LOS DOMINAN EL GOZO Y LA ALEGRÍA
Este
tercer domingo de Adviento es diferente a los dos primeros, es un domingo
especial. Se le ha llamado, desde hace muchos siglos, el "Domingo de la Alegría" o, en latín, Gaudete.
¿Por
qué es el domingo de la alegría? Porque el tiempo del adviento ya ha superado
su ecuador y el Señor está ya muy cerca de nosotros. El próximo miércoles 17
entraremos en lo que se llaman las ferias mayores del adviento, la preparación
inmediata a la Navidad.
La
invitación a la alegría de los creyentes es constante en las lecturas de hoy:
el profeta Isaías dice que, hasta el desierto y el yermo, que son lugares de
muerte y desolación, se alegrarán, se llenarán de vida y de cantos de alegría. Porque
retornan los desterrados, los rescatados del Señor, que van llenando de alabanzas
el camino de vuelta, con alegría sin límite en sus rostros. Ese retorno alegre,
dejando atrás la pena y la aflicción, va sembrando vida a su paso aún en el
desierto, va haciendo florecer lo que estaba muerto.
¿Cómo
no pensar, al imaginar esta profecía, en los millones de desterrados de hoy, en
Siria, en Sudán, en Ucrania y en tantas otras partes del mundo? ¿Podrá llegar
el milagro de que los corazones de los violentos, cegados por el odio y la
ambición, se reblandezcan, se vuelvan humanos, y les permitan volver seguros a sus
tierras, con cantos de alegría y alabanzas a Dios?
Juan
Bautista ya aparecía como protagonista en el evangelio del domingo pasado. Lo
recordamos: llamando a la conversión con palabras exigentes: preparar los
caminos y allanar los senderos, dando frutos de un cambio real para acoger al
Salvador que llega.
¿Cómo imaginaba Juan Bautista que llegaría el esperado Mesías? Nos lo dijo el
domingo pasado: con toda fuerza y dureza, como un juez implacable que corta
el árbol que no da fruto y limpia la era de la paja inútil, echándola al fuego…
No
es el estilo de Jesús de Nazaret. Juan Bautista está convencido de que Jesús es
el Mesías de Dios, porque ha visto que sobre él se posaba el Espíritu Santo
cuando lo bautizaba. Pero ahora ve que no actúa como el juez severo que él se
había dedicado a anunciar.
Al
contrario, tiene infinita paciencia con el árbol que aún no da fruto y con la
llama que apenas brilla ya: con los pecadores, a los que quiere, entra en sus
casas y come con ellos, aprovechando para anunciarles el Reino de Dios. En
lugar de escoger el camino rápido del “rompe y rasga”, que deseaba Juan
Bautista, resulta que Jesús ha escogido el camino lento de ir sembrando aquí y
allí la semilla del Reino de Dios, la levadura que, lentamente, tendrá que ir
fermentando todo.
Es lógico que el Bautista, mientras está encarcelado, entre en crisis, dude, y envíe a sus discípulos a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que había de venir o tenemos que seguir esperando a otro?”
La duda forma parte de la fe y no nos debe
asustar si también nosotros dudamos a veces, o no terminamos de ver los signos
del Reino y nos vence el desánimo y la tristeza.
Jesús
no les responde con teorías, sino con los signos del Reino de Dios tal y como
el profeta Isaías lo había anunciado: los ciegos ven, los cojos andan, los
leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres
son evangelizados.
En
definitiva, está trayendo salvación y alegría a los últimos, a los olvidados, a
los que más sufren. Con eso basta. Que Juan Bautista saque sus propias conclusiones
y acepte que este es el modo de actuar del enviado de Dios, y no el que él
creía y predicaba. ¡Dichoso el que no se escandalice de mí!
Hay
que tener paciencia; a veces no la tenemos, como el Bautista, y queremos que
Dios actúe a nuestra manera.
El
apóstol Santiago nos dice que debemos tener la misma paciencia que el labrador
tiene con sus cultivos: no por tirar de la planta hacia arriba va a crecer más,
ni por agitar las ramas del árbol va a dar más fruto. Al contrario, las prisas pueden
estropear la cosecha; hay que respetar los ritmos de la naturaleza y también
hay que tener paciencia con el crecimiento del Reino de Dios entre nosotros.
Unos
ejemplos: una parroquia no se vuelve activa y misionera de un día para otro;
hay que tener paciencia y trabajar lento, ir concienciando, llamando, animando… Tampoco se educa a un niño cristianamente de
un día para otro; hay que ir dándole buen ejemplo en casa, animando,
corrigiendo… Tampoco se convierte uno y se hace mejor cristiano de un día para
otro; hay que tener paciencia con uno mismo y levantarse cuando se caiga.
Feliz
Domingo de la Alegría para todos. El Señor no solo está cerca de nosotros, sino
que está ya entre nosotros. Y, con
paciencia, va realizando su lenta, pero segura, obra de salvación.





