos rezos, al tiempo que se aprovechaban de su status religioso para quitarles bienes a los más pobres. Son propuestos en la enseñanza de Jesús como lo contrario de lo que deben buscar sus discípulos.

 Sentado en un lugar del templo de Jerusalén, desde el que podía observar cómo se acercaban los fieles a echar sus donativos, observaba a los ricos, que echaban mucho dinero en el cepillo del templo; pero no lo hacían por una mayor devoción, sino que echaban mucho porque también les sobraba mucho.

Al lado de aquellas ofrendas abundantes, las dos moneditas que pudo dar una pobre viuda al cepillo del templo, no significaban nada. Pero la mirada de Jesús es la mirada profunda de Dios y, por ello, descubre que tienen un valor superior a todas las otras: aquella mujer no ha dado de lo que la sobraba, sino lo que tenía para vivir.

Así que no ha dado simplemente algo, sino que se ha dado a si misma: movida por una fe, que es confianza y un abandono total en Dios, ha entregado su vida entera; echa su posibilidad de vivir en la presencia de Dios.

Aparecen así dos actitudes completamente opuestas: la primera, que Jesús critica con dureza, es la de los acaudalados y la de los escribas: una actitud religiosa de pura fachada. Dan para ser vistos y orando se hacen pasar por hombres muy religiosos, todo lo que hacen es para ser admirados por los hombres, pero no para dar gloria a Dios. Aunque hagan cosas muy buenas no tienen valor alguno ante Dios, que conoce las intenciones últimas.

La segunda actitud, la verdaderamente valiosa, es la de la viuda pobre del evangelio que, como aquella viuda de Sarepta que acogió al profeta Elías, en la primera lectura, dan todo, se dan por completo, y no lo hacen para ser vistas, sino por fe y por amor desinteresado.

Las actitudes son más importantes que lo material de los actos. Si hago el bien, si cumplo un servicio, con el fin de ser reconocido como bueno y generoso, si exijo que se me reconozca lo mucho que hago y lo mucho que valgo, o que me premien devolviéndome el bien, no uso la lógica del amor verdadero, que es dar sin esperar nada.

Si obro para gloria de Dios y para bien del prójimo, ya en hacer el bien debo encontrar la mejor recompensa. Jesús nos dijo “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”, sed generosos y misericordiosos para imitar a vuestro Padre Dios, que lo es con todos por igual.

La Palabra de Dios de este domingo nos interroga: ¿Cuáles son mis verdaderas motivaciones para hacer las cosas? ¿Las hago para gloria de Dios y bien del prójimo, aunque no lo sepa nadie ni haya quien me lo reconozca o me lo premie? ¿O exijo todo esto para hacer el bien y me frustro si no lo tengo?

El mejor modelo para aprender a amar sin reservas ni medidas, desinteresadamente y hasta el final, es el mismo Jesucristo, nuestro Señor. El, como hemos escuchado en la segunda lectura, no sacrificó algo externo, sino que se dio en sacrificio a sí mismo, de una vez para siempre, para alcanzarnos el perdón y la reconciliación. Aprendamos de Él no solamente a dar con generosidad y desinteresadamente, sino a darnos, que es aún más valioso, aunque sea más difícil.

 

jueves, 31 de octubre de 2024

DOMINGO XXXI TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

 ¿QUÉ MANDAMIENTO ES EL PRIMERO DE TODOS?

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

En el evangelio son siempre muy importantes los encuentros, porque Jesús no vive encerrado entre los muros de un templo o de una escuela, como hacían muchos maestros religiosos de su época, esperando a que lleguen nuevos discípulos.

Él lleva una vida itinerante con sus amigos y discípulos, sin residencia fija, yendo allí a donde el Espíritu le lleve, sin tener ni siquiera donde reclinar la cabeza. Y, por el camino de una aldea a otra, se va dejando encontrar por personas de lo más variado: el joven rico y perfeccionista, el mendigo ciego Bartimeo, un leproso o, como en el pasaje de este domingo, todo un doctor en la ley hebrea: un escriba.

Los escribas en Israel eran los expertos en las Sagradas Escrituras, a los que la gente reconocía como una autoridad y consultaban para que emitieran juicios sobre cuestiones religiosas y legales. Este escriba, a diferencia de otros, se acerca a Jesús de buena fe; ha oído la enseñanza del Maestro y comprende que habla sin doblez, con una enseñanza nueva, fresca, que no puede venir sino de Dios.

Su pregunta nos puede resultar incluso extraña. ¿Cómo es posible que un hombre sabio de la religión no supiera cuál es el primer mandamiento de la Ley de Dios?

Jesús, en cambio, no encontró en ella nada de sorprendente. En aquel tiempo, a diferencia de lo que sucede ahora, los hombres estaban realmente preocupados por cumplir la voluntad de Dios con exactitud en su vida pública y privada. Y conocerla y cumplirla no era tan fácil, porque se había ido complicando con centenares de normas que parecían tener todas idéntico valor. Por eso, la pregunta de aquel doctor de la Ley era necesaria y recta. Le viene a decir: “Maestro tú que enseñas la verdad de Dios y no la sabiduría de los hombres, muéstrame cómo conocer su voluntad”.

La respuesta de Jesús fue repetir el mandamiento principal de la Ley: “Escucha Israel, el Señor tu Dios es el único Señor. Lo amarás con todo tu corazón, tu alma, tu mente, con todo tu ser”. Estas palabras primeras de la Ley, el llamado Shemá, son tan importantes para los hebreos que se las anudan en la frente y en las muñecas cuando rezan, con las llamadas filacterias. También las ponen en las jambas de las puertas, para tocar estas palabras al entrar o salir de la casa.

¿Por qué? Porque es lo esencial y lo primero a cumplir. Tener a Dios como único Señor de nuestras vidas no nos convierte en esclavos, sino en libres. Libres frente a los ídolos de este mundo del poder, el tener y el placer que, si les dejamos, nos dominan por completo.

Amar a Dios con todo el corazón significa reconocer que mi vida le pertenece, que está en sus manos y que puedo vivir con la confianza puesta en que no me dejará durante esta vida y que me espera en la vida futura, en la que me acogerá en su amor de Padre bueno.

Pero la novedad de la enseñanza de Jesús está en que a ese primer mandamiento une inseparablemente este otro: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, que ya estaba escrito en el libro del Levítico. Y dice que "no hay mandamiento mayor que estos”. De dos hace uno solo.

Jesús enseña así que el amor a Dios solo es verdadero si se comprueba en el amor al prójimo. Si no, puede que sea fantasía, ideología o falsa religiosidad. Porque, quien no ama al prójimo al que ve, ¿Cómo puede amar a Dios al que no ve?

Para mí, que soy discípulo de Jesús, el prójimo es una presencia de Dios, es su imagen y semejanza, especialmente si está necesitado. Y quien es mi prójimo ya lo sabemos porque también nos lo enseñó Cristo: no es solamente, como decían en tiempos anteriores, el que pertenece a mi pueblo, el semejante a mí.

Mi prójimo, como para Jesús, es todo aquel que encuentro en el camino de la vida: puede ser el ciego Bartimeo en el que nadie repara, como escuchábamos el domingo pasado, el desechado, el que me resulta incómodo… incluso aquel que no me quiere.

Pero para amar así a los demás, sin distinciones ni límites, es necesario estar muy cerca del amor de Dios, tenerlo dentro, porque esto desborda las capacidades humanas de amar. Por eso Jesús enseña que se trata de un doble amor que se necesita el uno al otro y es un doble mandamiento del que no puede separarse una parte de la otra.

Le pedimos al Señor en este domingo acoger la Palabra que nos da como luz para nuestro camino cotidiano. Le pedimos, especialmente, no olvidar nunca qué es lo esencial, qué es lo verdaderamente importante a cumplir. Y que en su amor, que recibimos y nutrimos en esta celebración, encontremos la fortaleza para amar a nuestro prójimo, como Él nos enseña, sin hacer distinción.

 

domingo, 27 de octubre de 2024

HORARIOS NOVIEMBRE 2024

CELEBRACIONES TODOS LOS SANTOS Y FIELES DIFUNTOS

1 DE NOVIEMBRE. SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

CELEBRACIONES EN LAS IGLESIAS

11:00- VILLANUEVA

11:45 - ROBLEDO

12:30- VILLARRODRIGO 

13:00- VILLAOBISPO

13:15-VILLAMOROS (Responso en el cementerio al terminar)

ORACIÓN EN EL CEMENTERIO

16:30 - VILLANUEVA

17 - ROBLEDO

17.30 – VILLARRODRIGO

VILLAOBISPO: 17:30 - ROSARIO EN LA IGLESIA

                          18 -  RESPONSO CEMENTERIO


2 DE NOVIEMBRE. FIELES DIFUNTOS

16:30 CASTRILLINO (RESPONSO EN EL CEMENTERIO)

17:00 CANALEJA (MISA Y RESPONSO EN EL CEMENTERIO)


CELEBRACIONES DOMINICALES

DOMINGO XXXI TIEMPO ORDINARIO

SÁBADO 2 

18 H. VILLAOBISPO (Misa vespertina)

DOMINGO 3

11 H. VILLAMOROS

12 H. VILLARRODRIGO 

12 H. ROBLEDO (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLANUEVA

DOMINGO XXXII TIEMPO ORDINARIO

SÁBADO 9 

18 H. ROBLEDO (Misa vespertina)

DOMINGO 10

11 H. VILLAMOROS

12 H. VILLARRODRIGO

13 H. VILLANUEVA (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLAOBISPO 

DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO 

SÁBADO 16 

18 H. VILLANUEVA (Misa vespertina)

DOMINGO 17

11 H. VILLAMOROS

12 H. ROBLEDO

12 H. VILLARRODRIGO (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLAOBISPO


SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

SÁBADO 23 

18 H. VILLARRODRIGO (Misa vespertina)

DOMINGO 24

11 H. VILLANUEVA

12 H. ROBLEDO

12 H. VILLAMOROS (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLAOBISPO 



jueves, 24 de octubre de 2024

DOMINGO XXX TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

 ¡SEÑOR, QUE PUEDA VER!


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Los que han nacido con vista, pero por circunstancias dolorosas, como una enfermedad o un accidente, la han perdido, siempre nos dicen que no sabemos valorar este sentido lo suficiente hasta que no lo perdemos. Vivimos en un mundo que está hecho para ser visto y perder esa capacidad es perder un cauce esencial de relación con lo que nos rodea y con los que viven con nosotros.

    En la Palabra de Dios de este domingo aparecen dos tipos de ceguera: la espiritual, del pueblo de Dios, que en un momento duro de su larga historia se ve sumido en oscuridad, y la física del ciego Bartimeo, desechado de todos pero acogido por Jesús.

    En un momento amargo de destierro y dispersión, el profeta Jeremías, al que hemos escuchado en la primera lectura, da esperanza al pueblo con la palabra que pronuncia en el nombre de Dios. El pueblo ahora disgregado y disperso, hoy diríamos hundido y deprimido, será congregado de nuevo por el brazo de Dios. Será Dios el que traerá la salvación para su pueblo sin excepción alguna.

    De la misma manera que Dios es el que toma la iniciativa con su pueblo de Israel, la sigue tomando ahora con nosotros. El clamor de los pobres, que muchas veces deberíamos llamar mejor ʺempobrecidosʺ por la codicia y la rapiña, de la que todos somos algo responsables con nuestro modo de vivir y de consumir, no es indiferente para Dios.

    Son tantas las escenas de horror, de guerras y destrucciones, de injusticia, que vemos a través de los medios de comunicación, que podemos terminar insensibilizados. Ya se hablaba de esto en los años ochenta del pasado siglo XX, cuando por primera vez en la historia las televisiones nos mostraban los estragos de las hambrunas en África. Ya entonces se decía que la exposición prolongada a esas escenas terminaría insensibilizando a la audiencia normal. ¿Cuánto más ahora, que esos contenidos se nos muestran a diario?

    En el evangelio hemos escuchado la curación del ciego Bartimeo. Bartimeo estaba ciego e imposibilitado para moverse por sí mismo. Dependía de la bondad de alguien con tiempo y ganas de acompañarle para cambiar de lugar o buscar un sitio mejor donde pedir limosna. Muchos pasan y no le ven, están insensibilizados ante el sufrimiento de un lisiado más.

    Y en estas estaría cuando sintió el revuelo que acompañaba a Jesús allí donde iba. No sabremos nunca qué le contaron de Jesús o qué información tenía, pero fue la suficiente como para dar el grito que le cambiaría la vida: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”.

    Para los demás, incluidos los apóstoles, aquel ciego no era más que un estorbo, alguien ante el que la mirada se desvía para que no incomode. Pero para Jesús no es así. Jesús le llama, se interesa por él: “¿Qué quieres que haga por ti?”

    Es la primera vez en la vida de aquella persona tan sufriente que aparece alguien que le mira, que le pregunta, que se para, que no le ve como una molestia a evitar. Y trae consuelo y visión, sanación a su pobre existencia. Y la fe, esa confianza que le lleva a saltar hacia Jesús aun sin verle, le salva.

    Termina el pasaje evangélico diciendo que “recobró la vista y lo seguía por el camino”.  Se convierte en un testigo que lleva a otros a Jesús, para ser también, como él, curados de sus cegueras, las de los ojos o las del corazón. 

    Porque, pensándolo bien, Bartimeo no era el único ciego. Él era ciego de los ojos de la cara, y los que iban por el camino eran ciegos de los ojos del corazón, endurecido ya para ver las necesidades ajenas y el sufrimiento de otros.

    Le pedimos a Jesús que nos libere de la ceguera de pensar solo en lo nuestro o en los nuestros, de tener una mirada más amplia, para que, como discípulos de Jesús podamos ver a los que están a nuestro lado, o lejos, con su misma mirada de compasión y amor. 
 
 

miércoles, 16 de octubre de 2024

DOMINGO XXIX TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

 EL HIJO DEL HOMBRE NO HA VENIDO A SER SERVIDO



COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    En el Evangelio que acabamos de escuchar vemos como Santiago y Juan, dos de los discípulos más queridos por Jesús, dejan al descubierto algo que es muy humano: el deseo de poder. “Queremos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda”, le piden. 

    Es algo así como decir: "Queremos ser los apóstoles mejor situados. Queremos que los demás nos miren con envidia, y reconozcan nuestra importancia por estar al lado del Maestro. Queremos que todos nos reconozcan".

    Es la vanagloria, el deseo de tener cada vez más poder sobre las personas y sobre las cosas. Vemos que los apóstoles, pese a convivir con Cristo, tampoco se libraron de esta tentación tan común.

    No será porque Jesús no se lo haya dicho en repetidas ocasiones: Dios no le ha mandado como su Hijo hecho hombre para ser un rey al estilo de los reyes que entonces había, o de los poderosos, conocidos o no, que hoy dirigen los destinos del mundo. Estaba ya anunciado por los profetas, como hemos escuchado en la primera lectura de hoy, del profeta Isaías: el Mesías salvador del pecado cargará con él, hará suyos los sufrimientos de los hombres, será triturado por el mal y por el mismo pecado que tritura diariamente a tantos inocentes.

    ¿Cómo puede ser cambiado este mundo violento e injusto para tantos? Esa es una pregunta que siempre inquieta…

    Muchos han buscado cambiarlo con revoluciones violentas, de un color y del contrario. Han prometido a los que les seguían que, después de las crisis y de muchas muertes y dolor, al final llegaría un mundo mejor, más igualitario, más pacífico, más justo. Pero la historia nos ha demostrado tozuda, una y otra vez, que la violencia solo trae más violencia y que de las semillas del odio nunca terminan de salir frutos de paz. Al final los que estaban abajo se colocan arriba y reproducen los mismos, e incluso peores, sistemas de opresión y fuerza que querían derribar.

    El camino de Jesucristo para hacer llegar el Reino de Dios a este mundo es muy distinto: no se trata de cambiar las estructuras de la sociedad por la fuerza, sino de cambiar nosotros, en nuestros deseos, pensamientos, intenciones y obras. Porque los hombres y mujeres nuevos son los que crean una sociedad y un mundo nuevos.

    Si yo deseo lo que no es mío, si busco vivir bien olvidado de los demás, si les digo a los otros “ese es tu problema, no me molestes”, ¿Puedo crear un mundo más justo cuando yo no soy justo con los que me rodean?

    Por eso Jesús nos enseñó que el Reino de Dios es como semilla y como levadura; hace más ruido el mal, el egoísmo, la violencia, pero cuando un discípulo intenta vivir según el Evangelio y las Bienaventuranzas, ser justo, ser pacífico, perdonar en lugar de devolver mal por mal… el Reino de Dios avanza en este mundo.

    “El que quiera ser el más grande, tiene que ser el que más sirva”. En la comunidad de Jesús, en la Iglesia que él ha fundado sobre los apóstoles, las relaciones entre nosotros no pueden ser concebidas desde el poder, como si se tratase de una empresa con mandatarios y subordinados, sino exclusivamente desde el servicio por amor. 

    Por esto en la Iglesia las diferentes tareas se llaman ministerios, que significa “hacerse menos para servir”. Así, el Papa cumple el ministerio de Pedro de confirmar en la fe a sus hermanos, los obispos tienen el ministerio-servicio de guiar a las diócesis como pastores y lo mismo los párrocos con las parroquias que se les encomienda.

    Y también son ministerios la misión que cumplen los catequistas, los lectores, los que atienden a los pobres en Caritas, los que cantan en el coro, los que limpian los templos, los que llevan la economía, etc., etc.

    No son puestos de honor o de importancia, sino servicios a la comunidad cristiana, que es un cuerpo con diferentes miembros, todos ellos necesarios y corresponsables.

    A veces pensamos que somos parte de la Iglesia solamente mirando a nuestros derechos, a lo que nos deben dar, a los servicios que nos tiene que prestar nuestra parroquia y nuestra diócesis. Nos sentimos consumidores con derechos, también en la Iglesia. Ese no es el modo correcto de plantearnos la pertenencia a la Iglesia; más bien debemos pensar: como bautizado que soy, ¿Qué estoy aportando, en qué me involucro, en qué soy corresponsable de la misión de la Iglesia a la que pertenezco?

    Vamos a pedirle al Señor, que se hizo servidor de todos hasta dar la vida,  que entendamos nuestro ser parte de la Iglesia no para ser servidos, sino para servir.



DOMINGO XXXIV TIEMPO ORDINARIO. Jesucristo, Rey del universo

  TÚ LO HAS DICHO: YO SOY REY COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA      Cuando Poncio Pilato, el poderoso prefecto de los soldados romanos q...