QUIERO, ¡QUEDA LIMPIO!
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
En
este domingo celebramos, al mismo tiempo, dos campañas eclesiales.
Por
un lado, por ser el 11 de febrero, festividad de la Virgen de Lourdes, es la
Jornada Mundial del Enfermo: un día para orar por todos los enfermos, conocidos
o desconocidos, y, no menos importante, por quienes les asisten, a veces con
una dedicación impresionante. Que no les falte, a ninguno de ellos, el consuelo
y la fortaleza que da la fe.
Por
otro lado, hoy celebramos la Campaña contra el Hambre de Manos Unidas. Este año,
con el lema “El efecto ser humano” nos pide reflexionar sobre cuál es nuestra
huella en el mundo y en la sociedad. Porque como seres humanos somos capaces de
lo mejor y de lo peor, de construir y de destruir la casa común de la Creación.
En
la Palabra de Dios que se acaba de proclamar, aparece claro el tema de la enfermedad.
En la Biblia la enfermedad aparece muy a menudo; es normal, ya que la
enfermedad es uno de los grandes desafíos del ser humano. Al estar enfermos
muchas de nuestras seguridades se tambalean y experimentamos que somos mucho
más limitados de lo que nos pensamos.
Hoy,
tanto en la primera lectura, tomada del libro del Levítico, escrito unos
quinientos años antes del nacimiento de Cristo, como en el Evangelio aparece
una de las enfermedades más temidas por el hombre antiguo: la lepra.
El
libro del Levítico recoge las leyes que Moisés da a los israelitas para tratar
los casos de lepra. Nos puede parecer muy dura, pero realmente buscaba el bien
común en un momento en el que no existían apenas medios de higiene y curación.
Visto desde un punto de vista positivo su intención es proteger a los sanos de
contraer la enfermedad; también en la pandemia pasada vivimos decisiones muy duras
que pretendían frenar un mayor contagio.
Pero
las consecuencias de estas leyes para el enfermo de lepra eran terribles:
pasaba a estar aislado de su familia, de su gente, solo podía estar en compañía
de otros leprosos y fuera de los pueblos y ciudades. Además, con la mentalidad
israelita de que las enfermedades son un castigo de Dios, una enfermedad tan
temible tenía que ser el castigo de un gran pecado; por eso se le consideraba
religiosamente impuro, no podía frecuentar las oraciones con el resto, quedaba
señalado.
Solo
los sacerdotes hebreos, puesto que se consideraba un castigo de Dios, podían
decretar su sanación y su vuelta a la sociedad y a la religión. Se protegía a
la comunidad, sí, pero se dañaba gravemente la dignidad y los sentimientos del
enfermo concreto. Unían al dolor físico el dolor moral de la marginación y la
exclusión total.
En esto, como en tantas otras cosas,
Jesucristo trae la novedad de Dios que quiere la felicidad y la plenitud de
todos sus hijos e hijas sin excepción ni barrera alguna. Confiado en su actitud
misericordiosa, en su bondad, el enfermo se acerca a Jesús, haciendo lo que
según la ley del Levítico no podía hacer. Lo hace con confianza y humildad,
reconociendo la capacidad de Jesús para curarlo: Si quieres puedes curarme.
Y
Jesús compadecido de él, extendió la mano y lo tocó. El gesto de tocar a un
leproso era algo inconcebible en aquella sociedad, porque significaba compartir
su propia enfermedad, su impureza; para Jesús la dignidad de este hombre está
por encima de su enfermedad. Y Jesús no solo lo toca, sino que lo cura.
La curación de Jesús no solo abarca a su enfermedad física, sino también al otro aspecto mucho más doloroso. La acción de Jesús le ha devuelto la salud, y también su dignidad como persona y como creyente, que es mucho más importante. Este descubrimiento de la persona, de cualquier persona, como Hijo de Dios, era lo que el Levítico no intuyó, pero que Jesús tenía claro que era lo principal.
La lección de Jesús en este domingo, es por tanto, importantísima, las personas y sobre todo los necesitados, los que sufren, los rechazados por todos, son para Él, los preferidos. Y nos pide a los que decimos que creemos en Él, que también tengamos entrañas de misericordia con aquellos que cumplen estas condiciones y que vivan junto a nosotros. Con aquellos que solicitan nuestra ayuda, nuestra compañía, nuestro apoyo, en los momentos malos y duros por los que pasan. Y que nosotros no busquemos excusas para evitar nuestro compromiso.
En
nuestra sociedad los leprosos, son todos aquellos que son excluidos con solo
pronunciar su nombre, aquellos que nadie quiere, aquellos que no cuentan para
nada, aquellos a los que de una forma sistemática se les niega primero su
dignidad como Hijo de Dios, y eso para el creyente es algo fundamental, porque
es lo mismo que negarle su dignidad como persona. Pensemos cada uno de nosotros
en quienes son hoy esos leprosos situados al borde de nuestra sociedad.
Le pedimos al Señor, en este domingo, que
nos haga más sensibles a las necesidades de las personas que conocemos. En este
domingo nos comprometemos a no poner barreras entre nosotros, a dejarnos
afectar por lo que le ocurre al vecino, a luchar contra la tentación de la
insensibilidad del corazón. Seamos en esto imitadores de Cristo, como dice san
Pablo.
Señor,
te pedimos por los pobres, por todos los que sufren, los que están solos o
enfermos, los que necesitan de alguien y no encuentran a nadie que les ayude en
su problema.
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