TÚ LO HAS DICHO: YO SOY REY
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
Cuando
Poncio Pilato, el poderoso prefecto de los soldados romanos que ocupaban la
tierra judía, tiene delante a aquel hombre Jesús de Nazaret, maltratado, atado,
escupido, escarnecido, le parece que es o un inocente torturado o un loco. Es normal
que le pregunte asombrado por la causa de su condena: “Entonces, ¿tú eres
rey?”. Hasta dos veces se lo pregunta en el relato evangélico que hemos
escuchado hoy... ¿Qué clase de rey es este Jesús de Nazaret?
También
nosotros nos lo preguntamos, aunque de un modo distinto al de Pilato, al
celebrar hoy la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Nosotros,
cristianos, lo proclamamos con fe como rey de todo lo que existe, precisamente,
en este domingo último del año litúrgico o año cristiano, en el que hemos ido
celebrando los misterios de su vida. Cuando terminamos este ciclo de las celebraciones cristianas, queremos
proclamar juntos: verdaderamente es nuestro Rey, el que reina y el
que reinará sobre todo y sobre todos.
Pero reina de un modo muy distinto a los poderes tiránicos que ha habido y sigue habiendo en este mundo: “Mi reino no es de este mundo”, dice el Señor. Él no pide al Padre un ejército de ángeles para que le liberen de sus captores; ni siquiera pide a sus apóstoles que empuñen las armas para salvarle y que no se cometa con él esta terrible injusticia.
Él se deja capturar como cordero inocente, maltratar, crucificar. En lugar de pedir a otros que den la vida por él, que es lo que hace cualquier rey humano, él la da por todos. Y lo hace movido, únicamente, por amor a nosotros, para compartir nuestra existencia de hombres hasta el final.
Porque ha elegido estar en el lugar de los últimos, de los más pobres, de los más pequeños… y en este mundo nuestro, tal y como lo hemos hecho los hombres, aunque no sea como Dios espera, los últimos, los más pobres, los más pequeños, son tantas veces capturados, esclavizados, torturados, masacrados.
Si en este momento último de su vida terrena un milagro celestial hubiese evitado la pasión a Jesús, siempre hubiésemos podido decir: "él se hizo casi uno de nosotros, parecía un hombre más, pero… en el último momento no quiso pasar por la muerte como nosotros y, menos aún, por una muerte de cruz".
En cambio,
no es así. Su compromiso de amor llega hasta el final, no se ahorra nada, no
evita nada. Es Dios hecho realmente hombre, y en esta vida los hombres son maltratados y los
hombres mueren. La elección de amor por los hombres que realiza Dios Hijo llega
hasta el fin. El Padre lo sabe y lo respeta, y espera el momento de poder
reivindicar a su Hijo con la resurrección, llenando de gloria y de amor transformante su cuerpo muerto. Pero primero la cruz, el sepulcro y la muerte. Como todo
hombre…
El
evangelista san Juan, más que ningún otro, nos presenta a un Jesús libre, que
acepta su destino porque lo ha elegido con amor libre. El interrogado por Pilato
termina siendo el interrogador de aquel hombre que se creía poderoso pero, en
realidad, era un esclavo de prejuicios, miedos y mentiras. Por eso condena al
inocente, por miedo a perder cuanto posee, por miedo a las consecuencias de ser
libre de verdad.
El reinado de Jesucristo, en cambio, se construye desde la verdad: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”.
Por eso su reinado permanece, y permanecerá, y
el de aquel poder romano, como el de tantos otros poderes construidos sobre las
armas y la sangre, han desaparecido en la historia. Hoy, más de dos mil años
después, millones de personas creemos y esperamos en Jesús y le proclamamos como el rey
de nuestras vidas, mientras que a Pilato y a los poderosos césares ya se los
tragó el olvido de la historia.
Pero la
solemnidad de hoy nos invita a mirar más delante de nuestro momento. Jesucristo
ya reina entre nosotros allí donde sus discípulos viven según las
bienaventuranzas, según el Evangelio. Por eso nos enseñó que el Reino está ya
entre nosotros. Ya está, pero aún como levadura o como semilla, porque la victoria
final del Reino no ha llegado todavía; será el momento en que el pecado, el mal, la
muerte, serán vencidos y ya no podrán dañarnos más.
Las dos
lecturas de hoy nos anuncian, en visión, ese triunfo final: cuando llegue el
Hijo del Hombre por segunda vez, como lo contempla el profeta Daniel, ya no será como un niño humilde en Belén, sino
como el Alfa y la Omega, como el principio y el fin. Toda rodilla se doblará,
toda lengua lo alabará, todo ojo lo verá, también los de aquellos que lo
traspasaron y los de aquellos que lo niegan.
Creer ya que esa victoria última es segura nos anima a mantener la fe, a trabajar cuanto podamos por el Reino de Dios, que es lo mismo que decir por todo lo bueno, por todo lo justo, por todo lo que hace de este mundo un lugar mejor.
Hoy
proclamamos a Jesucristo como Rey y queremos servir a su Reino viviendo como él
vivió: entregados al Padre y amando a los hermanos.
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