viernes, 31 de mayo de 2024

DOMINGO DEL CORPUS CHRISTI

 ESTO ES MI CUERPO, ESTA ES MI SANGRE 

EUCARISTÍA Y CARIDAD


COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA

Desde los tiempos de los apóstoles, cuando comenzaba a existir la Iglesia, los cristianos nos hemos reunido cada domingo para celebrar la Eucaristía. Jesucristo nos lo mandó hacer así cuando en la última Cena dijo: “Haced esto en memoria mía”. Sin la eucaristía no podemos vivir como cristianos.

La Iglesia, por ello, lo convirtió en un mandato, que aprendimos de niños en la catequesis “Celebrar la misa los domingos y fiestas de precepto”. Pero si participamos de ella solamente como un deber a cumplir, nos faltaría aún lo más importante: haber descubierto que necesitamos la Eucaristía para escuchar al Señor en su Palabra, orar con los hermanos y recibir el alimento de la vida eterna.

Este día del Corpus, dedicado a la presencia real de Cristo en el sacramento del altar, surgió hace muchos siglos para reafirmar la fe de los cristianos cuando esta se vio amenazada por algunas teorías falsas. Reavivemos hoy juntos nuestra fe verdadera: el pan y el vino llevados al altar, después de que el sacerdote invoque el Espíritu Santo sobre ellos y repita las palabras y los gestos de Jesús en la última Cena, son realmente su Cuerpo y su Sangre, aunque mantengan el color, el sabor y la forma del pan y del vino.

    Este es un misterio que desborda nuestra capacidad de entender, y por eso aclamamos diciendo “Este es el misterio de la fe”. Porque hace falta fe para acercarse a él, vivirlo y recibirlo, hace falta confiar en que aquello que nos dice el Señor en el evangelio es siempre verdadero y que si él nos dice “Esto es mi cuerpo” y “Esta es mi sangre”, esas palabras se cumplen siempre.

Gracias a la Eucaristía, Jesucristo cumple con la promesa que cerraba el evangelio del domingo pasado, fiesta de la Santísima Trinidad: “Y sabed que yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

La Palabra de Dios que nos propone la liturgia de hoy nos ayuda a entender este sacramento maravilloso, del que todo lo que podamos decir siempre será poco y pobre.

En la primera lectura, Moisés sella la Alianza entre Dios y su pueblo con el sacrificio y la aspersión de la sangre. Para los hebreos la sangre significa la vida, puesto que sin sangre no hay vida, y le pertenece solo a Dios. Si la alianza es un pacto de amor y de elección en el que la iniciativa corresponde a Dios, sellarlo con sangre significa decir que es una alianza para dar vida, porque Dios quiere que el pueblo viva en plenitud.

Aquello que vivió el pueblo israelita, tan importante en la historia de la salvación, era el anuncio de algo infinitamente más grande que habría de llegar: la nueva Alianza sellada por Dios con el sacrificio de amor de su Hijo Jesús. Este pacto ya no es con un pueblo, sino con la humanidad de todos los tiempos, en la cual estamos nosotros.

La segunda lectura, tomada de la Carta a los Hebreos, nos ha invitado a admirarnos: Si la sangre de animales devolvía la pureza externa a los hebreos, "¡cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, para que demos culto al Dios vivo".

La Eucaristía es un verdadero sacrificio que renueva la entrega de amor de Jesús en la cruz. No es que nosotros le sacrifiquemos al celebrar la misa, es que él lo sigue haciendo por amor en favor nuestro. Ante esto solo podemos admirarnos, contemplar, celebrar, agradecer, adorar… como haremos al terminar la celebración llevando en procesión el Santísimo Sacramento de su Cuerpo.

Pero no olvidemos el segundo mensaje importante de este día: hoy es inseparablemente un domingo dedicado a la eucaristía y a la caridad. No se puede celebrar la entrega de amor de Jesús en la misa sin comprometerse a entregarnos también por amor a nuestros prójimos, a los cercanos y a los lejanos, especialmente a los que más sufren.

No podemos dar la espalda a nuestros hermanos porque si no reconocemos a Jesús en el prójimo tampoco le reconoceremos en el Santísimo Sacramento del Altar. El mismo Jesucristo que nos dice “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre” es el que nos dice también: “Lo que hacéis a uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis”.

Caritas es la ayuda organizada de la Iglesia, de nuestras comunidades, a los más pobres y vulnerables. Lo que ellos hacen por los necesitados y empobrecidos, lo hacen en nuestro nombre, somos nosotros los que lo hacemos. Por eso apoyar y ayudar a sus proyectos es nuestro deber como creyentes que reconocen a su Señor, sin distinción, en el Santísimo sacramento y en el hermano que sufre.

 

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