miércoles, 5 de noviembre de 2025

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN. DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA

 SOIS EL TEMPLO DE DIOS


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Hoy en todas las parroquias y capillas del mundo se celebra la Fiesta de la Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán. Fue el primer templo construido por la Iglesia, dedicado a Cristo Salvador, cuando los cristianos dejaron de estar perseguidos y pudieron comenzar a vivir libremente su fe.

    Se la llama la Catedral del Papa, el obispo de Roma, y la madre de todas las iglesias cristianas, por ser la primera y la más importante.

    Las lecturas que nos propone la fiesta litúrgica de hoy son muy interesantes para considerar el significado que tiene el templo para la fe cristiana. El templo es la imagen más repetida en todas las lecturas de hoy.

    El profeta Ezequiel contempla en visión a un hombre, que podría ser Jesucristo, que le va guiando por el Santuario, el Templo, la Casa de Dios entre los hombres. Pero ese templo que contempla, ya no es simplemente el edificio de piedras construido en Jerusalén. Porque de él brotan unas corrientes misteriosas de agua que van dando vida a su paso, que sanan las tierras y los mares que parecían muertos, llenándolos de vida y de vegetación. Los árboles frutales que crecen a las orillas de aquellas aguas del santuario, no se marchitan ni dejan de producir frutos abundantes que alimentan y hojas que curan.

    Es una visión profética, cargada de simbolismo, que nos conduce directamente al evangelio para poder entender su significado. Jesús, antes de la Pascua, sube al templo de Jerusalén para la oración de la fiesta. Pero aquel lugar, que debía ser una casa de oración, para el encuentro con Dios y de los hombres y mujeres entre sí, se ha ido convirtiendo en un lugar de comercio.

    Las monedas se cambian, para no introducir monedas de paganos en el templo, y los animales se venden para los sacrificios que no cesan. Quien puede más compra un buey, quien no tanto una oveja, y quien no puede apenas una simple paloma. Hay negocio, hay lucro, hay desigualdad… precisamente allí, en el lugar más santo de todos, en la casa de Dios en la tierra.

    Jesús derriba, destruye, simbólicamente, todo ese culto sacrificial injusto y adulterado. Y proclama que, en adelante, habría un nuevo templo y un nuevo y definitivo sacrificio. En tres días sería levantado ese nuevo templo sobre las ruinas del antiguo: es el templo de su Cuerpo resucitado que, desde la Pascua, es el único lugar en el que el hombre puede encontrarse con Dios.

    Cristo resucitado es el nuevo templo que Dios construye para los hombres y nadie encuentra de verdad a Dios si no es entrando en ese templo: “Nadie va al Padre si no es por mí”. Y ya no es necesario derramar la sangre de animales inocentes, porque el sacrificio que nos reconcilia con el Padre Dios ya lo ha realizado Él en la cruz y se renueva sacramentalmente en la Eucaristía.

    San Pablo saca las conclusiones de esta maravillosa novedad: si Cristo es el nuevo Templo de Dios, y nosotros hemos sido incorporados a Él por el bautismo, entonces también nosotros somos el edificio de Dios. Habitados por el Espíritu Santo somos verdadero templo de Dios con Cristo; un templo sagrado, tan sagrado como lo fue el templo de Jerusalén hasta la llegada del Señor.

    “Que cada cual se fije bien de qué manera construye”, nos dice, advirtiéndonos que en este templo no podemos ser piedras muertas, tenemos que ser piedras vivas, aportando todos algo al bien común y a la edificación compartida.

    ¡Qué bien entendieron todo esto los primeros cristianos! Cuando por fin pudieron construir su primera edificación, no se inspiraron en los templos paganos, que eran construcciones vacías que tenían en el centro la imagen de un dios para que viviera allí, ni se inspiraron en el templo judío, concebido para hacer sacrificios de animales y dividido rigurosamente en secciones según la condición de cada uno (judíos, gentiles, hombres, mujeres, sacerdotes, laicos), sino que hicieron una basílica.

    Las basílicas eran unos edificios civiles para las reuniones de los ciudadanos. Y los primeros cristianos pensaron: lo que necesitamos es un edificio donde se reúna toda la comunidad, la Iglesia (que significa asamblea), porque el templo somos nosotros si estamos reunidos en el nombre del Señor y Él está en medio de nosotros.

    En este día de recuerdo de la primera iglesia cristiana, la basílica de san Juan de Letrán, celebramos el día de la Iglesia Diocesana.

    El cuerpo de Cristo que vive en medio del mundo es, en León, nuestra Iglesia Diocesana. Con nuestro obispo Luís Ángel al frente, como sucesor de los apóstoles, en comunión con el Papa, sucesor de Pedro, con todas sus parroquias y, en ellas, las comunidades cristianas que, pastoreadas por un párroco colaborador del Obispo, viven la fe, la esperanza y la caridad. Nuestra misión es compartida: adelantar el Reino de Dios en este mundo hasta que Cristo vuelva y lo haga pleno.

    Feliz día de la Iglesia Diocesana a todos los que queremos ser piedras vivas en el Templo nuevo de Jesucristo.

 

 


miércoles, 29 de octubre de 2025

CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

 ASÍ EN CRISTO TODOS SERÁN VIVIFICADOS


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Lecturas: Job 19, 1.23-27; Sal 26; Rm 5,5-11; Jn 6,37-40

Al día siguiente de celebrar a Todos los Santos hoy hacemos la conmemoración de todos los Fieles difuntos, con la particularidad de que este año coincide con el domingo.

Es un día para la oración confiada, la que ya tuvimos ayer, con tantas personas, en tantos cementerios. Oración confiada al Dios de la Vida, para quien todo es un presente permanente, y para quien nadie es insignificante ni cae en el olvido.

Se nos pide a los cristianos mirar de frente el misterio de la muerte, no desde el miedo ni la resignación, sino desde la fe y la esperanza. Job es un libro fascinante del Antiguo Testamento, porque afronta realidades de la vida humana con sabiduría. Hoy le escuchamos hacer una de las confesiones más impresionantes de la Biblia: "Yo sé que mi Redentor vive, y que, al final, se alzará sobre el polvo". 

Job, que ha experimentado a fondo el dolor, la enfermedad, la perdida, no se engaña, ni se refugia en sus méritos o en sus obras. Su única fuerza, la que le sostiene cuando podría estar hundido, es la convicción de que existe un Redentor vivo, alguien más fuerte que la muerte, que no le abandonará en la nada.

Es la misma convicción que debemos repetirnos hoy, en este día tan especial: "Mi Redentor vive, ha vencido la muerte, Él puede llenarme de vida cuando cruce, de su mano, las puertas últimas de este mundo".

El salmo nos enseña a rezar con esa misma clave: "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?". La oración más auténtica es la que brota de la confianza y del abandono. 

Por más que digamos, la muerte siempre supone una prueba de oscuridad; la tentación podría ser esconderla, convertirla en un tabú, algo que no se puede ni mencionar, o bien caer en la desesperanza: nada tiene sentido porque todo termina en la muerte.

El creyente se mantiene en pie porque espera ver la bondad del Señor en la tierra de los vivos. el que nos ha dicho que quien cree en Él tiene vida eterna, es digno de toda confianza, en su Palabra se puede esperar.

Dales, Señor, junto a ti el descanso eterno. Y brille, para ellos, la luz eterna. Amén.

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

 ALEGRÁOS POR VUESTRA RECOMPENSA EN EL CIELO


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    ¡Benditos los que buscan al Señor! Es la antífona del salmo que hemos recitado en esta solemnidad de Todos los Santos. ¿Nos la creemos? ¿Realmente creemos que los dichosos, los felices, los bendecidos, son los que buscan a Dios en su vida más que las cosas materiales o su propio interés?

    Porque hoy celebramos a estos: a los buscadores de Dios, a los hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos, han realizado su vocación bautismal del mejor modo en que pudieron hacerlo, como el Espíritu Santos les guio a hacer.

    ¿Cuántos son los santos que hoy celebramos, dando gloria a Dios por ellos con la eucaristía, al tiempo que ellos celebran con nosotros y nos unen en su alabanza ininterrumpida a la Santísima Trinidad?

    El libro del Apocalipsis, en la primera lectura, nos habla de los 144.000 servidores de Dios, de las doce tribus de Israel, como una imagen de la Iglesia universal; pero también de una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas.

    Todos esos santos, muchos de ellos anónimos para nosotros, pero bien conocidos para Dios, están de pie, llenos de dignidad y de alegría ante el trono del Cordero resucitado. Van vestidos con vestiduras blancas, porque han conservado la vestidura de bautizados, llevan palmas en las manos, porque han confesado con valentía la fe en Jesús aun a pesar de las persecuciones por su nombre.

    Lo que creyeron en esta vida es ahora para ellos una realidad plena, la esperanza que les hizo caminar como peregrinos se ha visto no solo satisfecha, sino colmada de un modo impensable. A eso se refiere el apóstol san Juan cuando en la segunda lectura dice: ¡qué suerte tenemos de ser amados por el Padre, ya en esta vida, y ser escogidos para ser sus hijos por el bautismo!

    Pero aún no se ha manifestado lo que estamos llamados a ser: eso no lo podemos ni siquiera imaginar, lo que nos espera, lo que se nos va a dar. “Seremos semejantes a Él porque le veremos tal cual es”.

    El premio de los santos es estar ante Dios y vivir en Dios, ser asumidos en Él. No necesitan ya nada más, porque todas sus búsquedas, sus necesidades, sus anhelos, su hambre y su sed, quedan repletas.

    Los santos nos sirven de ejemplo: si ellos, que llevaban vidas como las nuestras, han vivido fielmente como hijos de Dios y discípulos de Cristo, ¿por qué no vamos a hacerlo nosotros?

    Pero, al mismo tiempo, son nuestros protectores e intercesores, los que hacen camino con nosotros y no nos dejan. Por eso en la plegaría de la misa siempre les recordamos:

Ten misericordia de todos nosotros,
y así, con María, la Virgen Madre de Dios,
su esposo san José,
los apóstoles y cuantos vivieron en tu amistad
a través de los tiempos,
merezcamos, por tu Hijo Jesucristo,
compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas.

    Todos los Santos vivieron conforme al espíritu de las Bienaventuranzas de Jesús que hoy se nos proponen como evangelio. Con toda seguridad que no les resultaría fácil siempre ser misericordiosos, buscar la justicia, mirar con ojos limpios, perdonar… pero, sostenidos por la gracia de Dios lo intentaron. Les mereció la pena: su recompensa es eterna, feliz, plena… ¡la que nos espera también a nosotros!

 


lunes, 27 de octubre de 2025

HORARIOS NOVIEMBRE 2025

SÁBADO 1 DE NOVIEMBRE.
SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

CELEBRACIONES EN LAS IGLESIAS

11:00- VILLANUEVA
11:45 - ROBLEDO
12:30- VILLARRODRIGO
13:00- VILLAOBISPO
13:15-VILLAMOROS (Responso en el cementerio al terminar)

ORACIÓN EN EL CEMENTERIO

16:00 - VILLANUEVA
16:30 - ROBLEDO
17:00 – VILLARRODRIGO

VILLAOBISPO: 
17:00 - ROSARIO EN LA IGLESIA
17:30 -  RESPONSO EN EL CEMENTERIO
 


DOMINGO 2 DE NOVIEMBRE.
CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS

CELEBRACIONES

11:00 – ROBLEDO
12:00 – VILLARRODRIGO
12:00 – VILLAMOROS (Celebración de la Palabra)
13: 00 – VILLAOBISPO
13:00 – VILLANUEVA (Celebración de la Palabra)

ORACIÓN EN EL CEMENTERIO

16:30 CASTRILLINO (RESPONSO)
17:00 CANALEJA (RESPONSO)


DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN
DÍA Y COLECTA DE LA IGLESIA DIOCESANA

SÁBADO 8 

17 H. CANALEJA (Misa vespertina)

18 H. VILLAOBISPO (Misa vespertina)

DOMINGO 9

11 H. VILLAMOROS (seguido de concierto Coro Ordoño II)

12 H. VILLARRODRIGO 

12 H. ROBLEDO (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLANUEVA

DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO

SÁBADO 15 

18 H. VILLARRODRIGO (Misa vespertina)

DOMINGO 16

11 H. VILLAMOROS

12 H. ROBLEDO

13 H. VILLANUEVA (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLAOBISPO 

SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

SÁBADO 22 

18 H. VILLANUEVA (Misa vespertina)

DOMINGO 23

11 H. VILLAMOROS

12 H. ROBLEDO

12 H. VILLARRODRIGO (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLAOBISPO

PRIMER DOMINGO DEL ADVIENTO

SÁBADO 29 

18 H. ROBLEDO (Misa vespertina)

DOMINGO 30

11 H. VILLANUEVA

12 H. VILLARRODRIGO

12 H. VILLAMOROS (Celebración de la Palabra)

13 H. VILLAOBISPO 


 


jueves, 23 de octubre de 2025

DOMINGO XXX TIEMPO ORDINARIO (ciclo C)

 EL QUE SE HUMILLA SERÁ ELEVADO


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    También en este domingo, como en el anterior, el Maestro de oración que es Jesús nos enseña cómo rezar para que nuestra oración sea realmente agradable ante Dios.

    Recordamos que el domingo pasado, con la parábola de la viuda insistente, Jesús nos enseñó que nuestra oración debe ser perseverante. No nos dirigimos a un juez injusto, sino al Padre misericordioso que hace justicia sin tardar a sus elegidos y les concede el don del Espíritu Santo.

    Hoy nos enseña la Humildad con la que debe ser elevada toda plegaria.

    De nuevo lo hace mediante una parábola, una escena que seguramente era habitual: un fariseo y un publicano van a rezar al templo.

    Los dos rezan, los dos están en el templo, pero sus actitudes son completamente diferentes: el fariseo, que suponemos era un cumplidor estricto de la ley religiosa hasta en sus últimas letras, reza de pie y, con orgullo, le presenta a Dios todos sus méritos religiosos.

    El publicano, considerado un creyente de tercera por todos, que se siente un pecador, está postrado y no le puede presentar a Dios ningún mérito; solo está allí acogiéndose humildemente a su misericordia: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”.

    Jesús conocía bien a los fariseos, porque él conocía lo profundo del corazón de cada hombre. Eran muy religiosos, sí, pero en lugar de dar gracias a Dios porque les permitía seguir el camino recto y de ayudar a otros a alcanzarlo, eran jueces implacables de los extraviados, de los pequeños, de los pecadores. 

    Al mismo Jesús le llamaban amigo de pecadores, y cosas aún peores, porque hablaba y se acercaba a todas estas personas a los que ellos consideraban despreciables y perdidos irreparablemente para Dios.

    Para los fariseos va dirigida esta parábola, para los de entonces y para los de ahora. Para cada uno de nosotros si caemos en la tentación de considerarnos suficientemente buenos ya, o mucho mejores que otros. 

    El mensaje es chocante: la oración del publicano, que ni siquiera se atrevía a levantar los ojos ante Dios, es escuchada y la del fariseo, con toda su lista de méritos religiosos, no. Porque se ha atrevido a convertirse en juez de su hermano, algo que solo le corresponde a Dios.

    Alguien dijo que, si tenemos fe y si llevamos una vida bastante ordenada y serena, debemos darle gracias a Dios por ello, en lugar de atribuirnos el mérito. Porque si hubiésemos tenido otros padres, hubiésemos crecido en otro ambiente, no se nos hubiesen presentado las oportunidades que se nos han presentado… a saber cómo seríamos y qué cosas haríamos. 

    Hay muchas personas que están sumergidas en el pecado o en las adicciones y vicios más destructivos, que quizás no han tenido los ejemplos, la educación, las vidas que nosotros hemos podido tener. Por eso no podemos ser sus jueces, ya que sólo Dios ve en lo profundo de las personas.

    “El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas. Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido. No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento”, nos ha dicho el sabio en la primera lectura.

    Tampoco el apóstol san Pablo, que entregó su vida por completo al servicio del evangelio como apóstol, cuando repasa todo lo que ha hecho de bueno, se lo atribuye a sí mismo, sino al Señor que ha estado con él y le ha dado fuerzas.

    ¿Qué nos enseña la Palabra de Dios en este domingo? Ante Dios siempre debemos ser humildes, pedir perdón, acogernos a su misericordia y darle gracias por las cosas buenas que nos permite hacer. Todo es un don, todo es una gracia recibida.

    Y nunca, nunca, podemos convertirnos en jueces de otros y, mucho menos, condenarles o considerarles perdidos ante Dios, porque, ¿Cómo vamos a saber qué hay en el corazón de los demás si apenas sabemos que hay en el nuestro?

    Solo con esta actitud de humildad ante Dios, y de comprensión y aceptación de los demás con sus errores y pecados, podrá nuestra oración ser agradable y escuchada.

    Como el domingo pasado le decimos al Señor Jesús: “Maestro, enséñanos a orar”, con perseverancia y humildad.

 


jueves, 16 de octubre de 2025

DOMINGO XXIX TIEMPO ORDINARIO (ciclo C)

 MAESTRO, ENSÉÑANOS A ORAR


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Todas las lecturas que hoy se han proclamado son una invitación a la oración. Alguien dijo que la oración es el aliento del cristiano; igual que continuamente respiramos, y sin esa respiración ininterrumpida no es posible la vida, la oración nos acompaña continuamente.

    No solo oramos en situaciones de necesidad, aunque seguro en estos momentos es cuando nuestra oración se hace más intensa, sino que oramos siempre: agradeciendo, glorificando, intercediendo por otras personas y por otras situaciones…

    ¿Cómo debe ser nuestra oración? En la historia de la comunidad cristiana tenemos grandes maestros de oración como san Agustín, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, san Juan de Ávila, y tantos otros. Sus escritos nos siguen motivando a orar.

    Pero todos ellos se inspiraron y aprendieron del gran maestro de oración que es Jesús. Jesús oraba, como cualquier hebreo de su tiempo, con los salmos que repiten a lo largo del día. Acudía a la sinagoga los sábados y al templo de Jerusalén en las grandes fiestas de su pueblo.

    Pero, además de todo esto, se retiraba en soledad a orar con una oración de confianza e intimidad con el Padre Dios. Era algo que le llamaba la atención a sus discípulos, que nunca habían visto a nadie orar así y, por ello, le pidieron: Maestro, enséñanos a orar.

    Es una petición que también podemos repetir nosotros, este domingo y siempre: Maestro, enséñanos a orar. Porque muchas veces decimos que no tenemos tiempo para rezar así, aunque sí lo tenemos para otras distracciones y pasatiempos menos provechosos. O decimos que no tenemos tiempo para leer la Palabra de Dios, o que no la entendemos, pero tampoco buscamos los medios para comprenderla mejor.

    Hoy nuestro Maestro de oración nos enseña, con esta Palabra, una actitud esencial de la oración cristiana: la Perseverancia.

    Esta actitud aparece en la primera lectura; mientras Moisés tiene los brazos alzados hacia Dios, el pueblo vence, pero cuando se cansa y los baja, vencen sus enemigos. Aarón y Jur, sus amigos, le sostienen los brazos, porque en esto de no desfallecer en la oración nos ayudamos los unos a los otros, nos animamos, nos sostenemos.

    Si la viuda no se cansó de reclamar justicia a ese juez de la parábola, al que no le importaban ni Dios ni los hombres, cuanto menos nos debemos cansar nosotros, que no nos dirigimos en la oración a un juez injusto, sino al Padre Dios bueno y providente. Es lo que nos enseña Jesús en la parábola del evangelio.

    “Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que sin tardar les hará justicia”.

    Si caemos en la tentación de pensar que la oración no sirve, que no es escuchada, que Dios no nos hace caso, no estaríamos orando como el Maestro de oración Jesús nos enseña.

    Vamos a repetir interiormente hoy esta petición de los discípulos de entonces: Maestro, enséñanos a orar. Con perseverancia, con confianza de hijos, con generosidad y con la certeza de que Dios quiere siempre lo mejor para nosotros.

 


jueves, 9 de octubre de 2025

DOMINGO XXVIII TIEMPO ORDINARIO (ciclo C)

 SABER ORAR AGRADECIENDO

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    La Palabra de Dios que la Iglesia nos propone este domingo como lecturas, nos habla de dos valores tan relacionados con la Fe que son parte de ella: la Confianza y el Agradecimiento.

    La Confianza es otro nombre de la Fe. Antes que conocer las verdades de fe contenidas en el Credo de la Iglesia, lo primero que hace el creyente es confiar en Dios, fiarse de Él sabiendo que su vida está en las manos del Padre bueno.

    Cuando somos pequeños, incluso antes de la primera catequesis, tenemos ya la experiencia de confiar en papá y mamá, en que no estamos solos, en que nuestra vida está segura si ellos nos cuidan. Y desde esa experiencia primera de confiar en la familia, aprendemos a confiar también en Dios Padre que, como nos dijeron desde niños, no le vemos, pero está siempre con nosotros cuidándonos.

    La confianza del creyente aparece en la primera lectura. Un hombre poderoso, Naamán el sirio, padece la peor de las enfermedades de su época, la lepra. Todas sus riquezas y recursos no le sirven de nada porque no encuentra la curación. Y, al final, ya desesperado, confía en que le pueda sanar un pobre profeta de Israel, Eliseo el hombre de Dios.

    Este le dice que debe bañarse con fe en el rio Jordán por siete veces. Naamán duda, pero al final confía y aquellas aguas, recibidas con fe, le purifican de su enfermedad y de su incredulidad, porque desde aquel momento reconoce que solo hay un Dios Yahvé y que solo la fe en él puede salvarle.

    Pasa de enfermo a sano y de incrédulo a creyente y adorador sincero. Pero nada de esto hubiese sido posible si no fuese por el acto de confianza y entrega que hizo.

    Lo mismo ocurre en el relato del evangelio. De nuevo aparecen unos leprosos, pero estos expulsados de la sociedad y de la religión judía, carentes de todo afecto y de toda dignidad humana, simplemente esperando la muerte en los descampados. No se atreven ni a acercarse a Jesús y le piden compasión desde la distancia.

    Jesús les mira y se compadece, pero parece que no obra el milagro de curarles. Les envía a los sacerdotes, que son los que tienen que certificar su sanación para permitirles reintegrarse en la sociedad y en el culto. Se ponen en camino cuando aún están enfermos y desfigurados. No tienen evidencia alguna de estar curados, pero se ponen en camino fiados de la Palabra de Jesús. Y mientras van de camino quedan sanados.

    De nuevo aparece aquí la Confianza como un rasgo del creyente. Tiene fe el que se fía y confía, aún sin evidencias, en el amor providente de Dios. Y en el poder de su Palabra que, como dice el apóstol, no está encadenada, es libre para obrar en nosotros cosas maravillosas.

    La segunda actitud de la que nos habla la Palabra de Dios del domingo es el Agradecimiento. A lo largo del día puede que digamos muchas veces “gracias”. Por teléfono, por wasap, al salir de una tienda, cuando recibimos un paquete…

    Pero el agradecimiento es más que decir gracias de un modo más o menos mecánico. Es mostrarle a la otra persona que realmente valoramos y apreciamos lo que ha hecho por nosotros o lo que nos ha dado. Y eso ya escasea más, no es habitual ser verdaderamente agradecidos de corazón con los demás y con Dios.

    Naamán lo es con el profeta Eliseo y, por él, con Dios. De los diez leprosos sanados, solo uno, y precisamente un samaritano, vuelve para ser agradecido con Jesús y dar gloria a Dios por lo que ha hecho con él. Se postra a los pies de Jesús, que es un modo de reconocer la presencia de Dios en él y le da gracias.

    Los demás fueron curados, pero este, además, es salvado: “Levántate, vete, tu fe te ha salvado”.

    ¿Cómo es nuestra oración?, ¿es de petición casi siempre?

    ¿O lo es también de agradecimiento por tantas cosas buenas que recibimos de Dios desde que abrimos los ojos por la mañana y despertamos a la vida un día más?

 


DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN. DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA

 SOIS EL TEMPLO DE DIOS COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA      Hoy en todas las parroquias y capillas del mundo se celebra la Fiesta de l...