miércoles, 13 de noviembre de 2024

DOMINGO XXXIII TIEMPO ORDINARIO (CICLO B)

 SABED QUE ÉL ESTÁ CERCA, A LA PUERTA

COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

    Para entender bien el mensaje de la Palabra de Dios de este domingo es importante tener en cuenta que estamos terminando el año litúrgico.

    El año litúrgico es la celebración de los misterios de Cristo a lo largo de un año y no coincide con el año civil. Comienza con el domingo primero del adviento y termina con la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, que será el próximo domingo. Por tanto, este es el penúltimo domingo del año litúrgico cristiano y el mensaje de la Palabra nos sitúa en esa clave del final de los tiempos.

    A veces se nos olvida, también a los creyentes, que vivimos en un mundo que ha tenido un comienzo y que tendrá su fin. Solo Dios es eterno, es el que existía desde siempre y existirá por siempre; pero todo lo demás, toda su creación, es temporal.

    Lo que existe deberá ser transformado en algo mejor, según el proyecto salvador de Dios. Como creyentes no solo no deberíamos temer ese fin, sino que debemos desearlo y, para ello, Jesucristo nos indicó que lo pidiéramos cada vez que recemos el Padre Nuestro al decir: “Venga a nosotros tu Reino”.

    ¿Cómo será ese final y esa transformación de todo cuánto existe? La Palabra de Dios no nos hace un relato exhaustivo, se trata, más bien, de imágenes, de alegorías, que, eso sí, nos dicen que se tratará de un momento de crisis intensa.

    Solemos asociar la palabra “crisis” a algo negativo, pero el término crisis significa, propiamente, una ocasión de separar y de decidir. No hay cambio sin crisis: el paso de la niñez a adolescencia y el paso de la adolescencia a la juventud son tiempos de crisis, pero son necesarios para que la persona se forme y madure. Un parto es un momento de crisis para la madre, pero sin él no podría dar a luz al hijo que espera.

    ¿Podemos decir, acaso, que nuestro mundo está bien tal y como está? ¿No hay acaso demasiada mentira, demasiada violencia, demasiada injusticia, demasiados muertos por el hambre y las enfermedades evitables, demasiada soledad, demasiada tristeza?

    Como discípulos de Jesús, como Iglesia, tenemos la misión y el encargo de ir transformando, tanto como podamos, este mundo según el proyecto del Reino de Dios, viviendo el amor fraterno, siendo la sal y la luz del Evangelio. Pero somos conscientes de que hacer llegar el Reino de Dios en plenitud, transformarlo todo, no depende de nosotros. Eso está en las manos de Dios y, por eso, se lo pedimos: “Venga a nosotros tu Reino”, “Ven, Señor Jesús”.

    La Palabra de Dios nos dice que, si mantenemos la lámpara de la fe encendida y la venida del Reino de Dios nos sorprende trabajando por él, no debemos temer: “Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad”, nos adelanta el profeta Daniel.

    No estaremos solos en ese momento de crisis transformadora, porque el Hijo del Hombre vendrá con poder y gloria a reunir a sus elegidos. Es el mismo que ha entregado su vida por amor a nosotros y nos ha alcanzado el perdón, el que intercede continuamente por nosotros ante el Padre como sacerdote eterno.

    La imagen de la higuera, que parece muerta en el invierno pero está llena de vida esperando a manifestarse con la llegada de la primavera, le sirve al Señor para enseñarnos cuál debe ser nuestra actitud como creyentes: una espera confiada, no temerosa, y comprometida con el deseo de que el Reino de Dios vaya avanzando hasta que lo llene todo.

    Que así sea.

 

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