CURÓ A MUCHOS
COMENTARIO A LAS LECTURAS DE LA MISA
¿Tiene sentido la vida humana con sus cansancios y sufrimientos? Con frecuencia, nos sentimos débiles e impotentes. ¿Qué decir?, ¿Qué hacer? No es tan sencillo.
Tampoco lo es para el creyente en el Dios de Jesús. Cuando se pasa
mal, cuando lo pasamos mal, decimos: ¿Dónde está Dios? ¿Es acaso compatible creer en
un Dios bueno y salvador con la desgracia, con el mal, con el sufrimiento de
tanta gente y, sobre todo, con el de las personas inocentes?
El calado de estas preguntas lo representa muy bien Job, en la primera lectura de hoy. El
mal padecido injustamente le lleva a cuestionarse el sentido de todo a pesar de ser un gran creyente. Se pregunta por el proceder de Dios. ¿Cómo no
sentirse identificado con sus reflexiones? Sus preguntas son las de cualquier
persona de fe que está angustiada y asediada por el dolor. Sus dificultades son también las
nuestras. La Palabra de este domingo es valiente y nos coloca frente al
misterio del mal y su relación con la fe en Dios.
Lo
interesante de las lecturas que se nos ofrecen en este domingo, tanto las
reflexiones de Job como el evangelio, es que no intentan dar explicaciones teóricas en
torno al problema del dolor o del sufrimiento, que quizás no sirven de mucho.
Jesús sale
de la sinagoga de Cafarnaum, donde le veíamos el domingo pasado enseñando con
autoridad, y sana a cuantas personas encuentra en su camino. La primera en
recibir su sanación es la suegra de Simón, que le acoge en su casa. Después atiende también a
las multitudes que acuden a la puerta (“curó a muchos enfermos de diversos
males y expulsó muchos demonios”).
Jesús no
hace teorías sobre el mal o ante el sufrimiento de las personas, sencillamente
intenta aliviarlo o hacerlo desaparecer. Dicho de otra forma: el Dios revelado
por Jesucristo no quiere que la gente padezca el mal. Por eso hace todo lo
posible por evitarlo. Es verdad que no sana a todos los enfermos de Israel, y es verdad que la enfermedad y el sufrimiento siguen estando ahí, pero atiende a cuantos se encuentra.
Dios no quiere el sufrimiento, porque, de lo contrario, no habría mandado a su Hijo combatirlo. Sus palabras y acciones son, por así decirlo, una
especie de cruzada contra el mal que daña a los hermanos, sea cual sea su
causa, espiritual o corporal.
Es
relevante subrayar que este camino práctico contra el mal de Jesús solo se
entiende desde la experiencia de Dios. Y hay aquí un dato que no se debe
olvidar. Jesús, antes de curar, viene del encuentro con Dios en la sinagoga (en
la Palabra) y, después, se retira a solas a orar. Lo que Jesús dice o hace para
romper la experiencia del dolor de los hermanos brota de su relación con el
Padre Dios. La auténtica experiencia de Dios no aleja, sino que acerca al mundo
del dolor.
En este
sentido, el Dios de Jesús es un Dios compasivo y cercano que se identifica con
el doliente y hace lo posible por aliviar su dolor. Esta cercanía es fruto del
amor y llega, como sabemos, hasta el extremo de cargar con el sufrimiento de
los demás.
Hay
aquí una enseñanza a retener. Dios no quiere el mal, como el ser humano no
quiere el mal. La única receta frente a sus zarpazos es el amor, vía práctica
que lo combate en términos de solidaridad y cercanía, de entrega generosa y
ofrecimiento, de cercanía y compasión…
Hay otro
elemento a considerar: Jesús quiere luchar contra el mal allí donde este dañe
al ser humano. Los discípulos encuentran a Jesús, que está en oración, y le
dicen: “todo el mundo te busca”. Él responde: “Vámonos a otra parte para
predicar también allí, que para eso he venido”. La misión del Maestro de
Nazaret es una misión abierta. Tan abierta como los horizontes de lo humano y
del mundo. Se trata de una misión universal. Ha de llegar a todos. Y esto
porque el dolor y el mal, en la forma que sea, afectan a todos los hombres y
mujeres del mundo.
En clara
correspondencia, la universalidad de la misión de Jesús conecta con nuestra
misión de discípulos enviados al mundo entero, como él, a anunciar la Buena Noticia y a sanar.
En la segunda lectura, Pablo da cuenta de ese ministerio, que es el que da sentido a su vida. Ministerio sostenido por la clave del amor y del servicio que brota del camino abierto por Jesucristo: “me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todos a todos para ganar, sea como sea, a a algunos. Y lo hago por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes”.
En este sentido, la Iglesia, como dice el papa Francisco es (o ha de ser) “un
hospital de campaña”, “una Iglesia samaritana”. Su labor es la de luchar con
las armas del evangelio contra el mal que daña al ser humano, sea el que sea.
Última reflexión. ¿Tiene sentido la vida si hay mal? Según lo que la Palabra nos enseña en este quinto domingo del tiempo ordinario, desde la fe en el Dios encarnado, el sentido de la vida es, con y por Jesús, a través de la palabra y la acción movidas por el amor, tratar de acabar con el mal y el sufrimiento.
¡Todo un desafío!
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